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Un diván en el parque: salud mental y zonas verdes en Europa
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Nacho Alarcón

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Un diván en el parque: salud mental y zonas verdes en Europa

Los parques de Bruselas han ayudado a mantener la cordura. Las zonas verdes tienen que abrirse paso en otras ciudades europeas y España tiene muchos deberes pendientes

Foto: Parque de Tervuren, en Bruselas. (Reuters)
Parque de Tervuren, en Bruselas. (Reuters)

Solamente hay una forma legal de verte con más de una persona en Bruselas desde hace meses: en la calle. No siempre es cómodo y no siempre es agradable porque cualquier paralelismo entre el tiempo de Bélgica y el de Cádiz es pura casualidad. Pero es la única forma de hacerlo. La ciudad ha tomado así una nueva dimensión social, como ha ocurrido con otros aspectos como el transporte: muchas urbes europeas han facilitado la vida a los ciclistas aprovechando el parón vital de la pandemia.

Los parques se han convertido así en los esperados protagonistas. Esperados porque no ha sido una sorpresa: ya tenían un fuerte protagonismo en la vida social belga en cuanto llega el buen tiempo. Miles de personas se tumban en el césped, se montan quioscos con música en directo, furgonetas con comida, partidillos de fútbol improvisados, olor a barbacoa. Pero si durante la vida social belga normal los parques jugaron el papel del recreo veraniego, durante la pandemia han pasado a jugar un papel crucial en la salud mental del personal.

Hace poco Simon Kuper escribía en el Financial Times que los jardines de las Tullerías de París habían sido importantes durante el confinamiento para unos parisinos que tienden a vivir solos y a los que han destrozado todos sus vínculos sociales. Había ayudado a llevar mejor los efectos psicológicos del confinamiento. Y para algunos jóvenes se ha convertido en una vía de escape: las Tullerías se han convertido en el inesperado plano real de Tinder, lo que, al menos, da algo más de elegancia a la idea.

El caso de los parques belgas es distinto. No hay estética, y cuando la hay es accidental. El objetivo no es que sean bonitos, elegantes, o, en otras palabras, parisinos. El objetivo es que sean útiles. La pandemia ha terminado de desacralizar los espacios verdes de Bruselas. El Parc Leopold ha ayudado a muchos a mantener su salud mental, con sus pistas de baloncesto, sus mesas de ping pong y sus porterías de fútbol. No se trata de mantener los parques como un escaparate y un espectáculo para la vista, sino invadirlos, vivirlos, usarlos y gastarlos.

placeholder Imagen de un parque de Bruselas. (Reuters)
Imagen de un parque de Bruselas. (Reuters)

No es una novedad: los belgas tienen la costumbre de usar sus espacios públicos. Da igual que haya miles de turistas deseando ver la Grand Place vacía, o al menos poder verla: quieren hacer una fiesta de la cerveza y la hacen allí mismo, en el centro de la plaza más bonita del mundo montando una carpa que ocupa todo el espacio visual. ¿Por qué no? Es su ciudad. Ese es solo un ejemplo. No se trata de maltratar la ciudad, pero tampoco de convertirla en un museo. Pasa lo mismo con los parques.

En el Parc du Cinquantenaire cada mañana se acumulan cientos de personas haciendo deporte, jugando al fútbol, la petanca, baloncesto o corriendo por sus pistas de atletismo. En la primera ola de la pandemia la primera ministra en funciones Sophie Wilmès no solamente no prohibió salir a pasear, hacer algo de deporte o montar en bicicleta, sino que animó a ello. Si las zonas verdes ya son los pulmones de Bruselas, con la pandemia se han convertido en el diván, en el mejor y más accesible tratamiento para gestionar la ansiedad y soledad.

Durante toda la pandemia los parques han sido claves para la higiene emocional y mental, especialmente para aquellos, muchos, que viven en Bruselas solos, o que tienen en esta ciudad únicamente su vida profesional, con su vida personal en su país de origen. Y que de repente se han visto, casi de forma literal, atrapados en su oficina. Pasear y sentarse en un banco del lago del Square Ambiorix a ver los patos nadar ayuda a esa expresión que no puede encajar mejor: mantener todos los patitos en fila.

