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Antiamerica First: cómo el nacionalismo de Trump se volvió en su contra
La respuesta lógica al "America First" de Donald Trump es que el resto de países contraataquen con más nacionalismo y un odio evidente hacia las políticas exteriores de EEUU
A Trump nunca le ha interesado la política exterior. Se entusiasmó con ella cuando pensó que podía ganar el Premio Nobel de la Paz y avivó el peligro de un ataque norcoreano para hacer de mediador. Cuando se dio cuenta de que no era tan fácil, Trump perdió todo su interés. Ahora, rara vez menciona el tema.
Más allá de Corea del Norte, su política exterior ha tratado, sobre de todo, de subcontratas (un estilo familiar al de los promotores inmobiliarios). Por ejemplo, la política exterior en el Medio Oriente se subcontrata a Israel y Arabia Saudí. EEUU apoya todo lo que esos países quieran.
La política hacia los regímenes de izquierdas en Latinoamérica -Cuba, Venezuela y Nicaragua- se ha delegado en personas que se pavonean de estar al mando del ejército como el asesor en Seguridad Nacional, John Bolton, y el senador Marco Rubio. El resto del continente se gestiona a través de las lentes de la inmigración -en otras palabras, se deja en las manos del asesor presidencial Stephen Miller-.
El único aspecto común en la política exterior de Trump ha sido la fuerte respuesta nacionalista que ha generado en el extranjero. En China, el gobierno ha respondido a la ofensiva y denuncia una y otra vez las peticiones comerciales "demasiado agresivas" de EEUU.
Recientemente, la televisión pública china retransmitió un vídeo que relacionaba las tácticas actuales de EEUU con antiguos esfuerzos extranjeros para subyugar a China: “Si tú quieres una guerra comercial”, dice el presentador en el vídeo, “nosotros lucharemos hasta el final. Después de 5.000 años de viento y lluvia, ¿qué temporal no ha capeado China? El vídeo, además de ser publicado en el principal canal de noticias de China, se ha visto más de 100 millones de veces.
Washington subestima el nacionalismo
En Irán, la República Islámica ha resistido la tormenta económica de las sanciones norteamericanas. Ha sido capaz de descargar las culpas en el odio de Trump y no en el mal hacer económico del gobierno. Washington siempre ha subestimado el nacionalismo, especialmente en el caso de Irán. Muchos de los movimientos internacionales del país persa no se basan en la ideología fundamentalista chiíta, sino en su posición geopolítica.
El año pasado, Ardeshir Zahedi, que trabajó como ministro de asuntos exteriores bajo el mandato del Shah, publicó una carta abierta a Mike Pompeo, Secretario de Estado, defendiendo la política exterior de la República Islámica. Vale la pena recordar que el programa nuclear de Irán empezó bajo el mandato del Shah.
La forma en la que el gobierno de Trump trata con prácticamente todos los países genera una respuesta nacionalista y antiestadounidense. Uno de los grandes logros de la política exterior de EEUU en los últimos 30 años consistió en lograr que México pasara de ser un país revolucionario antiestadounidense a ser un socio preferente. En 2015, antes de la elección de Donald Trump. el 66% de los mexicanos tenían una visión favorable de EEUU, según una encuesta del Pew Research Center. El año pasado ese número cayó al 32%. La confianza en el presidente se hundió del 49% al 6% en el mismo periodo.
Este patrón se reproduce en casi todos los sitios del mundo. En Canadá, la confianza hacia el presidente de EEUU pasó del 76% en 2015 al 25% en 2018. En Francia es incluso peor, cayendo del 83% de confianza que se tenía en Obama a cifras ínfimas con Trump. De hecho, el informe de Pew muestra encuestas a 25 países y tan solo dos países expresaron más confianza en Trump que en su predecesor: Israel y Rusia.
Los países se están volviendo más contundentes y antiamericanos, incluso aquellos que abrazan la ideología Trump. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, dice con orgullo que él está construyendo una “democracia iliberal” en su país.
En los últimos años, Orbán ha destruido los ‘check and balances’ democráticos, demonizado a los inmigrantes (pese a que hay muy pocos en Hungría) y ha articulado una retórica anti Islam. Obama rehuyó a Orbán, pero esta semana Donald Trump recibió calurosamente a Orbán en la Casa Blanca. Pese a todo, Orbán ha rechazado muchas propuestas de EEUU y se ha alineado con China y Rusia cuando le ha venido bien.
Tiene todo el sentido del mundo. En un discurso en la Asamblea General de la ONU, Trump hizo un llamamiento por “un gran despertar de las naciones”, urgiendo a los países a primar el patriotismo y su propio interés como guías para la política exterior. La idea de Trump siempre ha consistido en una estrecha concepción del interés nacional, rechazando la idea de que puedan existir intereses internacionales más amplios y que puedan existir soluciones cooperativas exitosas para todos.
Orbán se ha dedicado a hacer lo que Trump decía que hicieran. También los chinos, los iraníes y tantos otros. Y como Estados Unidos sigue siendo la potencia mundial líder y el estilo de Trump ha sido agresivo y poco diplomático, la respuesta más sencilla es una respuesta nacionalista y antiestadounidense, alimentando la ira de la población, avivando malos recuerdos y atrapando a estos países en la mentalidad de que si uno gana el otro pierde.
Vivimos en un mundo más inestable y con menos oportunidades para EEUU. Pero esta no es más que la consecuencia lógica y directa de la filosofía "America First" de Donald Trump.
A Trump nunca le ha interesado la política exterior. Se entusiasmó con ella cuando pensó que podía ganar el Premio Nobel de la Paz y avivó el peligro de un ataque norcoreano para hacer de mediador. Cuando se dio cuenta de que no era tan fácil, Trump perdió todo su interés. Ahora, rara vez menciona el tema.