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La arriesgada aventura de hibernar para sobrevivir en el paisaje helado
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Jose Luis Gallego

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La arriesgada aventura de hibernar para sobrevivir en el paisaje helado

Cuando el hielo y la nieve cubren los campos el instinto de supervivencia hace que muchos animales opten por una estrategia tan asombrosa como comprometida

Foto: La llegada del frío y la nieve impone unas duras condiciones de vida en la naturaleza. (EFE/E.Trigo)
La llegada del frío y la nieve impone unas duras condiciones de vida en la naturaleza. (EFE/E.Trigo)

Las fuertes nevadas que han empezado a caer en las montañas del centro y el norte peninsular, junto al acusado descenso de las temperaturas, ponen a prueba estos días la capacidad de resistencia de los animales silvestres de sangre caliente que deben esforzarse por mantener su temperatura corporal. Sobre todo cuando eres un vivaracho roedor de alrededor de cien gramos que se pasa la vida saltando de rama en rama y correteando por el bosque en busca de alimento.

Porque lo que hasta hace apenas unos días era una gigantesca despensa al aire libre repleta de bellotas, castañas y hayucos y una mullida alfombra de hojarasca, bajo la que abundaban lombrices e insectos, se ha convertido de golpe en un yermo helado, un páramo cubierto por un extenso manto blanco. Y esa es la situación en la que se encuentra ahora el lirón: uno de los animales que recurre a la hibernación para superar los rigores del invierno y renacer en primavera, literalmente.

Durante las semanas anteriores, cuando la otoñada le ofrecía abundantes víveres en el bosque, nuestro protagonista ha aprovechado la buenaventura para multiplicar la ingesta de alimento. Su afán por ganar peso le hacía devorar todo tipo de bayas, frutos y hongos, aunque también capturaba diversos invertebrados, desde caracoles hasta escarabajos y lombrices, anfibios y reptiles.

Foto: Foto: EFE

De ese modo estos roedores llegan a doblar su tamaño para ir recargando los depósitos de grasa que mantiene bajo la piel. Unas provisiones que, ante la proximidad del invierno, le van a facilitar la energía necesaria para alcanzar la primavera sin ingerir bocado alguno. Retirado a sus aposentos, ya sea un viejo tocón, un nido de pájaro carpintero o cualquier otra oquedad en el bosque, durante los próximos meses permanecerá desconectado del mundo y casi casi de la vida.

No es dormir, es morir un poco

Mientras el campo entero se congela y la nieve cubre el paisaje convirtiéndolo en una trampa mortal, el lirón duerme el más profundo y largo de los sueños, confortablemente instalado en el interior de su cubil, sobre un lecho de musgo y hojas secas y enroscado sobre su propio cuerpo. En nuestro país habitan dos especies de lirón: el lirón careto (Eliomys quercinus), al que los ingleses llaman ‘dormouse garden’ algo así como ‘el dormilón del jardín’, y el lirón gris (Glis glis), algo más grande y, a diferencia de su pariente, básicamente vegetariano.

placeholder Lirón gris hibernando en su madriguera. (iStock)
Lirón gris hibernando en su madriguera. (iStock)

Pero lejos de lo que muchos pudieran pensar, la hibernación es una de las pruebas físicas más duras a las que se someten los seres vivos. En el caso de los lirones, durante los meses que permanecen aletargados, el organismo de estos pequeños mamíferos deja de realizar algunas de las funciones vitales más elementales: los riñones reducen poco a poco su ritmo de trabajo para retener los líquidos, el ritmo cardíaco desciende hasta convertirse en un lento palpitar apenas apreciable, la respiración se va acompasando hasta hacerse asimismo imperceptible.

En los vasos sanguíneos se acumula la linfa y la temperatura corporal deja de ser regulada, descendiendo hasta alcanzar la del cubil donde duerme. En la fase más profunda del sueño el cerebro entra en fase de desconexión, una especie de ‘stand by’ durante la que pasará a controlar tan solo las funciones más elementales. Mientras tanto, unas sustancias de alto peso molecular situadas en el tejido celular serán las encargadas de proteger los tejidos y evitar su congelación.

Los biólogos sostienen que llegados a este punto los lirones pueden alcanzar una temperatura corporal de casi cero grados, pasando de las trescientas pulsaciones por minuto que mantienen el resto del año a apenas cinco. Es tanta la caída de tensión vital que si sorprendiéramos a uno de estos bellos y delicados animalillos durante su descanso invernal pensaríamos que está muerto. Y en cierto modo en eso consiste hibernar: en morir un poco para intentar sobrevivir a los rigores invernales que ponen a prueba al resto de la fauna.

placeholder Un grupo de corzos en un paisaje nevado de Navarra. (EFE Iñaki Porto)
Un grupo de corzos en un paisaje nevado de Navarra. (EFE Iñaki Porto)

Todos estos cambios fisiológicos se mantendrán durante el período de tiempo que permanezca en aletargamiento. Un período que en el caso de los lirones puede llegar a durar hasta siete meses. Pero en ese largo lapso de tiempo cualquier fallo o alteración puede resultar letal para el durmiente. Un error de cálculo a la hora de acumular reservas puede hacer que el animal tire de otras mucho más vitales, lo que le causaría la muerte. Asimismo, un despertar abrupto ante cualquier señal de alarma puede llevarle a un fulminante paro cardíaco. Por eso no es conveniente ir estos días por el campo levantando piedras o urgando en las oquedades.

En cualquier caso, el éxito de la estrategia parece claro pues, si todo sale bien, gracias a ese recurso, a esa herramienta evolutiva que le permite al lirón desparecer del mapa cuando las cosas vienen mal dadas, estos animales han logrado aumentar su longevidad: hasta doce años en el caso del lirón gris. Por eso la ciencia lleva décadas investigando las posibilidades de la hibernación humana frente a algunos retos, como el de los viajes espaciales de larga duración, algo que muy pronto podría dejar de ser ciencia ficción

Las fuertes nevadas que han empezado a caer en las montañas del centro y el norte peninsular, junto al acusado descenso de las temperaturas, ponen a prueba estos días la capacidad de resistencia de los animales silvestres de sangre caliente que deben esforzarse por mantener su temperatura corporal. Sobre todo cuando eres un vivaracho roedor de alrededor de cien gramos que se pasa la vida saltando de rama en rama y correteando por el bosque en busca de alimento.

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