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Por mucho que nos guste Draghi, así no se elige a un primer ministro
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Ramón González Férriz

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Por mucho que nos guste Draghi, así no se elige a un primer ministro

La experiencia política italiana reciente es tan pintoresca que nos hemos acostumbrado a que escoja primeros ministros más con imaginación que con procesos transparentes

Foto: Mario Draghi acepta el encargo de formar Gobierno. (EFE)
Mario Draghi acepta el encargo de formar Gobierno. (EFE)
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En 2011, en mitad de una brutal crisis económica que se llevó por delante al primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, el entonces presidente del país, Giorgio Napolitano, designó a Mario Monti como su sucesor. Monti había sido comisario de la Unión Europea y profesor de economía, y era un hombre respetado. Su encargo era liderar un Gabinete de carácter técnico, y no político, que sacara el país de una crisis que podía acabar en bancarrota. Intentó llevar a cabo reformas que Italia necesitaba desde hacía décadas, y debió cogerle el gusto a la política, porque se presentó a las elecciones de 2013 con un partido centrista y un programa que profundizaba en esas reformas de carácter técnico. Obtuvo un resultado desastroso: consiguió el 10,5% de los votos. Fueron las elecciones en las que cobró fuerza el Movimiento 5 Estrellas, entonces populista y 'antiestablishment'.

Hoy, Italia se enfrenta a la crisis del coronavirus, que se ha llevado por delante el Gobierno de coalición de Giuseppe Conte. En un acto que recuerda al de 2011, el actual presidente, Sergio Mattarella, le ha encargado a Mario Draghi que cree un Gobierno tecnocrático, y este ha aceptado. Ahora, su cometido es singularmente distinto: no debe tanto hacer reformas y recortes como encargarse de repartir los 200.000 millones de euros de la Unión Europea en ayudas y préstamos. No está claro que Draghi vaya a encontrar los apoyos parlamentarios suficientes para hacerlo con margen de maniobra o siquiera para mantenerse en el cargo. Pero parece que en las últimas horas ha encontrado apoyo en aliados tan insospechados como la Liga de Matteo Salvini.

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Entusiasmo en los mercados

Mario Draghi es un hombre muy respetado en Italia. Ha sido director general del Tesoro italiano y gobernador del Banco de Italia, ha pasado por Goldman Sachs, y ya estuvo presente en la resolución de la crisis cambiaria que casi destruye la lira a principios de los años noventa, pero es sobre todo recordado por el célebre “whatever it takes”. Con esa frase pronunciada en 2012, cuando era presidente del Banco Central Europeo, aseguró a los mercados que el BCE haría todo lo que fuera necesario para asegurar la permanencia del euro y con ello inició la salida de la crisis. Ayer, los mercados celebraron su nombramiento. El 'Corriere della Sera', el periódico del empresariado del norte industrial del país, más cercano a posiciones tecnocráticas y reformistas, apenas disimulaba su entusiasmo: “La prima de riesgo al mínimo, la bolsa sube, los bancos vuelan”.

En muchos sentidos, el nombramiento de Draghi podría ser una buena noticia. Si para España los fondos europeos para la recuperación de la pandemia son una oportunidad única, para Italia lo son aún más: bien invertidos, podrían servir de palanca para modernizar una economía que necesita profundas reformas que nunca cuentan con los apoyos para salir adelante. Italia lleva décadas de decadencia sostenida; a diferencia de España, la entrada en el euro apenas le ha beneficiado. En parte, por su incapacidad para hacer uso de los fondos europeos ordinarios. Tal vez un esfuerzo tecnocrático dirigido por Draghi pueda hacer que esta vez sea distinto y los fondos lleguen a la economía real.

Foto: La oficina del primer ministro italiano, el Palacio de Chigi. (Reuters)
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Sin embargo, la designación de Draghi es enormemente problemática en términos democráticos. Si obtiene el apoyo de una mayoría parlamentaria, no habrá nada que decir en cuanto a su legitimidad. Pero aun en ese caso, su Gobierno sería al mismo tiempo un “Gobierno de alto perfil, que no debe identificarse con ninguna fórmula política”, como dijo el presidente Mattarella al explicar su decisión, y un Gobierno “nacido en un laboratorio”, como dijo Giorgia Meloni, de los Hermanos de Italia, el partido que ha adelantado por la derecha a la Liga. Sin duda, la celebración de unas elecciones ahora, en mitad de una pandemia nefasta, sería desastroso para Italia: supondría un retraso mayor en la implantación de los fondos —además, probablemente, el partido más votado sería la Liga, que quizá contase con el apoyo de Meloni, formando el Gobierno más euroescéptico en la historia del país—, lo que podría quebrar definitivamente la economía.

Un riesgo enorme

Pero más allá de eso, recurrir de nuevo al botón nuclear que supone un Gobierno tecnocrático es un riesgo enorme. Hace más de una década que en Italia el primer ministro no es el líder de la lista más votada, y desde hace al menos cinco años —del propio Monti a Conte, pasando por Letta, Renzi y Gentilloni—, es fruto de pactos parlamentarios legítimos pero poco transparentes. La tecnocracia, aunque se presente como apolítica, también es ideológica. Puede que las recetas de Draghi sean lo que el país necesita, y puede que técnicamente su Gobierno sea democrático, pero ahonda más en una dinámica en la que el vínculo entre los resultados electorales, por un lado, y la composición del Gobierno y sus políticas, por el otro, es demasiado débil.

Foto: El primer ministro italiano, Giuseppe Conte. (EFE)

La experiencia política italiana reciente es tan pintoresca, y el encanto del país es tan grande, que muchos extranjeros nos hemos acostumbrado a encogernos de hombros cada vez que se nombra un nuevo Gobierno con un primer ministro surgido más de la imaginación que de los resultados de las votaciones, y cada vez que no acaba la legislatura. “Así es el país, se las arreglarán como siempre”, decimos. Pero el juego es cada vez más peligroso.

Si Draghi logra la mayoría que necesita, habrá que desearle suerte. Y felicitarle si consigue desarrollar un programa de gasto para los fondos europeos inteligente, ecuánime y que contribuya a llevar a cabo unas reformas postergadas durante demasiado tiempo. Es probable que incluso pueda gozar de una popularidad que nunca tuvo Monti, ya que su tarea será más agradecida. Pero seguirá teniendo un problema de origen: esta no es la manera habitual en que los países democráticos deben escoger sus gobiernos.

En 2011, en mitad de una brutal crisis económica que se llevó por delante al primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, el entonces presidente del país, Giorgio Napolitano, designó a Mario Monti como su sucesor. Monti había sido comisario de la Unión Europea y profesor de economía, y era un hombre respetado. Su encargo era liderar un Gabinete de carácter técnico, y no político, que sacara el país de una crisis que podía acabar en bancarrota. Intentó llevar a cabo reformas que Italia necesitaba desde hacía décadas, y debió cogerle el gusto a la política, porque se presentó a las elecciones de 2013 con un partido centrista y un programa que profundizaba en esas reformas de carácter técnico. Obtuvo un resultado desastroso: consiguió el 10,5% de los votos. Fueron las elecciones en las que cobró fuerza el Movimiento 5 Estrellas, entonces populista y 'antiestablishment'.

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