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De nada demasiado

Parece que la única destreza de la economía ciega que manda es endeudarse. Como si el futuro ya fuera aquello con menos futuro. Eso que intenta advertirnos la catástrofe climática

Foto: Si damos las gracias a quien nos mantiene, la biosfera, empezamos a reconocer lo esencial. (Unsplash)
Si damos las gracias a quien nos mantiene, la biosfera, empezamos a reconocer lo esencial. (Unsplash)

El título de esta entrega copia el mejor pensamiento de toda la historia de la filosofía que sin embargo es, también, el más fracasado. En realidad, era una de las recomendaciones básicas del oráculo de Delfos y que, hoy, el pensamiento ecológico defiende como su principal propuesta. Considerar derrotada tan preciosa idea es lógico desde el momento en que se quedó en cuatro mentes y dos papeles.

Y ahí prácticamente sigue. Gana, desde hace demasiado tiempo, la catástrofe del exceso, vía acumulación. De hecho, nos gobierna la insaciabilidad que, por cierto, nada tiene de democrática. A nadie consulta ni pide permiso, pero entra, como la misma telefonía de bolsillo, en casi todos los cuerpos, mentes, casas, escaparates, municipios y parlamentos. Entra en los deseos, que son la más poderosa fuerza del universo después de la comodidad. Ni siquiera necesita dictar leyes porque cuenta con la codicia para propagarse de acuerdo con las destrezas de los virus. Esas que también padecemos. O con la insistente letanía del humo que está consiguiendo que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Por si eso fuera poco, casi todos rinden un culto a la trivialidad y la estupidez que ya lo hubieran querido para sí los dictadores más totalitarios de la historia.

"Lo que nos pasa es que solo prospera una austeridad impuesta por los más insaciables"

Por todo ello poco, o nada, resulta menos progresista que este imperio de las acumulaciones y excesos. Tan a favor él de los apetitos artificialmente alimentados. De ahí que el actual vislumbrar la escasez, acaso por primera vez no corta ni cíclica, se convierta en amenaza total. Epidemia que contagia desde el estado anímico individual hasta el sobrepeso político y económico de los opulentos. Desde el precio de la electricidad al de los alimentos. Cuando casi todo se basa en querer, siempre y sin pausa, tener más, mucho más de todo, sucede lo que sucede: una incomprensión absoluta de casi todas las reales necesidades, de todos los procesos de equilibrio que la vida viene escanciando para que todos los vivos seamos posibles.

Incluso se ha instalado por doquier la opacidad a la hora de hacer unas cuentas mínimamente razonables. Es decir, una elemental administración de los posibles. Parece que la única destreza de la economía ciega que manda es endeudarse. Como si el futuro ya fuera aquello con menos futuro. Eso que intenta advertirnos la catástrofe climática.

placeholder Nos gobierna la insaciabilidad que, por cierto, nada tiene de democrática. (Unsplash)
Nos gobierna la insaciabilidad que, por cierto, nada tiene de democrática. (Unsplash)

Casi nadie es ya capaz de discernir qué ha ganado y qué perdió. Sobre todo en todo lo relacionado con la vivacidad, la estabilidad emocional y la renovación de expectativas. El respeto y la prudencia, la honestidad y el sentido de la convivencia han sido roídos como nuestros tímpanos por el ruido.

Por si todo esto fuera poco, también resultan insaciables los pretendidos remedios. Se nos escapa, por ejemplo, que las prestaciones de las tecnologías, tan burbujeantes, son préstamos que pronto descubriremos que nadie puede pagar, pero que nos engañan con otra ilimitación más, la de que los aparentes servicios seguirán incrementándose indefinidamente. Cuando una de las pocas realidades es que nada, ni nadie, puede crecer indefinidamente. Eso no vive en este planeta y no tenemos otro.

Por eso urge una imposibilidad, la de declararnos saciados al menos en algo. Ojalá en todo. Es decir, con suficiente cordura como para ir contagiando la puesta en práctica de austeridades voluntarias. Algo que puede ser considerado como lo más satisfactorio, liberador y bello que pueden hacer la voluntad sensible, la inteligencia creadora y la defensa, tanto del planeta como de la humanidad.

Foto: El respeto a los otros y al entorno es la base de la convivencia. (EFE) Opinión
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Lo que nos pasa es que solo prospera una austeridad impuesta por los más insaciables, que es lo más triste, injusto y feo que puede sucederle tanto a un insaciable como a un austero.

Como procede de mentes muy cercanas a las que escribieron las recomendaciones de Delfos, ojalá nos rescate el "seamos agradecidos". Porque si damos las gracias a quien nos mantiene, la biosfera, empezamos a reconocer lo esencial. Primer paso imprescindible para frenar tantos innecesarios excesos. Luego, tal vez, seamos capaces de unos mínimos de reciprocidad.

El título de esta entrega copia el mejor pensamiento de toda la historia de la filosofía que sin embargo es, también, el más fracasado. En realidad, era una de las recomendaciones básicas del oráculo de Delfos y que, hoy, el pensamiento ecológico defiende como su principal propuesta. Considerar derrotada tan preciosa idea es lógico desde el momento en que se quedó en cuatro mentes y dos papeles.

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