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En honor a la mentira
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Nacho Alarcón

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En honor a la mentira

Europa conoce mejor que nadie las consecuencias de desgastar la verdad y los hechos. España, como el resto del continente, está en un camino peligroso

Foto: Estatua de la justicia en Londres. (Reuters)
Estatua de la justicia en Londres. (Reuters)

Cuando es imposible tapar o cambiar la verdad, todo pasa por hacer que pierda su valor. Mentir y ensuciar tanto que ya nadie sepa qué es verdad y qué es mentira. No solo eso, sino que en cierto modo dé igual. Porque la idea no es encontrar la verdad, porque todo, hasta eso, está supeditado a un “bien mayor”, que lo es, poéticamente, solo para una minoría.

En Europa tenemos numerosos ejemplos de cómo se llega hasta ese punto y de cuáles son sus efectos. No es necesario remontarse siglos atrás. El Brexit es el resultado de un menosprecio absoluto por la verdad. En Hungría tenemos otro triste y reciente ejemplo. Es posible establecer una relación entre el estado de salud de los medios de comunicación y la transición hacia regímenes híbridos.

Son solo los últimos acontecimientos de un proceso largo y duradero, que ha llevado incluso al asesinato de dos periodistas en la Unión Europea en los últimos años, en Malta y Eslovaquia. Los ataques directos a los periodistas y campañas de acoso son el resultado de un ambiente social de crispación, polarización y odio como parte de una evolución sutil en el que se avanza hacia un escenario en el que sea difícil saber cuál es la verdad.

placeholder Una protesta por el asesinato de Daphne Caruana en Malta. (Reuters)
Una protesta por el asesinato de Daphne Caruana en Malta. (Reuters)

En cierto modo Estados Unidos nos ha mostrado el camino de lo que podía por venir. Las acusaciones infundadas a la prensa y los ataques a periodistas han llegado a Europa como parte de una deriva que alcanza su máximo esplendor con la aparición de redes de portales digitales que no tienen otra finalidad más que intoxicar, confundir, establecer una espesa niebla que impide ver nada de manera nítida.

En España no estamos libres. Desde hace tiempo el país viene desarrollando su propia red, muy rica, de portales que a izquierda y derecha dan munición a los partidos para que se aprovechen de los mecanismos de las redes sociales para radicalizar más a sus votantes y hacer su pequeña contribución a la fractura total de la sociedad. No podía ser de otra forma en una democracia tan polarizada como la nuestra, siempre sedienta para copiar las peores prácticas a la vista.

El último caso es muy reciente, cuando se ha lanzado un portal web con el patrocinio público y notorio de uno de los partidos de Gobierno. Dicha página se ha lanzado en una campaña en la que cargos públicos destacan la “independencia” de un portal dirigido por una excompañera. Esa palabra no es casual. ¿Por qué la usan? ¿Esperan que alguien crea que es independiente? No, no lo esperan, y no es lo que quieren. Lo que buscan es que la independencia pierda su valor, que todo aquel que se declara independiente tenga que lidiar con la sombra de este ejemplo. Que nada sea verdad para que la mentira pueda prevalecer.

Foto: El CEO de Facebook, Mark Zuckerberg. (Reuters) Opinión

Otras formaciones cuentan con webs que le brindan apoyo directo y sin tapujos, junto a artículos sobre supuestas violaciones por parte de inmigrantes que, por supuesto, también tienen antecedentes por yihadismo y reciben ayudas públicas de todo tipo también. Que sea mentira es lo de menos, porque ni a ellos ni a quienes más mueven esos contenidos les importa si es verdad o no, porque en una sociedad caprichosa e infantil solo es importante lo que quieras creer, en la tener la verdad de tu parte es un derecho innegable.

Esta tendencia es uno de los virus más peligrosos que acechan a Europa. En todos los países ocurre con mayor o menor intensidad. Además, la UE tiene siempre todas las papeletas para ser objetivo de este tipo de portales, porque es siempre una de las presas fáciles, y quienes dirigen estas webs no cuentan con la valentía entre sus cualidades. Y aunque la Comisión Europea hace esfuerzos con los gigantes digitales para evitar la expansión de noticias falsas por redes sociales, hay poco que hacer con los casos más sutiles en los que se busca moverse por las zonas grises.

placeholder Un quiosco durante el confinamiento. (EFE)
Un quiosco durante el confinamiento. (EFE)

Es aquí donde se demuestra nuestra debilidad como sociedad. En la incapacidad de identificar, como ciudadanos libres, quién quiere utilizar nuestra libertad para intoxicarnos. O ser capaces de identificarlo pero que nos dé igual. Es, también, culpa de un periodismo que en muchas ocasiones ha abandonado la ética a favor de las trincheras, facilitando el trabajo a aquellos que quieren que los ciudadanos no sepan diferenciar entre el periodismo y la propaganda.

En estos últimos tiempos muchos medios, incluido este, han lanzado sus sistemas de suscripción con el objetivo de poder seguir informando libremente en un ambiente cada vez más difícil. Una de las señas de identidad de las democracias es la capacidad de su ciudadanía de defender las instituciones, y los medios de comunicación libres son una de ellas. Y una de las señas de identidad de las democracias en descomposición es creer que las instituciones se defienden solas.

Cuando es imposible tapar o cambiar la verdad, todo pasa por hacer que pierda su valor. Mentir y ensuciar tanto que ya nadie sepa qué es verdad y qué es mentira. No solo eso, sino que en cierto modo dé igual. Porque la idea no es encontrar la verdad, porque todo, hasta eso, está supeditado a un “bien mayor”, que lo es, poéticamente, solo para una minoría.

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