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La crisis del Golfo: un año de 'paz fría' en un pulso constante de egos desmesurados
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La crisis del Golfo: un año de 'paz fría' en un pulso constante de egos desmesurados

Crisis del Golfo: un año de ‘paz fría’. Un pulso constante de egos y ambiciones desmesurados. ¿Un nuevo Golfo? ¿Un nuevo Oriente Próximo?

Hace un año se dio por inaugurada la crisis más grave que ha sufrido el club de Estados del Golfo Arábigo desde su creación hace menos de 40 años. El llamado ‘Cuarteto Árabe’ (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto) imponía un embargo por tierra, mar y aire al pequeño Emirato de Qatar, acusado a grandes rasgos de financiar grupos terroristas y azuzar el sectarismo en Oriente Próximo. A lo largo de estos meses, Qatar ha demostrado su resiliencia y capacidad de adaptarse a nuevas realidades sin ceder en ningún momento a las exigencias de sus rivales. Se preparó para tal contingencia en la crisis de 2014, ante la que cedió lo necesario para rebajar tensiones, pero no para enterrarlas del todo.

En aquella ocasión contaba con una Administración estadounidense que aspiraba a mantenerse neutra. Barack Obama señaló en más de una ocasión que Arabia Saudí tenía que aprender a compartir la región: abogaba por una ‘paz fría’ entre Riad y Teherán. Lo que ya conocemos como ‘crisis del Golfo’ ha alcanzado precisamente una ‘paz fría’ entre Qatar y sus vecinos, con ramificaciones que empiezan a advertirse en distintos ámbitos.

Un enfrentamiento en tres dimensiones

El objetivo principal del bloqueo era limitar el margen de maniobra y ambiciones qataríes de desmarcarse de la línea marcada por los líderes del bloque. Convertir a Qatar en un estado del Golfo ‘tradicional’ con una política exterior proporcional a su tamaño, en una isla desde el punto de vista económico, geopolítico, e incluso físico. Cundió el pánico en un primer momento. Algunos analistas se apostaban ante cuántas demandas del ultimátum del Cuarteto cedería Qatar mientras sus ciudadanos llenaban sus despensas de productos importados y reservaban billetes de avión que les garantizaran una huida segura de Doha. Se llegó incluso a hablar de enfrentamiento armado, antes de que Estados Unidos declinara cerrar su base en al Udeid y Turquía mandara fuerzas al Emirato, pasando a formar por primera vez parte de la ecuación de seguridad del Golfo. A Arabia Saudí le interesa sin embargo mantener viva la narrativa bélica, como demuestra la carta del rey Salman al presidente francés Emmanuel Macron instándolo a evitar que Qatar se dote de un sistema de misiles antiaéreos proporcionado por Rusia.

Esta crisis y sus consecuencias se desarrollan en tres dimensiones -doméstica, regional e internacional- continuamente interrelacionadas entre sí. En primer lugar, destaca la dimensión doméstica, en la que los Príncipes Herederos de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Salman (MbS) y Mohammed bin Zayed (MbZ), se ven incesablemente impulsados a adoptar decisiones que no dejen lugar a dudas sobre su capacidad de controlar todas las riendas de sus respectivos regímenes, inmersos en procesos de cambio y transformación, cuando lleguen al trono. En un pulso constante de egos y ambiciones desmesurados, ven provocación y amenaza en las acciones del Emir Tamim bin Hamad Al-Thani, o más bien las de su padre, que aceptó abdicar en 2013 pero mantiene las riendas y apetitos alimentados desde la década de los 90, cuando se convirtió en gobernante en un golpe de estado sin sangre.

