Emboscadas
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La soledad del bisbita como oscuro presagio
La creciente pérdida de biodiversidad, especialmente remarcable en el caso de aves hasta ahora más comunes, lleva implícito un escalofriante mensaje: nos estamos quedando cada vez más solos
Este año, ha llegado él solo y así aguanta desde mediados de octubre. Casi todos los días, inútilmente asustado de quien jamás le haría daño, alza su vuelo y se aleja de mi cultivar al tiempo que lanza hasta mis tímpanos su propio nombre. Bisbita es una de las muchas onomatopeyas que usamos para nombrar animales. Siempre me ha perecido hermoso esto de convertir lo que ellos dicen en lo que decimos nosotros para identificarlos. Tiene un no sé qué de diálogo, eso que tanto necesitamos mantener, no solo entre nosotros sino también, y mucho más, con el derredor.
Es la primera vez que una sola ave de esta especie pasa aquí los meses fríos. El invierno pasado fueron cuatro los bisbitas que usaron mi hogar para invernar. Seguramente, uno de ellos es este que ahora carece de la compañía de los de su especie. Pero es que hace 40 años disfrutaba de hasta medio centenar de estas aves. Pura alegría para mis tímpanos, pues no paraban de decir dichas. Es decir, que de sus siringes parecían manar agradecimientos por tener la supervivencia asegurada en un rincón de Las Villuercas. Eran también gozo para los ojos, galas que vestían mis aledaños con su elegancia volandera.
"Nos estamos quedando solos, como mi vecino bisbita. De acuerdo con los estudios, hace 50 años, este planeta tenía más"
No estaban solos. La hospitalidad de este claro en el bosque donde vivo era aceptada, en algún momento del otoño o del invierno, por otras 29 especies. Muchos días eran más de 500 los ejemplares que podía ver y escuchar tan solo en los aledaños de mi casa. Mis soledades, en fin, tuvieron muchas alas disolviéndolas. Y cada aleteo era un suspiro de alivio que añoro. Quedan, por supuesto, pero menos de la mitad que antaño.
La fidelidad en las conductas migratorias, de todos los ciclos en suma, es —¿era?— uno de los incesantes regalos que proporcionaba el vivir con la Natura. Goethe acertó describiéndolos así: “Todo el contento de la vida cífrase en el retorno regular de las cosas exteriores. La sucesión del día y de la noche, de las estaciones del año, de las flores y de los frutos y de cuantas demás cosas se producen en épocas determinadas, para que las podamos gozar y las gocemos…”.
Lo que inspiró al genio alemán está desvaneciéndose porque están incendiando el mismo aire, por los venenos que en parte os alimentan y por los amontonamientos que excluyen otras vidas. Porque la opulencia se transmuta siempre en indiferencia.
Cada año, nos faltan más de esos gozos. Nos están amputando esos retornos regulares de las cosas exteriores. Podría contarles varias decenas de casos parecidos al aquí destacado. Tantos, que hacen gritar a los horizontes, aterrados de cómo arrecian los silencios. Ausencias que nos advierten, sin cesar, que estamos en peligro.
Hace ya 60 años que el ecologismo se consolidaba con 'La primavera silenciosa', de Raquel Carson. Libro que denunciaba el desastre demográfico de los pájaros cantores envenenados en masa por el DDT. Las hecatombes no han dejado de producirse desde entonces. De hecho, las sucesiones empiezan a no sucederse ni a sucedernos, están ya rotas. Lo que está pasando ha sido calificado por los ecólogos como la sexta gran extinción de la historia de la Vida.
Lo demuestran algunos censos llevados a cabo con todo rigor en los países más desnaturalizados. La Europa industrial, por ejemplo, ha perdido cerca de 1.000 millones de pájaros de las especies más comunes en los últimos 30 años. Pocos si los comparamos con los 3.000 millones que han dejado de embellecer los cielos de Canadá y Estados Unidos.
Nos estamos quedando solos, como mi vecino bisbita. Sin duda, el dato que más contundentemente nos lo recuerda es que, de acuerdo con los más rigurosos estudios, hace 50 años este planeta tenía algo más del doble de vida silvestre que hoy. Pero si enfocamos a muchas especies de grandes insectos, ese porcentaje sube hasta casi el 70%. De hecho, ya el 96% de los vertebrados terrestres son ganado o humanos. Por tanto, toda la fauna silvestre del planeta supone un flaco 4%.
La merma de la multiplicidad biológica aumenta la fragilidad de este mundo y nuestras enfermedades. Entre otros motivos, porque la gran invención de la Vida, para su inmejorable empeño de continuar, es haber conseguido millones de formas diferentes y miles de millones de ejemplares de esas formas. Todo ello sin que ninguna llegara, al menos hasta nuestra llegada, a la estúpida codicia de quererlo todo solo para ella misma…
Menos mal que hay contrapesos. Aunque apenas haya sido recordado por los medios de comunicación, nuestros confinamientos han permitido que, al menos en Europa occidental, hayan dejado de ser atropellados unos 40 millones de pájaros. Entre ellos, seguramente unos cuantos miles de bisbitas. Espero que el próximo otoño el solitario traiga compañía.
Este año, ha llegado él solo y así aguanta desde mediados de octubre. Casi todos los días, inútilmente asustado de quien jamás le haría daño, alza su vuelo y se aleja de mi cultivar al tiempo que lanza hasta mis tímpanos su propio nombre. Bisbita es una de las muchas onomatopeyas que usamos para nombrar animales. Siempre me ha perecido hermoso esto de convertir lo que ellos dicen en lo que decimos nosotros para identificarlos. Tiene un no sé qué de diálogo, eso que tanto necesitamos mantener, no solo entre nosotros sino también, y mucho más, con el derredor.
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