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La Europa equilibrista ante los nuevos retos geopolíticos
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Arancha González Laya

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La Europa equilibrista ante los nuevos retos geopolíticos

Ni eurobeatos ni euroescepticismo, la senda del euroactivismo es la que debe guiarnos e inspirarnos en la respuesta de la Unión Europea a este mundo más geopolítico

Foto: Foto: EFE/Julien Warnand.
Foto: EFE/Julien Warnand.

El mundo de ayer ha regresado para darnos de bruces con el mundo de mañana. Nos encontramos en medio de una gran turbulencia geopolítica cuyas consecuencias no acabamos de ver de forma clara plasmadas en un mapa. Pero sí que se van definiendo algunos de los principales elementos que caracterizan este choque de placas tectónicas que se ha producido con la Unión Europea recibiendo los últimos coletazos de la crisis del covid-19.

Debemos preguntarnos, como proyecto común y de paz que somos, cómo respondemos a esta nueva crisis provocada por la guerra de Putin. Y también qué papel debe jugar la Unión Europea en un contexto de creciente rivalidad entre Estados Unidos y China.

Foto: Un hombre mira las noticias relacionadas con el Ejército Popular de Liberación tras el aterrizaje de Nancy Pelosi en Taiwán. (EFE/Jerome Favre)
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Europa debe dar un paso al frente sin titubeos, como ya lo ha demostrado en estos últimos meses dando una respuesta firme y unida, pero también debe responder de manera inteligente a los nuevos desequilibrios geopolíticos. Tal vez estemos asistiendo a un nuevo papel de la Unión en la escena internacional.

Me refiero a una Europa que sea capaz de mantenerse sin caerse, incluso en las posturas más complicadas. Esta es la Europa equilibrista. Pero, para entender bien este nuevo concepto geopolítico, es importante, en primer lugar, hacer un diagnóstico de los principales cambios que la guerra y la crisis energética han provocado en el tablero global.

Nos encontramos en un contexto internacional caracterizado por el retorno del poder como principal elemento que estructura las relaciones internacionales. A lo largo de la historia de las relaciones internacionales el poder ha jugado un papel fundamental, es cierto, pero lo que tenemos ante nosotros hoy día es el poder en su sentido más estricto, el poder con mayúsculas, el poder duro, como principal elemento. Ese poder duro tiene su máxima expresión en el retorno de la guerra al continente europeo.

Lo que tenemos ante nosotros es el poder en su sentido más estricto, el poder con mayúsculas, el poder duro, como principal elemento

Asistimos también a una aceleración del desplazamiento del centro de gravedad del mundo como hasta ahora lo habíamos conocido. Del Atlántico hacia el Pacífico. Esta aceleración trae consigo la plasmación de una enorme rivalidad geopolítica entre EEUU y China. No hace falta que recuerde las tensiones vividas esta última semana debido a la visita de Nancy Pelosi a Taiwán y como es más que un mensaje al objetivo de Xi Jinping de querer pasar a la historia como el líder que ha reunificado China. Las tensiones ya no son solamente tecnológicas o por el dominio del comercio internacional.

Vemos además el retorno de pulsiones identitarias y el auge de populismos en muchos de nuestros países, que tienen una onda expansiva en las relaciones internacionales y que suponen una amenaza para la democracia misma. Esto es lo que vivimos durante la Presidencia de Donald Trump.

Pero también el creciente riesgo que suponen amenazas sistémicas para la humanidad como el cambio climático, las pandemias o la proliferación nuclear. Se requiere de una gran dosis de multilateralismo para resolverlos.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Kiko Huesca)

En definitiva, lo que vemos es una dicotomía polarizante a través de dos fuerzas que empujan al mundo en direcciones opuestas; el uso de la fuerza y el poder, y la necesidad de la cooperación internacional.

Esta dicotomía también se plasma en la respuesta que la UE debe dar en este escenario tan convulso. Nos hemos debatido casi siempre entre eurobeatos y euroescépticos. Siempre ha reinado una visión casi lánguida de la respuesta de la UE ante las grandes crisis que hemos vivido. Lo curioso es que siempre acabamos saliendo más fortalecidos como proyecto civilizacional tras cada una de ellas. En lo que llevamos de siglo XXI hemos vivido cuatro grandes crisis: la del euro en 2008, el Brexit en 2016, la pandemia del covid en 2020 y ahora la invasión de Ucrania.

Las respuestas a todas estas crisis han supuesto siempre pasos adelante en el proyecto europeo. 2008 se salda con más Unión y permite al Banco Central Europeo tomar decisiones para que no se fracture el espacio económico europeo: el famoso "whatever it takes". Es cierto que la respuesta llegó tarde y que las economías europeas tardaron más en salir de la crisis que otros países desarrollados. Pero también es cierto que de aquello aprendimos. 2016 hizo buena la cita de Gandhi: "La unidad, para ser real, debe de soportar la mayor de las tensiones sin romperse". Si el Reino Unido buscaba una salida de la UE "a la carta" se encontró con un bloque poco dispuesto a rebajar la inevitable factura que la salida de la UE ha supuesto para el Reino Unido. La pandemia se salda con algo impensable solo doce años antes: la mutualización de la deuda, la creación del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia y el nacimiento de la Unión de la Salud con la compra centralizada de vacunas. La guerra en Ucrania nos une más como proyecto común y nos hace abordar el reto de la crisis energética, volviendo a nuestros orígenes fundadores: la Europa del carbón y el acero.

