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El mundo puede calmarse: Trump ya no quiere destruir el sistema

Independientemente de lo que opine de sus políticas, Trump ya no intenta destruir el sistema estadounidense; ahora trabaja desde dentro. El mundo debería respirar aliviado

Foto: Los asistentes siguen por una pantalla gigante el discurso del presidente estadounidense en Davos. (EFE)
Los asistentes siguen por una pantalla gigante el discurso del presidente estadounidense en Davos. (EFE)

Desde el día en que Donald Trump fue elegido presidente, he mantenido que cuando hiciera algo bien lo reconocería. Esto me ha causado problemas con algunos lectores, pero voy a hacerlo otra vez. El pasado viernes, en el Foro Económico Mundial, Trump realizó un buen discurso que fue sincero, inteligente y conciliatorio, abriendo sus brazos al mundo más que criticándolo. Sus palabras fueron muy bien recibidas en Davos, tanto por los líderes empresariales estadounidenses como por los presentes de otras nacionalidades, que en una abrumadora mayoría eran escépticos respecto a Trump.

Si el discurso representa un nuevo rumbo para el presidente, será un enorme paso hacia adelante. Pero el problema con Trump es, por supuesto, que mañana puede virar en una dirección absolutamente diferente.

La presidencia de Trump se compone de tres partes. Trump I es el circo -los tuits, las declaraciones fuera de lugar, el show al estilo 'reality' de televisión-. Trump II es el oscuro populismo y los ataques demagógicos a las minorías, la prensa y los jueces. Trump III es el presidente republicano convencional, que sigue una agenda típica -recortes de impuestos, desregulaciones y una política exterior de 'halcón', dirigida por asesores como Gary Cohn, director del National Economic Council, y el Secretario de Defensa, Jim Mattis.

Puede que el circo nos entretuviese, y deberíamos conmocionarnos su demagogia, pero Trump el Republicano debería animarnos. No digo esto porque esté de acuerdo con las ideas que propone en su agenda. Sigo pensando que el recorte de impuestos es fiscalmente irresponsable y provocará un enorme agujero en el déficit que mermará la inversión pública y transferirá recursos del Gobierno de los pobres a los ricos. Por otra parte, su empuje desregulador podría ser una importante reforma de un estado administrativo que ha crecido en exceso y es demasiado complejo. Las políticas de Trump y su retórica han, sin duda, impulsado la confianza de las empresas, algo que, como subraya el antiguo asesor económico de Obama Lawrence Summers, es el estímulo económico más barato.

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Sin embargo, independientemente de lo que usted opine de sus políticas, el punto más importante es que Trump, el Republicano convencional, ya no intenta destruir el sistema estadounidense; ahora trabaja desde dentro.

Es posible que el peso de la presidencia y los retos del puesto hayan empujado a Trump hacia una posición más serena y responsable. Pero también es posible que Trump simplemente haya decidido, por ahora, ponerse de lado de sus asesores más moderados. A menudo el presidente parece ser una inestable mezcla de 'Trumps', el I, II y III, en un mismo día, cuando tuitea sobre absurdeces pueriles o critica a instiituciones democráticas pero a la vez promueve leyes 'sensibles'. Incluso en Davos, el presidente no pudo reprimirse: atacó a los medios de comunicación y realizó declaraciones falsas o engañosas.

El estado de ánimo en el Foro Económico Mundial es generalmente un buen indicador porque, mientras Davos supone una reunión de élite de líderes empresariales, también incluye a personalidades de la política, ONGs, empresas sociales y medios de comunicación. El Foro es un 'cuadro' global y certero de personas de todo el mundo, mucho más que otras conferencias a las que he asistido.

Y los ánimos este año en Davos eran optimistas. El mundo está experimentando un crecimiento global sincronizado, una situación muy insólita. La economía de EEUU resuena, Europa está consiguiendo una sólida recuperación y Japón lleva (y esto no se esperaba) siete trimestres de crecimiento consecutivos. China continúa aumentando su poder, India está emergiendo y en América Latina abundan las historias de éxito, al igual que en África. Los mercados lo reflejan. Casi todos suben a la vez -acciones, bonos, mercado inmobiliario, petróleo-.

Sin embargo, bajo este buen humor hay inquietud. En parte, porque aún se recuerda el optimismo que reinaba justo antes de la recesión mundial. También porque mientras las economías globales parecen razonablemente estables, la política global está agitada. El viejo orden mundial creado y liderado por EEUU se está erosionando, y nuevas potencias están subiendo al escenario, la mayoría no antiliberales y de estrechas miras comerciales. ¿Cómo será el mundo cuando China, Rusia, Turquía e India tengan mucho más peso en la política internacional?

Foto: Soldados del Ejército chino durante unas maniobras de entrenamiento en Heihe, provincia china de Heilongjiang. (Reuters)

En este contexto, el papel, la capacidad y las intenciones de EEUU y de su presidente ocupan el centro del debate. Si en estos tiempos el presidente Trump y su Administración parecen poco comprometidos con el sistema internacional, supondría un riesgo mucho mayor ahora que en el pasado. La posibilidad de que el presidente parezca hostil al mundo, indiferente a los valores democráticos y de temperamento voluble, es especialmente peligrosa en la actualidad. Cuando el comportamiento de Trump mejora, como ocurrió en Davos, el mundo entero parece aliviarse.

No intento normalizar a Trump. Pero creo que, viendo como están las cosas, los EEUU y el mundo se benefician de esos momentos en los que Trump se comporta como un presidente normal.

Desde el día en que Donald Trump fue elegido presidente, he mantenido que cuando hiciera algo bien lo reconocería. Esto me ha causado problemas con algunos lectores, pero voy a hacerlo otra vez. El pasado viernes, en el Foro Económico Mundial, Trump realizó un buen discurso que fue sincero, inteligente y conciliatorio, abriendo sus brazos al mundo más que criticándolo. Sus palabras fueron muy bien recibidas en Davos, tanto por los líderes empresariales estadounidenses como por los presentes de otras nacionalidades, que en una abrumadora mayoría eran escépticos respecto a Trump.

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