En lo que a la dimensión regional respecta, y a pesar de que hasta el comienzo del siglo XXI eran precisamente acontecimientos ajenos al Golfo lo que unía a sus miembros, las Primaveras Árabes marcaron un verdadero punto de inflexión. Los conflictos que estallaron tras 2011, así como el acuerdo nuclear con Irán, favorecieron el incremento de la influencia de la República Islámica en la región como principal pesadilla de Arabia Saudí y, aunque ahora en caída libre, un retorno del islam político que Emiratos Árabes Unidos no podía permitir. Lo que qataríes veían como una oportunidad para apuntalar su creciente influencia en la región a través de nuevos actores y tendencias y gracias a sus cada vez más afiladas dotes diplomáticas, sus medios, y sus instrumentos comerciales/financieros, saudíes y emiratíes percibían con miedo a lo desconocido, progresivamente convertido en pulsión contrarrevolucionaria.

El pragmatismo qatarí le ha conseguido librar de varios quebraderos de cabeza: de una relación privilegiada con distintas franquicias de los Hermanos Musulmanes ha pasado a vínculos cada vez más sólidos con quienes enseguida acudieron a su rescate, Irán y Turquía. Lo que por parte de Doha se plasmaba en posturas aparentemente flexibles y funcionales era recibido en las capitales de sus antiguos aliados con posturas intransigentes e irreflexivas. Estas percepciones se han trasladado al escenario regional, respecto de cuyo destino ni MbS ni MbZ parecen disponer de una estrategia consecuente e integral a medio plazo. Mucho menos un plan de contingencia.

¿Un nuevo Golfo? ¿Un nuevo Oriente Próximo?

La ‘Crisis del Golfo’ ha abocado a la irrelevancia al Consejo de Cooperación del Golfo, sumido en un mar de desconfianza mutua quizás irreparable. La comunidad internacional está obligada a privilegiar las relaciones bilaterales en vez de recurrir a un foro predilecto a través del que comunicarse con el grupo de estados en materias como la defensa o el comercio. En su lugar se han erigido dos ‘bloques’: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, por una parte, Qatar por otra. En el centro dos ‘radicales libres’ como son Kuwait y Omán: no desean enfrentarse a los dos primeros y ansían una mayor cooperación en el área, pero se muestran recelosos frente a las injerencias en sus decisiones de política exterior, o incluso doméstica, cuando éstas no se alinean en su totalidad con las directrices de Riad o Abu Dhabi.

En este nuevo contexto, resulta interesante especificar que las diferencias intra-Golfo no se limitan a Qatar. Las posturas de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos se han enfrentado a más de un malentendido en Yemen. Omán se ha visto paulatinamente aislado como consecuencia de una sempiterna voluntad de mantenerse neutral frente a los conflictos de la región.

La ‘crisis del Golfo’ también se ha desarrollado más allá del vecindario, con escenarios de excepción como Libia, Túnez o el propio Egipto. Las relaciones más estrechas entre Qatar y Rusia también han sido motivo de preocupación, en vista del creciente rol de Vladimir Putin como hacedor de reyes en la región. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos se han apresurado a identificar ámbitos de cooperación con Moscú, como la energía o la cooperación militar. Otro dossier en el que los efectos de la crisis del Golfo se ha hecho sentir es el israelo-palestino. Por una parte, ambos bandos han estrechado entre bastidores sus vínculos con la administración de Benjamin Netanyahu, fieles a la normalización de relaciones que para sus respectivas ciudadanías depende de un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. Por otra han apoyado, chequera en mano, a actores enfrentados dentro del movimiento nacional palestino, cada vez más fragmentado y endeble frente a la indiferencia internacional.