Lo que el proyecto europeo tiene que hacer es buscar y mantener el equilibrio incluso en las situaciones más complicadas

Ni eurobeatos ni euroescepticismo, la senda del euroactivismo, que era la seña de identidad de Jacques Delors, el gran presidente de la Comisión Europea, es la que debe guiarnos e inspirarnos en la respuesta de la Unión Europea a este mundo más geopolítico.

Necesitamos una Unión Europea equilibrista. Porque esto es lo que el proyecto europeo tiene que hacer en los próximos años: buscar y mantener el equilibrio incluso en las situaciones más complicadas.

Tres son los equilibrios que la UE tendrá que encontrar

En primer lugar, el equilibrio entre la geopolítica y la geoeconomía. La economía europea representa el 20% del PIB del mundo y casi el 15% del comercio internacional. El poder económico de la Unión es la base de su riqueza. La UE tiene que seguir invirtiendo en ese poder económico, pero tiene que saber mezclarlo con un poder más geopolítico. Este es el camino que traza la Autonomía Estratégica Europea que busca combinar mejor la geopolítica y la geoeconomía. Invertir en las bases de la economía del futuro: el conocimiento, la economía digital y la tecnología, la unión de la energía con la palanca de la descarbonización, el comercio internacional, la internacionalización del euro y, por supuesto, una mayor y mejor inversión común en seguridad y defensa.

El segundo equilibrio debe combinar una mejor protección a la ciudadanía europea sin caer en el proteccionismo, sin caer en el aislacionismo, sin construir muros alrededor de la UE, sin ostracismo. No podemos limitarnos al 'friend-shoring', es decir, que las cadenas de suministro se reorienten solamente hacia los "países amigos". Esto no va de "the West against the rest". La UE tiene que ser más consciente de la necesidad de un liderazgo europeo en el multilateralismo. Como lo ha hecho este mes en la Organización Mundial de Comercio (OMC) y así ha conseguido que la OMC alumbrase un nuevo acuerdo en materia de protección de los océanos y de lucha contra la sobrepesca.

En este sentido, dos continentes son clave en la geopolítica multilateral de la Unión Europea: América Latina y África. La UE y América Latina y el Caribe suman casi un tercio de los miembros de las Naciones Unidas y de los miembros en el G-20. América Latina también es Atlántico. Por otro lado, el futuro de Europa va ligado al del continente africano, no solo por nuestra vecindad sur, sino porque sus problemas son nuestros problemas: el terrorismo, la inseguridad o el cambio climático no conocen fronteras. Y porque su progreso será también el nuestro. Debemos ser capaces de estructurar alianzas con estos dos continentes para que el multilateralismo nos ayude a enfrentarnos a las grandes amenazas de nuestro tiempo.

Foto: Manifestantes sostienen que "Taiwán no es igual a China" durante la visita de Nancy Pelosi a la isla (REUTERS/Wang)

Por último, el tercer equilibrio es el más difícil de todos: el equilibrio entre Estados Unidos y China. La UE no debe caer en la trampa de quien le pretende obligar a elegir entre uno u otro. Es equilibrismo, no es equidistancia. Nuestro socio y amigo es Estados Unidos, con quien compartimos intereses y valores. Algo que no compartimos con China. Pero no podemos borrar a China del mapa del mundo. No podemos darle la espalda a quien es esencial para poder ayudarnos a gestionar lo que nos incumbe a todos: la estabilidad financiera internacional, la lucha contra el cambio climático o la paz y estabilidad mundial. Por eso, en la UE hemos definido a China desde tres perspectivas: como un socio, un competidor y un rival. La cuestión es qué proporción de socio, de competidor y de rival le damos.

Y a ese reparto de roles óptimo solo llegaremos si la UE es capaz de llevar la delantera. Es decir, dependerá de nuestra capacidad para marcar la agenda. Y esa agenda debe empezar en su vecindario. Una UE más geopolítica debe avanzar en la integración de los países en vías de accesión, empezando por los Balcanes. Pero es necesario además articular un espacio que incluya a quienes aspiran a ser parte de la UE y también a aquellos que no quieren ser parte, como Suiza o Noruega, pero que comparten intereses y valores —ojalá pronto se incluya Reino Unido— en una comunidad que dé una visibilidad geopolítica a Europa frente a la agresión de Rusia, a la que tenemos que responder también con geopolítica. Pero no con la suya, sino con la nuestra. Un gran espacio geopolítico desde Oslo hasta Nicosia, desde Lisboa hasta Estambul, desde Kiev a La Valeta.

Ahora bien, para que la Unión Europea sea capaz de encontrar su lugar en la escena internacional no debemos perder de vista un cuarto equilibrio, el que sustenta a los otros tres. Es el equilibrio interno entre los 27 Estados miembros. Lo hemos visto en la respuesta en forma de sanciones económicas a Rusia y lo seguimos viendo en el pacto de ahorro energético europeo y en el resto de los ámbitos que exija el equilibrio futuro entre los 27. La unidad en todas las crisis nos ha hecho fuertes, y solamente esa unidad frente a Putin nos puede hacer ganar la guerra. Solo unidos podremos hacer frente al duro invierno económico y energético que nos espera. Dejándonos ya de cigarras y hormigas, de revanchas mal entendidas y pensando solo como ciudadanía europea. Es el gran salto que nos queda por dar. El equilibrio del mundo de mañana dependerá de la sensatez y astucia de este equilibrista europeo.

El mundo de ayer ha regresado para darnos de bruces con el mundo de mañana. Nos encontramos en medio de una gran turbulencia geopolítica cuyas consecuencias no acabamos de ver de forma clara plasmadas en un mapa. Pero sí que se van definiendo algunos de los principales elementos que caracterizan este choque de placas tectónicas que se ha producido con la Unión Europea recibiendo los últimos coletazos de la crisis del covid-19.

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