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China tiene un plan para hacerse con la hegemonía global
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Ramón González F

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Ramón González Férriz

China tiene un plan para hacerse con la hegemonía global

China ha sabido ocupar los enormes vacíos de poder dejados por la Unión Europea y los Estados Unidos de Trump. El caso más reciente es la crisis del covid-19

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

En su libro 'Orden mundial', publicado en 2014, Henry Kissinger explicaba que los dirigentes chinos tienden a interpretar la mayoría de las acciones del Gobierno estadounidense como un intento de “frustrar el auge de China” y a pensar que su objetivo final es “mantener China de manera permanente en un papel secundario”. En el lado estadounidense, decía, “el miedo es que una China en expansión socave de manera sistemática la preeminencia estadounidense”.

Eso, que era cierto en 2014 y ya se plasmó en las políticas de Barack Obama, se ha intensificado y se ha hecho crudamente explícito con Trump. En parte, a causa de sus obsesiones mercantilistas: las políticas para aumentar las exportaciones y disminuir las importaciones estadounidenses, y el uso de subsidios y aranceles para promover esos fines. Pero, sin duda, se debe también al giro de la política china impulsado por Xi Jinping en los últimos años: el desarrollo del programa de inversiones llamado Nueva Ruta de la Seda para aumentar la influencia de China en el exterior, el fortalecimiento de sus recursos tecnológicos, esencialmente el 5G, y el aumento del control sobre la sociedad y la represión dentro de su país. “Las políticas estadounidenses han cambiado porque China ha cambiado”, resumió Wang Jisi, uno de los principales analistas chinos de política internacional.

Foto: La nueva ruta de la seda tiene como epicentro a China. (iStock)

¿Significa eso que nos dirigimos a una nueva guerra fría? En muchos sentidos, no. El grado de interdependencia de las economías de Estados Unidos y China es infinitamente superior al que en el pasado existió entre el primero y la Unión Soviética. China, aunque prefiere claramente los regímenes autoritarios, no tiene un particular interés en exportar su forma de gobierno a otros países, a diferencia de lo que pretendía la URSS. Y, por el momento, la vertiente militar del conflicto se ha contenido en mucha mayor medida que en los peores años del enfrentamiento entre los bloques democrático y soviético.

Sin embargo, el conflicto sí tiene algunos rasgos propios de una guerra fría. Después de la caída del Muro, los estadounidenses se acostumbraron tanto a su papel hegemónico, y ese papel ha encajado tan bien en la visión 'excepcionalista' de su país, que “ha sobreestimado su atractivo intrínseco y su fortaleza como un superpoder benigno, inclusivo e inatacable”, dice Richard McGregor en su nuevo libro, 'Xi Jinping: The Backlash'. Buena parte del liderazgo estadounidense piensa ahora que se confió demasiado en que China nunca se rebelaría contra un orden mundial liderado por Estados Unidos porque, a fin de cuentas, ese orden le había permitido abandonar la miseria y la postración durante los últimos 40 años.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters)

Por su parte, los líderes chinos parecen imbuidos del mandato histórico de recuperar para su país la cumbre jerárquica global que, de acuerdo con la tradición china, ocupó en el pasado, y con ella el orgullo nacional y la autoestima. Son conscientes de que la fortaleza de Estados Unidos no va a desaparecer de un día para otro, aunque es probable que consideren que ha dejado atrás su momento de mayor capacidad. Pero, como en la Guerra Fría, saben que este es un enfrentamiento entre dos visiones del mundo que tendrá un largo recorrido: según algunas versiones, como la de Michael Pillsbury, antiguo asesor de la Casa Blanca, China está pensando en 2049, cuando se cumplan 100 años de la revolución comunista y la implantación de la República Popular, como el año en que suplantará a Estados Unidos como potencia hegemónica.

Es un tanto ocioso hacer predicciones a 30 años vista. Pero, de momento, lo cierto es que China ha sabido ocupar los enormes vacíos de poder dejados por la Unión Europea y los Estados Unidos de Trump. El caso más reciente es la crisis del covid-19. China ha repartido material sanitario en medio mundo; ha aceptado, junto al resto del G-20, suspender el pago de la deuda a los países pobres; ha logrado influir enormemente en las decisiones de un organismo multilateral como la OMS; es posible que consiga la primera vacuna contra el virus, y ha puesto en marcha una ofensiva diplomática para transmitir que su gestión de la crisis ha sido modélica y muy superior a la de los países occidentales. En Estados Unidos, Trump se ha limitado a decir que posee el poder absoluto, al mismo tiempo que aseguró que no tiene ninguna responsabilidad por las decenas de miles de víctimas estadounidenses. La UE sigue plagada de su fragmentación interior, que China sabe explotar.

Foto: Donald Trump y Xi Jinping, segundos antes de darse la mano el 9 de noviembre de 2017. (Reuters)

Sin embargo, el plan chino tiene innumerables deficiencias a corto plazo. No solo se trata de que gran parte del material sanitario donado estuviera defectuoso. Su propaganda es tosca, y es evidente que ante la aparición del virus, la primera reacción de China fue ocultarlo y reprimir a quienes denunciaron la situación. Lo más prudente es considerar los datos que ha aportado sobre el coronavirus con un enorme escepticismo, y la expulsión de los periodistas estadounidenses del país y la continuada represión en Hong Kong tampoco ayudarán a mejorar su credibilidad en el exterior.

En todo caso, sea o no una guerra fría, el auge de China es el asunto más importante de esta década en el plano político, tecnológico y económico. La manera en que Estados Unidos haga frente a este auge, con Trump o con otro presidente, será el elemento que conforme el devenir del mundo en los próximos años. En este conflicto, la Unión Europea tiene un papel difícil. Corre el riesgo de convertirse en el equivalente a los Países no Alineados del nuevo enfrentamiento: un puñado de naciones sin influencia geopolítica debido a su indecisión para ponerse de un lado o de otro. Pero se expone un riesgo aún mayor, la posibilidad de que Estados Unidos o China sean capaces de provocar divisiones insalvables en su interior, al tratar de seducir a países individuales con inversiones o planes de ayuda.

Foto: Xi Jinping. (Reuters)

Sea como sea, quizá debamos asumir una cierta mentalidad de guerra fría. Es posible que Estados Unidos sea hoy una versión demediada de la sólida democracia que llegó a ser, pero China ha logrado combinar al mismo tiempo lo peor del nacionalismo, lo peor del capitalismo y lo peor del comunismo. Todo ello, con la última tecnología.

En su libro 'Orden mundial', publicado en 2014, Henry Kissinger explicaba que los dirigentes chinos tienden a interpretar la mayoría de las acciones del Gobierno estadounidense como un intento de “frustrar el auge de China” y a pensar que su objetivo final es “mantener China de manera permanente en un papel secundario”. En el lado estadounidense, decía, “el miedo es que una China en expansión socave de manera sistemática la preeminencia estadounidense”.