Rumbo Inversor
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Oferta monetaria: cuando nos pasamos de listos
“¿Hay máquinas que hacen billetes?” preguntó sorprendido mi hijo de 7 años al ver las imágenes de fondo de un telediario
“¿Hay máquinas que hacen billetes?” preguntó sorprendido mi hijo de 7 años al ver las imágenes de fondo de un telediario. Unos meses después, en su carta a los reyes magos de las pasadas navidades, pidió una “máquina para hacer dinero.” Por supuesto no quería una de juguete, quería una de verdad. Había dado con la clave de lo que necesitaba para conseguir todos los juguetes que quisiera.
No muy lejos de ese razonamiento es al que hemos llegado como sociedad. También hemos descubierto la fuente de la eterna riqueza: la Teoría Monetaria Moderna (MMT por sus siglas en inglés). Para sanar todos los problemas de cualquier caída de actividad aplicamos un único remedio: incrementar la oferta monetaria vía intervención de los bancos centrales. Y para combatir los efectos secundarios de esta medicina, la inflación, tenemos otra herramienta: subir impuestos.
Estamos ante el sueño de los políticos más intervencionistas: por un lado, inyectamos dinero a la economía de la manera que consideramos más adecuada y por otro, extraemos dinero de la economía con más impuestos. Además, podemos seleccionar quiénes van a ser los destinatarios del dinero y quiénes van a pagar más impuestos.
Actualmente estamos eligiendo financiar del déficit del Estado comprando deuda pública con el balance de los bancos centrales
Actualmente estamos eligiendo financiar del déficit del Estado comprando deuda pública con el balance de los bancos centrales y, según parece, la intención es subir impuestos a “los más ricos” y a las empresas. Aclaro que me refiero a la política económica de occidente, no a la de un país concreto.
Con la mentalidad de un niño de 7 años, podemos concluir que hemos resuelto el problema y que ya no hay nada más de lo que preocuparse. Sin embargo, a la mayoría de los mayores de esa edad algo nos huele a chamusquina, pensamos que no puede ser tan fácil. Y así es, falta meter en la ecuación la reacción de los agentes económicos ante este tipo de políticas.
En siglos pasados, cuando se empezaba a imprimir dinero, todo funcionaba bien durante un tiempo relativamente largo. En ese momento los políticos se creían muy listos y parecía que los demás eran tontos. Las consecuencias vinieron después, cuando no se pudo evitar la hiperinflación. En esas situaciones, las subidas de precios no se generan por escasez de oferta ni por incremento de la demanda, sino por desconfianza en la divisa que se utiliza, que se deprecia respecto al resto de activos.
Actualmente, los bancos centrales sostienen que no financian a los Estados porque no compran deuda pública en el mercado primario. Esta es la primera gran mentira que no se cree ni uno de los que trabajan en estas entidades. La segunda es negar la inflación teniendo en cuenta únicamente la evolución de los precios de los productos de consumo (IPC) y asegurando que es algo puntual. Después, probablemente, llegarán las subidas de impuestos con el pretexto de enfriar la economía e inflación. Por ese camino, enfriarán lo primero, pero no lo segundo.
Con estas políticas, estamos labrando la desconfianza futura en las divisas fiduciarias. Precisamente dicha confianza, que aún mantenemos, ha sido imprescindible para poder aumentar el endeudamiento y hacer frente al parón de la actividad provocado por la pandemia sin generar un caos económico y social.
La mejor forma de sostener la confianza en las divisas fiduciarias es subir los tipos de interés, con todos los inconvenientes que ello conlleva. No es necesario ni conveniente subir los tipos al 20%, como hizo el presidente de la Reserva Federal Paul Volcker a principios de los años 80, pero convendría no seguir echando más leña al fuego. Es preferible subir un poco los tipos de interés ahora, que tener que subirlos mucho más después.
“¿Hay máquinas que hacen billetes?” preguntó sorprendido mi hijo de 7 años al ver las imágenes de fondo de un telediario. Unos meses después, en su carta a los reyes magos de las pasadas navidades, pidió una “máquina para hacer dinero.” Por supuesto no quería una de juguete, quería una de verdad. Había dado con la clave de lo que necesitaba para conseguir todos los juguetes que quisiera.