Crónicas de tinta y barro
Por
Europa, el mejor sitio para vivir si eres pobre y quizá no lo sabes
La sociedad europea parece frágil, vieja, enfadada, llena de dudas y quejosa, pero debería ser consciente de que vive en un jardín que no tiene réplica en ningún lugar del mundo
El 21 de noviembre de 2013 comenzaban las protestas en la Plaza Maidan de Kiev tras el sorprendente anuncio en el Parlamento del primer ministro de Ucrania, Mikola Azarov, de no firmar el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea. “Pueden gritar todo lo que quieran. Ya sabemos que pueden gritar”, dijo desafiante el mandatario como reproduce el documental titulado 'Winter on fire'. Y la gente gritó, mucho, en las calles, hasta dejarse apalear o morir por un anhelo que envolvían en dos banderas: la ucraniana y la europea.
¿Por qué alguien querría en plena crisis económica luchar hasta perder la vida en las calles para poder formar parte del club de la 'decadente' Unión Europea? Quizá porque Europa es el 'mejor' sitio del mundo para vivir, especialmente si eres pobre. Y las revoluciones las hacen los pobres y las clases medias que se empobrecen. ¿Eso significa que en la UE no hay miseria, corruptelas o injusticias? No. Todo eso lo hay, desde luego en menor proporción que en buena parte del planeta en casi todos los apartados, porque todo eso lo hay en el ser humano.
El viejo continente es, de hecho, casi una isla, en medio de este planeta fantástico y cabrón, de derechos humanos, servicios públicos y libertades. En la lista de 2021 que elabora Transparency International de los 10 países mejor valorados sobre la lacra de la corrupción, 8 son europeos y los otros dos son Nueva Zelanda y Singapur.
Pero muchos europeos no conocen esa otra realidad o viven demasiado bien para valorarla. En Europa la pobreza y violencia se conciben como una dolencia o un vicio. En buena parte del mundo son rutina. “A mí me hace reír cuando ustedes los europeos se quejan de cómo viven”, que me resumió una vez un salvadoreño en 2016. Él no podía dar por descontada ni la vida porque en su país, de 6,3 millones de habitantes, hubo 5.728 asesinatos aquel año. En España, con una población de 46 millones, hubo 294.
Y sin embargo, cuando retorné a Europa en 2019, a Roma en este caso, tras vivir entre Sudáfrica, Mozambique y México nueve años, me pareció regresar a una sociedad frágil, vieja, enfadada, llena de dudas, quejosa y con una población capaz de demoler un sistema que pese a sus defectos, desde fuera, se contempla como casi único. Quizá la pandemia y la Guerra de Ucrania hayan revivido un proyecto muy amenazado, o quizá este sea el final de un largo sueño de medio siglo.
El 'Fixit' y la OTAN
Dicen que para valorar algo quizá hay que poderlo perder o haberlo perdido. La libertad es algo que en Europa se da por descontado hasta que una mañana te levantas, enciendes la televisión y ves decenas de tanques cruzando una frontera que podría ser la tuya.
La mañana del pasado 4 de diciembre, en las escaleras del edificio del parlamento de Helsinki, a -12 grados centígrados, un grupo de personas se manifestaban junto a una pancarta que ponía 'Fixit'. Representaban el movimiento finlandés que aboga por dejar la Unión Europea. El movimiento empezó a tener una fuerza significativa en 2016 y ha realizado desde entonces periódicas manifestaciones en contra de la pertenencia al club de Bruselas. Pregunté a uno de los jóvenes que encabezaba la propuesta las razones de querer salir de Europa y me habló de que “Finlandia ha perdido su moneda, lo que es muy perjudicial para nosotros, y ha perdido su soberanía. Nuestros impuestos se destinan a pagar deudas de otros estados europeos”.
El movimiento soberanista finlandés, en uno de los países más saludables de la UE, ha alcanzado cuotas máximas de alrededor del 20 y 30%. El rechazo se ha ligado generalmente a los movimientos soberanistas de extrema derecha, como ha pasado en buena parte de Europa. En febrero de 2021, una encuesta encargada por el Parlamento Europeo en todos los estados miembros cifraba que un 60% de los finlandeses pensaban que la UE iba por mal camino. Era el país más crítico de los 27, pese a que aún un 69% mantenía que pertenecer a la UE era positivo por un 30% que manifestaba que no.
