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Gonzalo de Cadenas-Santiago

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En el patio trasero de Europa (otra vez)

Putin, como afirma Dmitri Trenin, del Centro Carnegie de Moscú, tiene cuatro opciones reales. Intervenir, la inacción, apuntalar al presidente o expulsarlo

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(Reuters)

Más de dos semanas después de que el presidente Alexander Lukashenko fuera declarado ganador de las elecciones presidenciales amañadas de Bielorrusia con un improbable 80% de los votos, su régimen sigue en crisis. Lukashenko está buscando ayuda y, pese a decir que ha obtenido garantías del presidente Putin, Moscú reitera que su acuerdo es proporcionar "asistencia integral para mantener la seguridad en “Ucrania” -perdón: “Bielorrusia"- pero bajo los términos del Tratado de la Unión entre los dos países (que especifica la ayuda sólo contra amenazas externas). Dicho y hecho: Lukashenko afirma que las protestas están orquestadas por "actores extranjeros" y que "las tropas de la OTAN se arrastran a nuestras puertas".

Putin, como afirma Dmitri Trenin, del Centro Carnegie de Moscú, tiene cuatro opciones reales. La primera, la intervención militar, ya sea para apoyar a Lukashenko o para unir a la fuerza a los dos estados, lo que sería enormemente contraproducente. Convertiría a un vecino amistoso en uno hostil y, posiblemente, resultaría en una resistencia prolongada a la presencia rusa. También sería un acto profundamente antidemocrático que desestabilizaría aún más la región, aumentaría las tensiones con la OTAN y resultaría en nuevas sanciones a Moscú. La segunda opción es la inacción, a sabiendas de que Lukashenko caería, y con la esperanza de que su sucesor quisiera mantener estrechos lazos con Moscú. Pero la violencia y un vacío de poder podrían seguir su partida, dejando a Moscú sin otra opción que la de intervenir militarmente, con las consecuencias expuestas anteriormente. La tercera opción es apuntalar a Lukashenko sin el uso de la fuerza militar. Sin embargo, esto haría a Rusia cómplice de un régimen condenado, fomentaría el odio hacia Moscú y, seguramente, dirigiría las simpatías de los bielorrusos hacia Occidente. La cuarta opción es gestionar una transferencia de poder en Minsk, empujando a Lukashenko al exilio, lo que ayudaría a la instalación de un respetado liderazgo provisional, y luego así aseguraría unas elecciones más legítimas a su debido tiempo.

Foto: Imagen de la protesta contra Lukashenko. (EFE)

La cuarta opción parece representar el mejor resultado para Moscú. El 19 de agosto, el Consejo Europeo declaró que no reconocía los resultados de las elecciones, pero optó decididamente por no hacerse eco del llamamiento de la oposición a repetir las elecciones, ofreciendo en cambio "acompañar una transición pacífica del poder". Putin ha querido desde hace mucho tiempo poner fin a la independencia de Bielorrusia. Su oferta de una unión formal el año pasado fue rechazada por Lukashenko, en parte por la insistencia de este último en mantener a Moscú a distancia. Esta crisis podría, en teoría, presentar a Putin la oportunidad ideal para lograr un renovado objetivo de largo plazo: la gran Rusia. La UE y occidente, mientras tanto, ni están ni se les espera (Westlessness).

Más de dos semanas después de que el presidente Alexander Lukashenko fuera declarado ganador de las elecciones presidenciales amañadas de Bielorrusia con un improbable 80% de los votos, su régimen sigue en crisis. Lukashenko está buscando ayuda y, pese a decir que ha obtenido garantías del presidente Putin, Moscú reitera que su acuerdo es proporcionar "asistencia integral para mantener la seguridad en “Ucrania” -perdón: “Bielorrusia"- pero bajo los términos del Tratado de la Unión entre los dos países (que especifica la ayuda sólo contra amenazas externas). Dicho y hecho: Lukashenko afirma que las protestas están orquestadas por "actores extranjeros" y que "las tropas de la OTAN se arrastran a nuestras puertas".

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