Foto: Vladímir Putin y el ministro de Defensa ruso Serguéi Shoigu ven el desfile de tropas rusas en la base de Hmeymim, en Siria, el 11 de diciembre de 2017. (Reuters)

Estados Unidos ha jugado un papel desestabilizador clave en la Crisis del Golfo, que en un primer momento se alimentó del sesgo e impredecibilidad de Trump y las contradicciones entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Sin embargo, y tras una serie de informaciones que apuntan a una quizás excesiva influencia de las capitales en Washington, D.C., Estados Unidos no se posiciona claramente a favor de uno u otro bando, y sin pretenderlo arroja luz sobre su incapacidad de ejercer una influencia máxima sobre una zona que creía tener bajo control. Norteamérica simboliza una tendencia que siguen otros actores como Europa (en particular Francia, Alemania y Reino Unido), el Sudeste Asiático o, en Oriente Próximo y Norte de África, Omán, Kuwait, Argelia o Marruecos. Aunque algunos han descubierto que la crisis les puede reportar beneficios aislados, el objetivo generalizado es que la crisis se resuelva lo antes posible, y no avivar tensiones en el seno de liderazgo suní, en una zona en la que la región y gran parte del resto del mundo se juegan mucho. Los intentos de mediación por parte de Kuwait, Alemania, o incluso Estados Unidos no han tenido hasta ahora éxito.

Perspectivas

El propósito de Qatar apunta a por el momento abogar por el dialogo sin precondiciones, y congelar el conflicto hasta que el viento sople en contra de Riad y Abu Dhabi. MbS ha sugerido que el embargo, que comparó con el que aún pesa sobre Cuba, puede durar años. Se reafirma así en su postura firme que le ha impedido ceder ante cada uno de los contratiempos a los que hasta ahora se ha enfrentado. La decisión de Donald Trump sobre el acuerdo nuclear con Irán complica sin embargo el escenario para Qatar, presionado desde Washington para poner de su parte a la hora de resolver la crisis. Doha es consciente de que su posición será más frágil tanto si renuncia a sus relaciones privilegiadas con Teherán - erosionando el equilibrio de poder del Golfo - como si no lo hace - podrá ser acusado de no contribuir a la estabilidad en el vecindario.

En una crisis en la que Qatar ha capeado con éxito el temporal, pero de momento no arroja ganadores o perdedores claros, quizás los habitantes del Golfo sean los que paradójicamente obtengan mayor provecho. Este optimismo no deriva únicamente del plano económico, en el que todos los protagonistas han aprendido lo importante que es tanto ampliar y diversificar aliados como modernizar sus economías. Human Rights Watch ha elogiado una serie de reformas en Qatar en su Informe de 2018– en el ámbito de las condiciones laborales para los trabajadores inmigrantes o de la residencia permanente para niños nacidos de madres qataries o inmigrantes - que, si son implementadas, ‘marcarán el comienzo de algunos de los estándares de derechos humanos más avanzados de la región del Golfo’. Aunque el Emirato no dejará de ser monarquía absoluta, en 2019 se celebrarán las primeras elecciones legislativas ‘libres’. Arabia Saudí, siguiendo el modelo de ‘apertura’ y ‘tolerancia’ de Emiratos Árabes Unidos, también ha anunciado estos últimos meses una serie de reformas en el ámbito de las libertades, acompañadas sin embargo de retrocesos en forma de represión intensificada. Casi todas estas medidas forman parte de campañas multidimensionales para mejorar la imagen de estos países, y sobre dirigentes y ciudadanos pesa la obligación de exigir avances reales e ilimitados. Si la competición entre antiguos aliados va de la mano de una carrera de reformas que beneficien a sus ciudadanos y no de injerencias en países terceros, bienvenida sea.

Hace un año se dio por inaugurada la crisis más grave que ha sufrido el club de Estados del Golfo Arábigo desde su creación hace menos de 40 años. El llamado ‘Cuarteto Árabe’ (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto) imponía un embargo por tierra, mar y aire al pequeño Emirato de Qatar, acusado a grandes rasgos de financiar grupos terroristas y azuzar el sectarismo en Oriente Próximo. A lo largo de estos meses, Qatar ha demostrado su resiliencia y capacidad de adaptarse a nuevas realidades sin ceder en ningún momento a las exigencias de sus rivales. Se preparó para tal contingencia en la crisis de 2014, ante la que cedió lo necesario para rebajar tensiones, pero no para enterrarlas del todo.

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