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Ecogallego
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La naturaleza española vive su primavera más esplendorosa en décadas
Además de llenar pantanos y recargar acuíferos, las lluvias de marzo y el sol de abril están sacándole los colores a los paisajes. Es hora de salir al campo a recuperar el ánimo
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Mientras el mundo se tambalea, la naturaleza parece querer compensarnos con una primavera excepcional. Las abundantes precipitaciones de marzo, que siguen regando nuestros campos en estos primeros días de abril, no solo están recargando las reservas hídricas, sino que dan lugar a un fragor natural fuera de lo común.
Como venimos explicando desde Planeta A los expertos dividen las sequías en tres tipos. La primera es la meteorológica, que es la vinculada a los períodos de escasez de lluvia. Esa la hemos superado con nota. En algunos puntos ha llovido en tres semanas lo que no había llovido en los últimos tres años.
Luego está la hidrológica, que se da cuando los caudales de los ríos, el nivel de los pantanos y la disponibilidad de las aguas subterráneas caen hasta marcar mínimos históricos. Y de esa también hemos sacado cabeza. Solo hay que echar un vistazo a las estadísticas. El año pasado por estas mismas fechas, los embalses estaban al 43%, cuando según la media de la década debían estar al 60%. Ahora están al 73%: treinta puntos por encima de hace un año, incluso algunos pantanos han tenido que desembalsar. Me he jugado un guisante con mi redactora jefa a que superaremos el 80%. Y quizá me quede corto.
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En algunas cuencas el llenazo ha sido tan meteórico como espectacular. Los pantanos del Guadalquivir, por ejemplo, empezaron el año al 20%. Ahora están al 60%. Y subiendo. En Cataluña, los del sistema Ter Llobregat muestran una recuperación todavía más espectacular. El año pasado por estas mismas fechas estaban al 15% de su capacidad. Ahora rozan el 70%.
Pero hay un tercer tipo de sequía a la que en raras ocasiones prestamos atención: aquella a que los expertos llaman sequía edáfica. Es la que afecta a los suelos forestales y agrícolas cuando el déficit hídrico impide satisfacer las necesidades de agua de árboles, plantas silvestres y cultivos. Los sembrados se marchitan, los paisajes languidecen y los bosques se secan y enferman hasta que el campo entero transmite una turbadora sensación de angustia. No apetece para nada salir a pasearlo. Todo lo contrario que ahora.
Salir al campo ahora provoca un subidón de serotonina. Hacía tiempo que los cultivos no se mostraban tan vivaces, tan prometedores. A poco que las cosas no se tuerzan, podemos estar ante una cosecha histórica. En el monte las encinas florecen a borbotones mientras las hayas empiezan a vestirse de nuevo. Están los jarales a reventar y las praderas y los ribazos son una competición de blancos y amarillos que atraen a las mariposas y las abejas por miles. Las golondrinas y los vencejos disfrutan sobre los trigales reverdecidos de la sobreabundancia de plancton aéreo: ese que forman los pequeños insectos voladores. Trina y zumba el campo entero.
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Pero donde está resultando más pletórica esta primavera humedecida por las lluvias es en nuestros aguazales. Tras los largos años de sequía, las lagunas y marismas vuelven a mostrarse colmados de agua, de vida, de plenitud. Si el agua es la sangre de la naturaleza, esta transfusión le ha devuelto la vida a los humedales.
No hablaremos de la felicidad de peces y anfibios tras verse durante tanto tiempo con el agua al cuello. Aunque lo más fuerte es el ensordecedor bullicio (y no es ninguna exageración) de las aves acuáticas: desde el inconfundible y familiar reclamo de la gallineta, hasta el escándalo del calamón; desde el potente silbido del archibebe, hasta el profundo mugido del avetoro o el agudo piar de las parlanchinas cigüeñuelas. No hay espacio para el silencio en la marisma. Ni para el desánimo.
Hagan la prueba. Verán cómo resulta imposible no emocionarse ante la exhibición de vitalidad primaveral que está teniendo lugar ahí fuera. Cómo vale mucho la pena dejar a un lado las tribulaciones de un mundo enloquecido, ponerse unos vaqueros y unas zapatillas de andar y salir a disfrutar de la naturaleza. Acérquense estos días a Doñana, el Delta del Ebro, Santoña o las Tablas de Daimiel. Visiten S’Albufera de Mallorca o Ses Salines de Ibiza, el saladar de Jandía en Fuerteventura o las Lagunas de Villafáfila en Zamora.
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Refúgiense en la Bahía de Cádiz de la depravación mundana a la que estamos asistiendo estos días. Déjense conmover por ese espectáculo visual, libre de aranceles, que es el cielo azul reflejado en los espejos de la marisma de San Fernando, o el tintineo de los limícolas en los esteros de Sancti Petri. O viajen al norte para disfrutar de los verdes crujientes de la Ría de Villaviciosa, en Asturias, de la belleza serena de los Sotos de Alfaro, en La Rioja, o del fragor ornitológico de la primavera en el parque de Salburua, en plena ciudad de Vitoria.
Vénganse arriba en las playas de la costa dulce, en el embalse de Orellana, en la más fértil que nunca Extremadura. Acérquense hasta la laguna palentina de La Nava, que ha vuelto a convertirse en el Mar de Campos. En las salinas de esa maravilla natural que es el Cabo de Gata, en Almería. En la laguna de Pitillas, en Navarra, o la de Gallocanta, en Aragón. En el lago de Banyoles y los Aiguamolls de l’Empordà, en Girona, o en las lagunas de El Remolar y La Ricarda, en el Delta del Llobregat, a un paso de Barcelona.
Vean lo que el agua es capaz de hacer con la primavera (parafraseando a Neruda) en las salinas y lagunas de Santa Pola, en Alicante, o en el parque natural El Hondo, donde crían dos de las anátidas más amenazadas de Europa: la cerceta pardilla y malvasía cabeciblanca. Y por supuesto, no se pierdan el atardecer en uno de los humedales más bellos del Mediterráneo: la Albufera de Valencia, que poco a poco y gracias al trabajo de muchos, vuelve a recuperarse de la gran avenida de la dana. Todos estos paraísos acuáticos, y muchos otros, son ahora no solo refugio de vida silvestre, sino también de esperanza.
Mientras el mundo se tambalea, la naturaleza parece querer compensarnos con una primavera excepcional. Las abundantes precipitaciones de marzo, que siguen regando nuestros campos en estos primeros días de abril, no solo están recargando las reservas hídricas, sino que dan lugar a un fragor natural fuera de lo común.