En política exterior, Finlandia ha tenido históricamente una 'obligada' postura neutral por ser fronterizo con el gigante ruso, que terminó con su entrada en la UE y el comienzo de su cooperación militar con la OTAN tras la caída de la Unión Soviética. Hasta el reciente ataque ruso a Ucrania la OTAN no era un asunto que preocupara a los finlandeses. Sin embargo, pusieron sus barbas a remojar -como los suecos- al ver el ataque de Moscú a su vecina Ucrania y se han iniciado movimientos para ingresar en la organización militar occidental. En ambos países, según recientes encuestas, el apoyo a la OTAN se sitúa en torno al 53%. ¿Qué votarían hoy muchos de los que reclamaban salir de la UE?
La nueva patria de las ideas
La UE la han puesto especialmente en riesgo los extremos políticos y el renacer de los nacionalismos. Ver la estrecha relación de la extrema derecha alemana, francesa, italiana, húngara, polaca… con el presidente ruso Vladimir Putin ha sido chocante durante los últimos años. Ver a ciertos grupos de ultraizquierda europea no posicionarse con Ucrania o, al menos, intentar hacer co-responsables de lo que ocurre allí a la OTAN y EEUU, lo es también. Ver a un grupo neonazi alemán que no se levanta en el Parlamento a aplaudir al embajador de Ucrania, representante de un pueblo que sufre un ataque de Moscú, mientras lo hace toda la izquierda, apunta a que quizá los análisis geopolíticos deben actualizarse.
La II Guerra Mundial y la Guerra Fría como referentes de la política actual no parecían servir ya para explicar la política interna hasta que ha llegado Putin y ha dejado a muchos con la cabeza bajo tierra y a otros sin saber qué hacer con sus viejos pósteres antiimperialistas. En esos extremos hoy se ha revuelto todo porque el mundo parecía ir hacia un nuevo nacionalismo que no tiene que ver con el pasaporte sino con las ideas. Es la nueva patria de internet en la que se conforman patriotas que no han nacido donde tú, sino que piensan como tú.
En el primer mitin conjunto de la historia de toda la ultraderecha europea -que cubrí en Milán antes de las elecciones de 2019, con un exultante Matteo Salvini como anfitrión y una Marine Le Pen como estrella invitada-, entendí que el punto en común de todos ellos era atacar a la Unión Europea. Todos los líderes que fueron subiendo al estrado se daban abrazos, se halagaban y hablaban de tener un objetivo común que consistía en demoler el único verdadero punto de encuentro que les hacía estar allí. “Debemos liberar Europa de la ocupación de Bruselas”, soltó Salvini, el reconocido hasta hace unos días admirador de Putin y Trump, ante sus colegas extremistas de Bulgaria, Holanda, Estonia, Dinamarca, Austria, Alemania o Francia.
Y todos aplaudieron en una escena que en parte parecía cómica. Era como brindar en una cena con tu compañero de mesa por no tener que volver a cenar con él. Ellos hablaban de reformar Europa, no de demolerla, pero en realidad su mensaje soberanista lleva implícito regresar a una Unión de mínimos. Sin una UE unida, sin una soberanía compartida por Bruselas, todos esos países vuelven a ser una sucesión de pequeños estados con luchas e intereses propios. ¿Qué intereses han compartido Italia y Francia en la historia reciente sin la UE y cuáles compartirían en el futuro?
Un jardín y una jungla
“Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín tenemos que espabilar”, decía el Alto Representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, es una reciente entrevista en el periódico El Mundo.
A algunos esas palabras le suenan a esa suficiencia europea de los dos últimos siglos en lo que el viejo continente dominó y colonizó medio planeta. Pero las palabras de Borrell no parece que hablen de la Europa de la Conferencia de Berlín repartiendo África, ni de la Guerra del Opio en China. Habla de un esfuerzo europeo por construir hoy, tras aniquilarse en dos guerras mundiales, un espacio común de bienestar y libertades por encima de nacionalismos y cicatrices del pasado. Uno puede estar en contra, puede preferir regresar a los viejos estados, creer que esto es un mercado que trafica lavadoras o molestarle que Bruselas decida cuántos tomates se pueden cultivar en El Algarve, pero la UE es el proyecto más ambicioso de encuentro entre seres humanos de nacionalidades diversas que se ha construido.
No sé cuánto son conscientes los europeos del jardín que es esta UE en la que han vivido los últimos años. No significa que no haya cosas marchitas y que mejorar, pero en la Unión Europea, con algunas diferencias y matices entre los países, hay una seguridad callejera más que razonable, una justicia independiente, pensiones para los ancianos, leyes iguales para hombres y mujeres, derecho al voto, en muchos lugares sanidad gratuita o con co-pago, educación gratuita o becada, transporte público de alta calidad subvencionado, libertad de prensa y de asociación, reconocimiento a los derechos de las minorías, ayudas a los inmigrantes, libertad de credo, libertad sexual, luz, agua potable, abastecimiento de todo tipo de productos, un mundo cultural libre y amplio sin tabús, deporte profesional y amateur, buenas carreteras, una policía fiable, ayudas a los más necesitados, bomberos bien equipados y ambulancias con desfibriladores.
