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El cizañador de Putin: ¿dejará Moscú que Turquía avance en Siria si sabotea a la OTAN?
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Ilya Topper

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El cizañador de Putin: ¿dejará Moscú que Turquía avance en Siria si sabotea a la OTAN?

El éxito del farol de Erdogan con su bloqueo a la entrada de Finlandia y Suecia depende de que Putin sea un hombre de palabra y no de los cálculos geopolíticos del Kremlin

Foto: Los presidentes de Rusia y Turquía reunidos en Sochi en 2021. (Reuters)
Los presidentes de Rusia y Turquía reunidos en Sochi en 2021. (Reuters)

Toda crisis es una oportunidad, suelen afirmar los manuales de autoayuda. Para muchos gerentes de multinacionales, el descalabro bancario de la última década, primero, y la covid, después, ha sido una oportunidad para despedir a personal y subirse el sueldo propio. Para las empresas de gasolineras de Alemania, el encarecimiento del petróleo por la guerra de Rusia en Ucrania y la bajada de impuestos adoptada por Berlín ha sido una gran oportunidad para aumentar su margen de ganancias. Hay mucho pescado en ese río revuelto que es la guerra. Y Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, no va a ser menos: ha lanzado una red de cerco de gran envergadura para arrimar todas las sardinas a su ascua. Especialmente ese pez gordo que es Siria.

Da gusto un político que no oculta sus intenciones. Hacia finales de mayo, Erdogan anunció su propósito de lanzar una nueva invasión de Siria, la cuarta desde 2016. "Abriremos una nueva página en el establecimiento de una franja de seguridad de 30 kilómetros en nuestra frontera sur", proclamó. "Vamos a limpiar de terroristas Tel Rifat y Manbiy", dos regiones al norte y noreste de Alepo en manos de milicias kurdas. Y lo ligó directamente al veto pronunciado días antes contra el ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN: "Veremos quién apoya las medidas de seguridad legítimas de Turquía, veremos quién intenta ser un obstáculo. La postura de Turquía respecto al ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN no es oportunismo, sino una cuestión de principios de lucha contra el terrorismo". Lo dijo así de seguido, en una frase, para dejar claro a sus socios en Bruselas cuál es el precio a pagar para permitir a la Alianza Atlántica cerrar el coso alrededor del Báltico.

Foto: El presidente de Turquía, Erdogan, en la sede de la OTAN. (Reuters/Yves Herman)

Porque este probablemente sea el precio de verdad. En público, todos los portavoces turcos, de Erdogan para abajo, reiteran que Suecia —Finlandia no tanto, pero ya que estamos, se mete en el mismo saco— es un una incubadora de terroristas, en referencia a los militantes del PKK, la guerrilla kurda de Turquía y que no puede ser que un país aliado permita a este tipo de gente dar discursos hasta en el Parlamento, que no extradite ni a los que están en busca y captura en Turquía y que se niegue, además, de tipificar como organización terrorista a las milicias kurdas de Siria, el YPG, cuando todos sabemos que son uña y carne con el PKK. Y que encima tenga impuesto un embargo de armamento a Turquía.

Pero decenas de discursos de "no puede ser" no se han traducido en una lista precisa de qué pide Ankara a cambio de retirar el veto. Dice el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, que se ha entregado una petición escrita, pero debe de ser un documento secreto, porque desconocemos el contenido. Y cabe una razonable duda de que coincida con los discursos públicos. Porque es obvio que ningún Gobierno sueco puede decidir a quién extraditar, para eso están los tribunales. Erdogan puede creer que la Judicatura de un país europeo es como la suya propia, pero un ministro sabrá que hay cosas que un Ejecutivo sueco no puede hacer. No porque no quiera, porque tenga principios o tema jugarse la reelección, sino porque no tiene potestad para hacerlo. Y si hay que esperar a que el Parlamento de Suecia apruebe leyes contra la libertad de expresión, más vale firmar la rendición preventiva ante Putin.

