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Luces y sombras del acuerdo de inversión entre Europa y China
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Alicia García Herrero

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Luces y sombras del acuerdo de inversión entre Europa y China

No cabe duda de que cualquier acuerdo de liberalización —sea comercial o de inversiones, como en este caso— en un mundo cada vez más proteccionista es siempre una buena noticia

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Después de más de siete años de negociaciones, la Unión Europea y China llegaron a un acuerdo final sobre el Tratado de Inversión (CAI, acrónimo de Comprehensive Investment Agreement) justo un día antes de la fecha límite que ambas partes se habían impuesto, el 30 de diciembre. No cabe duda de que cualquier acuerdo de liberalización —sea comercial o de inversiones, como en este caso— en un mundo cada vez más proteccionista es siempre una buena noticia. Además, para una Europa paralizada por la pandemia, la firma de este acuerdo puede servir como muestra de que la Comisión Europea sigue tratando de abrir mercados para las empresas europeas. Por último, el hecho de que el país con el que estamos abriendo mercados sea la segunda economía más grande del mundo, pero también la que se encuentra en competición directa con el principal aliado y socio comercial e inversor europeo —los EEUU—, se lee en Bruselas como una muestra clara de la autonomía estratégica de la Unión Europea.

Todas estas luces, por desgracia, no están exentas de sombras. Más allá del tema más criticado hasta la fecha, que se centra en la falta de un compromiso claro por parte de China en cumplir con los acuerdos internacionales en el ámbito de derechos de los trabajadores, las sombras se extienden a aspectos más económicos del acuerdo. Los aspectos económicos clave son el acceso al mercado chino para las empresas europeas, así como las garantías de igualdad de condiciones para las empresas extranjeras en el mercado chino, lo que en inglés se viene a llamar ‘level playing field’. Con base en estos dos criterios, la pregunta es si el CAI cumple con esas expectativas. La respuesta, obviamente, depende de las expectativas de cada uno y de las diferencias existentes en acceso al mercado y ‘level playing field’ entre China y la UE antes de la firma de este tratado. Cuanto mayor esa diferencia —a favor de China—, más cambios deberíamos esperar para rebalancear nuestra relación económica con China.

Foto: Joe Biden, en una fotografía de archivo.

En cualquier caso, como las expectativas son subjetivas, centrémonos en esas diferencias. Es innegable que la UE ofrece un grado de apertura a su mercado a las empresas chinas que las empresas europeas no han tenido en China ni antes ni después de la firma de este tratado. Con el mismo, se han conseguido mejoras puntuales en algunos sectores, pero realmente en muy pocos las empresas europeas pueden tener control de sus actividades en China gracias a este tratado, en concreto, vehículos eléctricos y hospitales privados. El resto de concesiones siguen siendo por debajo del 50%, como telecomunicaciones y servicios de 'cloud', entre otros.

En cuanto al ‘level playing field’, el acuerdo mejora el grado de transparencia en la información que las empresas chinas deben de ofrecer sobre subsidios y, en el caso de las empresas públicas, de sus actividades comerciales. Esa información puede facilitar la apertura de casos contra empresas chinas en la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero el acuerdo no cuenta con mecanismos 'ad hoc' de resolución de conflictos en el ámbito de los subsidios. En términos más generales, el mecanismo de resolución de conflictos que prevé el acuerdo es de Estado a Estado, por lo que realmente parece difícil que pueda utilizarse en casos excepcionales por el calado político que conlleva.

Foto: Foto: Reuters. Opinión

A las sombras, se añaden las dudas sobre la reacción de nuestro mayor socio comercial e inversor en Europa: los EEUU. La nueva Administración Biden ha repetido en numerosas ocasiones que pretende acompañarse de sus aliados en lo que se refiere a China, y sin duda va más allá de los temas de seguridad y entra en los económicos. Uno muy importante es el funcionamiento de la OMC. Si el acuerdo entre la UE y China puede servir de revulsivo para una reforma de la OMC en la que China asuma más obligaciones, lo más probable es que sea bienvenido por la Administración Biden. Por el contrato, si este acuerdo aumenta la dependencia europea de China o facilita el acceso chino a sectores clave, facilitando su ascenso tecnológico, no cabe duda de que EEUU lo hará pesar —como 'primus inter pares' que es— en sus relaciones con Europa, y mucho más en el ámbito de la seguridad.

En resumen, la firma de este tratado de inversión con la segunda economía del mundo sin duda tiene luces de taquígrafo, pero también sombras, y riesgos de gran calado. Solo el tiempo dirá si la Comisión Europea, empujando el acuerdo para llegar a la meta propuesta en medio de una pandemia y con los Estados miembros mirando a otro lado, ha hecho lo correcto.

China ya se ha protegido, al apurar una ley de seguridad nacional el 19 de diciembre, justo antes de que se apruebe la CAI, para defenderse de la inversión extranjera siempre que dañe la seguridad nacional de China. La pregunta es si la UE se atreverá ahora a continuar con sus esfuerzos para proteger su mercado de la competencia desleal mediante la legislación contra las subvenciones extranjeras y, en términos más generales, con otras medidas que la UE hubiera pensado tomar para proteger su mercado de posibles distorsiones provenientes de la interacción con una economía con un modelo de capitalismo de Estado del tamaño de China.

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Después de más de siete años de negociaciones, la Unión Europea y China llegaron a un acuerdo final sobre el Tratado de Inversión (CAI, acrónimo de Comprehensive Investment Agreement) justo un día antes de la fecha límite que ambas partes se habían impuesto, el 30 de diciembre. No cabe duda de que cualquier acuerdo de liberalización —sea comercial o de inversiones, como en este caso— en un mundo cada vez más proteccionista es siempre una buena noticia. Además, para una Europa paralizada por la pandemia, la firma de este acuerdo puede servir como muestra de que la Comisión Europea sigue tratando de abrir mercados para las empresas europeas. Por último, el hecho de que el país con el que estamos abriendo mercados sea la segunda economía más grande del mundo, pero también la que se encuentra en competición directa con el principal aliado y socio comercial e inversor europeo —los EEUU—, se lee en Bruselas como una muestra clara de la autonomía estratégica de la Unión Europea.

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