En la mayor parte del mundo no existe algo así, sumado todo como pasa en Europa.
Yo vivo ahora en Roma, puede que la capital europea con los peores servicios públicos que conozco, y sin embargo con prestaciones muy superiores a las de la gran mayoría de ciudades que he vivido o viajado fuera de Europa. En general me refiero, porque en los barrios ricos de Ciudad de México, Beirut, Hong Kong o Ciudad del Cabo la calidad de vida puede ser superior a la caótica Roma, el problema es cómo viven millones de personas hacinadas en los colindantes barrios pobres.
La Guerra del Fletán
Una Europa descentralizada y vaciada de poder, como pretenden los partidos ultranacionalistas nacidos bajo el paraguas el 'America First' o de los movimientos antisistema, se basa en la nostalgia de que todo tiempo pasado es mejor. Los movimientos nacionalistas tiran de la vieja historia para rememorar hazañas de los libros de historia. Luego llega la realidad del mundo ahí fuera y la bofetada es sonora: “¿Eres español? Ah, de ese país tan pequeñito y gracioso”, me dijo la corresponsal china de la CCTV en México. No bromeaba, ni intentaba ser condescendiente, sino agradable. Para China, España es un simpático país pequeñito donde la mayor parte de la población quizá conozca al Real Madrid, Barcelona y Rafa Nadal.
Ha pasado todo muy rápido y más rápido apunta a pasar lo que viene. En 2019, estaba en Macao, viendo los restos de la vieja catedral portuguesa y los 'pasteis de nata' en los escaparates, y costaba pensar que hasta 1999 era Portugal el que tenía una colonia en China. El PIB portugués tiene más o menos hoy 231 miles de millones de dólares y el de China alrededor de 15 billones de dólares. Sin embargo, la renta per capita de un chino es 10.500 dólares y la de un portugués 22.400.
Pero la renta per cápita no importa nada en un conflicto internacional, importan otras cosas. “No se engañen, cuando llegan los problemas serios tampoco importa el dinero, importan los barcos de guerra y Canadá tiene más que España”, que nos resumiera en 1995 un genial catedrático de Economía de la Universidad Complutense de Madrid sobre un conflicto pesquero por el fletán que enfrentó a ambos países. Los canadienses apresaron a un pesquero español. España mandó una fragata. Canadá sacó varios buques de guerra y amenazó con disparar a los barcos españoles en lo que pareció una declaración de guerra. Fue la intervención y presión de la UE la que solucionó el conflicto.
Es con esa Canadá, China, EEUU, India, Sudáfrica, Indonesia, Marruecos, Argelia, Brasil, México, Nigeria, Qatar… con los que deberían negociar España, Italia, Bélgica, Dinamarca o Finlandia por separado si se desmonta la UE.
Regresar a la India
La sensación es que en la Europa de los pueblos muchos ciudadanos han perdido cierta perspectiva global. Todo esto se puede resumir en una anécdota. El pasado noviembre realizaba la segunda parte de un reportaje sobre okupas que en los barrios periféricos de Roma recogen y dan comida a los vecinos. Uno de los protagonistas era Mughilan Janakiraman, un inmigrante indio que lleva 20 años en Roma, casado y con una hija, que colaboraba con el proyecto tras ser uno de los beneficiarios.
La pandemia, me contó, le puso contra las cuerdas al quedarse sin su trabajo de camarero.
Entonces se fue a trabajar en una frutería del mercado, donde le explotaban sin salario, y aprendió el negocio del reparto de comida. Decidió abrir él su propio puesto y empezar a repartir fruta y verduras a los vecinos, junto a una mozzarella que va a buscar a la fábrica para ahorrar costos. Trabaja los siete días de la semana. En un momento de la conversación me dijo: “Mi mujer con la pandemia se empezó a quejar de todo. Estaba siempre lamentándose. Entonces decidí comprarle un billete de avión y que regresara de nuevo a la India unas semanas para que recordara la realidad de la que venimos. Nuestras familias son muy humildes. Regresó a Roma cambiada”.
El 21 de noviembre de 2013 comenzaban las protestas en la Plaza Maidan de Kiev tras el sorprendente anuncio en el Parlamento del primer ministro de Ucrania, Mikola Azarov, de no firmar el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea. “Pueden gritar todo lo que quieran. Ya sabemos que pueden gritar”, dijo desafiante el mandatario como reproduce el documental titulado 'Winter on fire'. Y la gente gritó, mucho, en las calles, hasta dejarse apalear o morir por un anhelo que envolvían en dos banderas: la ucraniana y la europea.