Siempre cabe la posibilidad de que Erdogan realmente no sepa en qué mundo vive y nadie se atreva a explicárselo, que es una convicción bastante común en Turquía, pero hasta ahora, incluso sus apuestas aparentemente absurdas —como la de bajar los tipos de interés en tiempos de inflación— han revelado más una estrategia de perseguir el poder a toda costa que una ignorancia de cómo funcionan las cosas: la inflación hace circular el dinero y crea a corto plazo, digamos antes de unas elecciones, una ilusión de crecimiento; pisar el freno causa despidos y desilusión. Visto el historial del ya veterano político, es difícil imaginar que la carta a Estocolmo contenga condiciones imposibles de cumplir.

Salvo, claro, que Erdogan quiera que las condiciones sean imposibles de cumplir y que la adhesión de Suecia y Finlandia se aplace a las calendas griegas. A Turquía esto no le supone ninguna ventaja. A Putin sí.

Es perfectamente posible que Erdogan no espere recibir nada de Estocolmo ni de Helsinki, y ni siquiera de Washington, pero si de Moscú. Aunque una adhesión rápida de Suecia y Finlandia no influiría directamente en la situación de la guerra en Ucrania desde el punto de vista militar, sí proyectaría en toda Europa una imagen de unidad decidida de la OTAN como alianza ineludible ("si hasta los suecos se afilian..."). El bloqueo turco hace cundir la sensación contraria: la OTAN es un cuerpo incapaz de ponerse de acuerdo consigo mismo. Y no tardarán en surgir rencillas entre quienes piden dar a Turquía al menos algo de lo que pide y quienes aprovechan para reforzar un frente antiturco para fortalecer su propia posición en el Mediterráneo oriental (Grecia, Francia...). Imagino a Putin como fan del personaje de Perfectus Detritus en el consabido tomo de Astérix 'La cizaña'. Lean.

Foto: El prisidente turco Erdogan durante el G20 de 2019. (Reuters/Jorge Silva) Opinión

No sabemos si ese es el trato entre Moscú y Ankara, pero si lo fuera, sabemos lo que Erdogan espera a cambio de hacer de cizañador, porque consta en todos los comunicados presidenciales turcos sobre sus conversaciones telefónicas con Putin: luz verde para su próxima campaña en Siria. Porque el problema es que Tel Rifat y Manbiy no solo están en manos de los "terroristas" kurdos. Desde la tercera incursión turca en Siria, la de octubre de 2019 en Ras al Ain y Tel Abiad, el YPG ya no va por su cuenta. Atrapado entre los tanques turcos y la pared, ha franqueado la entrada de unidades regulares sirias y blindados rusos a todas sus plazas fuertes: Kobani, Manbiy, Tel Rifat (de Qamishli nunca se fueron). Una campaña contra el YPG ahora significa disparar contra tropas de Asad y contra coroneles rusos. Salvo si se retiran antes, claro.

¿Se retirarán? Quizás a Putin le convenga. Dar la orden de dejar al YPG en la estacada es atraer a Turquía aún más a su bando y evitarse cualquier conflicto en el frente sur, ahora que está enzarzado en Ucrania. O quizás no le convenga tanto, porque a Asad no le gustará: con el YPG, que pide autonomía, no independencia, ha encontrado un modus vivendi que no podrá encontrar con las milicias islamistas patrocinadas por Turquía, decididas a acabar con un régimen que consideran hereje. ¿Dejar que avancen? No podrá impedirlo, si Rusia le quita el paraguas de su fuerza aérea, pero quizás a Putin, precisamente por estar enzarzado en Ucrania, le convenga más mantener con firmeza su cabeza de puente mediterránea, punta de lanza para una estrategia geopolítica que va mucho más lejos, abarcando ya gran parte del Sahel en África. Al fin y al cabo, los tanques turcos llevan el emblema de la OTAN, y por mucho que la OTAN no vea con buenos ojos este solo de baile de Ankara, ¿qué necesidad hay de ceder terreno?

