Las fronteras de la desigualdad
Por
Prevención y preparación. Claves para reducir el daño de riadas y huracanes sobre la población
Países frágiles sometidos a fenómenos climáticos extremos han desarrollado estrategias que salvan vidas
En comunidades campesinas de Guatemala o Nicaragua abatidas con frecuencia por lluvias torrenciales, en ciudades caribeñas sometidas al paso recurrente de huracanes, o en zonas ribereñas inundables de Asia. No ocurre en todos los lugares habitados, pero en algunas regiones del sur global las autoridades tienen establecidos planes de alarma y contingencia protocolizados, que también indican a las familias y escuelas las rutas de evacuación y prevén los sistemas de asistencia. De esta forma contienen, al menos parcialmente, el impacto sobre la población de fenómenos climáticos extremos como la DANA.
A lo largo de mi vida profesional en la cooperación internacional he conocido estos programas de Prevención y Reducción de Riesgos de Desastres, en lugares especialmente afectados por los mismos. Países con menos medios que el nuestro, combinan la experiencia internacional con el conocimiento local de la zona para establecer planes y trabajar sobre ellos, hasta que pasan del papel a ser asumidos por las instituciones e interiorizados por la población. En estos planes suele haber un foco en la infancia, como grupo de población especialmente vulnerable y que requiere de una atención singular.
Lo anterior no quiere decir que no se produzcan víctimas durante un huracán o una inundación, que no haya fallos en los sistemas o que, tras el desastre, la fragilidad de las economías afectadas lleve a un impacto social muy superior al de un país como el nuestro, que tiene la capacidad de sostener a las familias, empresas y puestos de trabajo, a través de la protección social del estado y de las redes de proximidad. También en cuanto a la recuperación de las infraestructuras. Dicho esto, los mecanismos de prevención y una buena preparación evitan miles de muertes al año.
En el caso de la DANA en Valencia, parece claro que los sistemas y planes para afrontar un desastre de este calibre o no estaban bien establecidos, o no funcionaron de manera adecuada. Por otro lado, la planificación urbanística en esta y otras zonas del litoral español no se hizo tomando en cuenta los riesgos naturales, exacerbados con el paso de los años por las alteraciones que hemos provocado en el clima y que conducirán a fenómenos tanto o más extremos que este. Estos dos hechos deben dar pie a una transformación en la forma de abordar la reducción del riesgo de desastres en las zonas de alto impacto potencial, que no son pocas.
Hay aspectos que son centrales a la hora de plantear la prevención y la preparación y que están recogidos en el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastre Naturales, aprobado en 2015, fruto de la dura experiencia de muchos países que han sufrido catástrofes de esta severidad.
El primero es comprender y tener mapas de riesgos completos, con datos actualizados frecuentemente que aseguren que se cuenta con la mejor información. Los datos son indispensables para asegurar que cualquier actuación es efectiva, que cualquier decisión está basada en evidencias. La clave aquí es la puesta al día, sobre todo en relación con desastres que son exacerbados por el cambio climático y cuya intensidad evoluciona a una velocidad cada vez mayor. A los datos que permiten elaborar las mejores predicciones, hay que sumar sistemas de medición en tiempo real adecuados a los mapas de riesgos y con información accesible para todos. Sistemas bien mantenidos y canalizados hacia las instancias pertinentes que aseguran una alerta temprana, clave para salvar vidas. Finalmente, se requiere de experiencia y capacidad para interpretar los datos de forma correcta.
Es indispensable fortalecer la gobernanza ante desastres para gestionar tanto los riesgos como las situaciones de emergencia. Los desastres no son una maldición divina. Si se conocen bien los riesgos, pueden y deben mitigarse a través de planes que afecten a las infraestructuras, la planificación urbana y el cuidado preventivo de la naturaleza, y que cuenten con todos los actores implicados.
La correcta gobernanza debe estar perfectamente articulada y testada cuando se desata un fenómeno extremo. No hablamos de tener un protocolo en un cajón, sino de planes de contingencia robustos y completos, con un árbol de responsabilidades y decisiones que no está sujeto a discusión, y que tiene el mínimo de discrecionalidad. Una emergencia es el peor momento para discutir o acabar de decidir sobre roles y responsabilidades. Al contrario, el caos es de tal calibre, que todo lo que puede ser previsto debe funcionar automáticamente y con total precisión.
Lo anterior no será posible sin una inversión suficiente, sostenida en el tiempo. Se necesitan recursos para mitigar los riesgos de desastres actuando sobre infraestructuras de aguas, costas y transporte, de vivienda y también sobre sistemas cruciales para la vida como el educativo, sanitario y energético. También es necesario contar con un marco asegurador robusto que tenga en cuenta los riesgos de desastres. Y desde luego toda la inversión necesaria en los sistemas de alerta temprana, ya descritos, y de primera respuesta a la emergencia en la escala requerida.
Prevenir cuesta dinero, pero la experiencia internacional es unánime, no hacerlo es mucho más caro, en dinero y, sobre todo, en vidas.
Todas estas intervenciones deben tener un foco en la infancia, como colectivo de especial vulnerabilidad frente a los desastres naturales. Tanto en la prevención y mitigación, como en la respuesta a la emergencia y la rehabilitación posterior, se deben respetar los derechos de la infancia y asegurar el interés superior de niños y niñas, contando para ello con personal formado en su protección. La infancia, que sufre el impacto más duradero tras un desastre, suele quedar invisibilizada en catástrofes de este tipo, cuando deben estar en el centro de las respuestas. También hay que contar con los niños y niñas a la hora de formular y testar planes de prevención y preparación.
Aunque siempre se puede aprender de la experiencia de otros países, en España hay expertos en prevención y reducción del riesgo de desastres. Existen sistemas de monitoreo, planes, unidades capacitadas para actuar en emergencias, y un estado capaz de desplegar una robusta protección social y económica para evitar una mayor hecatombe en las zonas afectadas, estableciendo redes de seguridad. Es necesario desplegar esta experiencia y capacidades de forma eficaz y con suficiente inversión, como un asunto de estado.
Hay que adaptarse a la nueva realidad, que exige más inversión y prioridad por la prevención y preparación ante desastres como la DANA
El futuro nos deparará más desastres que eran “naturales” y ahora son y serán más recurrentes y severos por el cambio climático, generado por la actividad humana. Hay que hacer mucho más para frenar las emisiones que provocan el calentamiento global y llevan a las alteraciones en el clima. Y al tiempo, hay que adaptarse a la nueva realidad, que exige más inversión y prioridad por la prevención y preparación ante desastres como la DANA. Se pueden salvar casas, negocios y escuelas. Y, sobre todo, vidas.
En comunidades campesinas de Guatemala o Nicaragua abatidas con frecuencia por lluvias torrenciales, en ciudades caribeñas sometidas al paso recurrente de huracanes, o en zonas ribereñas inundables de Asia. No ocurre en todos los lugares habitados, pero en algunas regiones del sur global las autoridades tienen establecidos planes de alarma y contingencia protocolizados, que también indican a las familias y escuelas las rutas de evacuación y prevén los sistemas de asistencia. De esta forma contienen, al menos parcialmente, el impacto sobre la población de fenómenos climáticos extremos como la DANA.
- Corresponsabilidad con la infancia desplazada que llega a Canarias Chema Vera
- La guerra, también en el Líbano Chema Vera
- Ya se te pasará Chema Vera