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El verde, la verdad más grande, convertida en mentira
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Joaquín Araujo

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El verde, la verdad más grande, convertida en mentira

El gas libera CO2, el principal agente de la catástrofe climática. Contamina menos que el carbón o el petróleo, es cierto, pero es que estamos en la urgente necesidad de alcanzar las emisiones cero

Foto: Planta nuclear de EDF en Francia (Reuters/B.Tessier)
Planta nuclear de EDF en Francia (Reuters/B.Tessier)

“Todo es verdad bajo los árboles”, acierta el enorme poeta Gamoneda en un verso que no me canso de citar. A contraponer a que “bajo techo casi todo es mentira”. La cuestión no puede resultar más fácil de argumentar. Verdad es lo que hay por si misma, lo que existe sin opiniones, interpretaciones y mucho menos manipulaciones interesadas. Interesadas, sobre todo, en doblegar hacia sus propios intereses cualquier realidad. Por eso la primera materia prima de buena parte de lo civilizado es la falsedad y la falsificación que, por estereotipos culturales, es decir autoengaño, convertimos en verdades superiores. Allá afuera, sin humanos, nada, ni nadie miente. Entre otros motivos porque nadie quiere ser algo distinto a lo que ya es.

El verde es la Verdad más grande por varios motivos. El más fácil de comprender es su magnitud. De hecho más del 97 % de lo que vive sobre la piel del mundo es una planta. Es decir algo que convierte la luz solar en vida gracias a la verde clorofila. Se puede afirmar, por mucho que moleste a la arrogancia humana, que lo verde inventó el resto de lo viviente y por tanto la belleza, todas las posibilidades de supervivencia y hasta la posibilidad, tan bien aprovechada, de que mintamos y nos mintamos como posesos. La verdad propicia la mentira, como la vida la muerte.

Foto: Los escenarios climáticos nos abocan a la incertidumbre (Foto: iStock) Opinión

Por todo ello una de las más contundentes torpezas de la mente de las mayorías es la de estar dispuesta a creer en infinitas cosas que obviamente no existen fuera de la misma y negar, descreer, con absoluta contundencia en lo más real y cierto que existe. Me refiero a lo viviente, a los seres vivos y los elementos, procesos y ciclos que consienten y sostienen todas las vidas.

El pensamiento ecologista, que he comenzado a denominar 'anuetrismo', pretende reconocer la hermandad, cierta, de y con todo el resto de las criaturas vivientes, es también una parte esencial del intento de aliarnos con la Verdad. Entre otros muchos motivos porque constatamos incesantemente lo mucho que matan las mentiras. Lo mucho que salva la fraternidad.

Que el sistema económico mienta forma parte de su verdad, de su esencia. Cual vampiro, el capitalismo, chupa la sangre del otro y de lo otro y los convierte en idénticos a él, es decir en traidores a lo que antes eran. Pero, sobre todo, transforman lo palpitante en algo muerto.

Una de las formas de entender a quien están obedeciendo las mayorías es que se trata de una ingente ingesta de belleza y vivacidad para convertirlas en mercancías y residuos.

placeholder El Parlamento Europeo ha catalogado el gas como energía verde (REUTERS A.Wiegmann)
El Parlamento Europeo ha catalogado el gas como energía verde (REUTERS A.Wiegmann)

Cuando tantas veces se afirma que no hay forma de vencer al modelo de civilización que nos abduce y, de paso, se traga al resto de lo viviente conviene recordar que mientras que todas las opciones de izquierda y hasta verdes suelen traicionarse a sí mismas con regularidad, el capitalismo siempre ha permanecido fiel, inmoble, a sus mentiras. Ya saben, esas que de tan repetidas se convierten en las verdades más absolutas.

Estamos ya acostumbrados a que los cazadores se denominen amantes de la Natura, a que las eléctricas se publiciten como sostenibles y a que la publicidad comercial, hoy, incluya más de un anuncio con tintes ecológicos de cada diez. Es ya norma que, especialmente en materia ambiental, gobierne la mentira, es decir atentando contra lo que se sabe que es cierto.

Lo malo, hasta la catástrofe, es cuando la democracia, ese intento de controlar, algo, al menos algo, a la bestia, se traiciona a sí misma con votaciones como la que acaba de convertir en bueno lo manifiestamente nefasto.

Foto: Central nuclear de Grohnde, en Alemania. (EFE/Focke Strangmann)

Ha pasado en el parlamento europeo donde hemos asistido a una conversión en verdad legal de una portentosa falsedad. No recuerdo algo más peligroso desde el momento en que “legalmente” vence la traición, insisto, a lo que saben.

El gas es un combustible que invariablemente libera anhídrido carbónico, el agente principal de la catástrofe climática. Contamina menos que el carbón o el petróleo pero es que estamos en la urgente necesidad de emisiones cero no de amnistiar a un mentiroso contaminante. La medida viene a ser como echar gasolina a las llamas.

La radical oposición a la energía nuclear, base de todo lo que hoy consideramos ecológico, también se basa en que ya hace mucho, medio siglo, la desenmascaramos como mentirosa que es. Ni es barata, ni es segura, ni es necesaria. No libera CO2 pero sí los máximos de peligrosidad. No solo por la soberana injusticia que supone dejarle a las próximas 300/400 generaciones un problema que no tiene solución alguna, sino también porque son la materia prima de lo más mortífero, como armamento, que existe. Es más, mientras haya terremotos, tsunamis o dictadores no debería ser posible una sola central nuclear más y sí clausurar todas las que funcionan todavía. En definitiva poco, o nada, menos verde que una nuclear.

Por terminar con un poco de humor añado una mentira contra las mentiras. Si el gas y la nuclear son verdes yo soy el obispo de Astorga.

“Todo es verdad bajo los árboles”, acierta el enorme poeta Gamoneda en un verso que no me canso de citar. A contraponer a que “bajo techo casi todo es mentira”. La cuestión no puede resultar más fácil de argumentar. Verdad es lo que hay por si misma, lo que existe sin opiniones, interpretaciones y mucho menos manipulaciones interesadas. Interesadas, sobre todo, en doblegar hacia sus propios intereses cualquier realidad. Por eso la primera materia prima de buena parte de lo civilizado es la falsedad y la falsificación que, por estereotipos culturales, es decir autoengaño, convertimos en verdades superiores. Allá afuera, sin humanos, nada, ni nadie miente. Entre otros motivos porque nadie quiere ser algo distinto a lo que ya es.

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