Quizás a Putin únicamente le convenga hacer creer a Erdogan que le dará el visto bueno en algún momento. Él gana con cada día que Ankara mantenga el veto, sumiendo a Berlín, Londres, París y Varsovia en crisis nerviosas. No pierde nada por dejar a Turquía esperando. No corre riesgo de que Erdogan se enfade y retire el veto por las buenas; no puede, después de haberse marcado un farol tan rotundo.

Foto: Foto: Reuters

Pero el tiempo corre y faltan exactamente doce meses para las elecciones presidenciales y parlamentarias de Turquía, en los que Erdogan se juega absolutamente todo su futuro político y quizás hasta el personal. En algún momento antes de junio de 2023, si Putin no le franquea al menos el camino a Manbiy, con una "victoria contra el terrorismo" que pueda vender a su electorado, Erdogan tendrá que dar el bandazo y jugar sobre el apoyo de la propia OTAN para conseguir lo mismo. Quizás ya conste en esas cartas suecas que ni extradiciones ni cambios de leyes europeas: el precio a pagar es que los países europeos al unísono respalden con armas y bagajes una triunfal entrada en Manbiy. Dándole públicamente la razón al presidente que ahora tanto critican como perseguidor de disidentes.

El miércoles pasado, el ministro de Exteriores irlandés, Simon Coveney, no parecía estar muy por la labor cuando le preguntaban en una rueda de prensa, delante de Çavusoglu: su país "no favorecería ni apoyaría" una operación turca en Siria, respondió. Todavía no. Si es la única manera de enderezar el frente báltico de la Alianza, los kurdos serán material sacrificable. A Europa, poco se le ha perdido en Siria.

Foto: El primer ministro de Hungría junto al presidente turco. (Reuters) Opinión

Pero solo si Putin quiere sacrificarlos también. Porque lo que la OTAN no puede ni quiere asumir es un enfrentamiento abierto con Rusia. No lo hace ni en Ucrania, que es el umbral de su casa, y desde luego no lo hará en Siria. Si Turquía puede conseguir un trato con Moscú, podrá hacer de su capa un sayo otomano. Pero si no, Bruselas no moverá un dedo. Más bien imaginamos que observaría con malvado y poco disimulado placer una derrota turca. Es lo que tiene hacer a la vez de aliado y de adversario. Las crisis son una gran oportunidad, sí, pero jugar contra todos tiene su riesgo. Y un río revuelto no solo trae pescado: también socava posiciones.

Al final, si la luz verde rusa para su cuarta incursión de Siria era efectivamente la apuesta de Erdogan a la hora de meter palos en las ruedas escandinavas de la Alianza Atlántica, creyendo que eran palancas para mover sus piezas en el tablero, quizás haya jugado por encima de sus posibilidades. Porque entonces, el éxito de su farol depende únicamente de Putin y ni siquiera tanto de los cálculos geopolíticos de Putin, porque Moscú no pierde nada por dejar las cosas correr. Depende de si Putin es un hombre de palabra.

Toda crisis es una oportunidad, suelen afirmar los manuales de autoayuda. Para muchos gerentes de multinacionales, el descalabro bancario de la última década, primero, y la covid, después, ha sido una oportunidad para despedir a personal y subirse el sueldo propio. Para las empresas de gasolineras de Alemania, el encarecimiento del petróleo por la guerra de Rusia en Ucrania y la bajada de impuestos adoptada por Berlín ha sido una gran oportunidad para aumentar su margen de ganancias. Hay mucho pescado en ese río revuelto que es la guerra. Y Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, no va a ser menos: ha lanzado una red de cerco de gran envergadura para arrimar todas las sardinas a su ascua. Especialmente ese pez gordo que es Siria.

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