Foto: Imagen: Learte
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A diferencia de en algunos otros lugares, como ocurre en muchas grandes ciudades españolas, los parques no están pensados como un lugar alejado del centro, al que se hace una excursión de un día. Casi siempre hay un parque a unos diez o quince minutos desde prácticamente cualquier punto de la ciudad. Son pequeños, pero frondosos y desacralizados: pensados para ser utilizados, no para ser vistos. Además están los grandes parques que rodean la ciudad, como Bois de la Cambre o como el de Tervuren. Pero la mayoría son relativamente pequeños, pero siempre hay uno a mano.

En España siguen siendo lugares de excursión de fin de semana, no lugares donde desarrollar parte de tu vida y de tu actividad social diaria. Según los datos de la Comisión Europea Madrid no es de las peores situadas de España (17,6 metros cuadrados de zonas verdes por habitante): la situación es bastante peor en Barcelona (3,87 metros cuadrados). Pero es curioso que aunque en los diferentes informes la capital española no sale mal parada, no sea una ciudad en la que haya sensación de presencia de zonas verdes: la mayoría de parques se encuentran en el exterior de la ciudad, y no están habilitados para “vivirlos”, sino más bien para pasearlos (como el Capricho, o incluso el Retiro, donde no hay grandes espacios donde tumbarse o jugar al fútbol). La situación en las ciudades “medianas” españolas es bastante peor.

placeholder Una de las entradas al parque del Retiro en Madrid. (EFE)
Una de las entradas al parque del Retiro en Madrid. (EFE)

En las últimas semanas se está hablando más sobre los efectos psicológicos de la fatiga pandémica. Se enmarca en un aparente avance en la agenda pública en la que, por fin, se incluyen elementos de bienestar psicológico como parte del debate. Por eso los parques juegan un papel importante. Son muchos los datos que lo apoyan. Cientos de estudios defienden que el contacto con la naturaleza es positivo incluso en periodos cortos. Un contacto con la naturaleza de entre 20 y 30 minutos reduce las hormonas de estrés, como se señaló en un informe publicado el año pasado en la publicación Frontiers in Psychology.

Howard Frumkin, profesor emérito de Ciencias de la Salud Ambiental y Ocupacional de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Washington, señaló para la publicación de “Trust for public land” que “los datos son claros: los parques y los espacios verdes nos calman y consuelan, nos relajan y restauran, reducen nuestra ansiedad, depresión y estrés”. “En esta y en futuras pandemias, queremos combinar el distanciamiento físico y otras medidas de control de infecciones con el acceso universal a parques y espacios verdes, para ayudar a todos a superar los momentos difíciles de la manera más segura posible”, dice el profesor.

Foto: Una mujer pasea en bicicleta delante del palacio real de Bruselas. (Reuters) Opinión
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Se ha avanzado mucho en los últimos años. La Comisión Europea señala por ejemplo que las zonas verdes han aumentado un 38% en el último cuarto de siglo y que ahora el 44% de la población urbana europea vive a menos de 300 metros de un parque. Pero la misma Comisión Europea señala en su informe sobre el futuro de las ciudades que la ausencia de zonas verdes suele registrarse en los Estados miembros mediterráneos.

Ahora que la pandemia obliga a cambiar todos nuestros hábitos, aunque no sabemos por cuánto tiempo, y cuando se invita a repensar las ciudades en términos de transporte, quizás sea también el momento de que los países mediterráneos, dotados de tantas bondades, famosos por gozar de una forma distinta y más intensa de la vida, aprovechemos para abrir espacios verdes en nuestras ciudades. Porque no son un capricho.

Solamente hay una forma legal de verte con más de una persona en Bruselas desde hace meses: en la calle. No siempre es cómodo y no siempre es agradable porque cualquier paralelismo entre el tiempo de Bélgica y el de Cádiz es pura casualidad. Pero es la única forma de hacerlo. La ciudad ha tomado así una nueva dimensión social, como ha ocurrido con otros aspectos como el transporte: muchas urbes europeas han facilitado la vida a los ciclistas aprovechando el parón vital de la pandemia.

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