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Luis Sánchez-Merlo

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Tras 20 años en el poder y haber acumulado resentimiento por su actitud autoritaria y dictatorial, el 'sultán de Turquía' tiene mucho que perder en los próximos comicios

Foto: Una mujer, delante de una foto del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en Estambul. (EFE/EPA/Erdem Sahin)
Una mujer, delante de una foto del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en Estambul. (EFE/EPA/Erdem Sahin)

Tras haber reiterado que no habría adelanto electoral, Erdogan ha despejado el enigma y las elecciones presidenciales y parlamentarias se celebrarán el próximo 18 de junio.

Tras 20 años en el poder y haber acumulado resentimiento por su actitud autoritaria y dictatorial, el sultán de Turquía tiene mucho que perder en los próximos comicios, al tiempo que guarda bazas en su manga, entre otras, el apoyo inquebrantable de una mayoría rural y religiosamente conservadora.

Maestro de la táctica, uno de sus puntos fuertes es la habilidad con la que maneja la geopolítica. En la guerra de Ucrania, se ha posicionado como palanca esencial entre las partes, lo que le ha permitido mantener un estatus casi neutral entre Occidente y Rusia.

Foto: Recep Tayyip Erdogan, en el segundo día de la cumbre de la OTAN en Madrid. (Sergio Beleña) Opinión

Aunque su vecindario —Siria, Irak, Irán, Armenia y Georgia—no es precisamente confortable, Erdogan tiene la suerte de regir un país situado en un lugar estratégicamente vital. Antaño, el Mar Negro fue esencialmente un lago turco, de modo que la geografía, por sí sola, le da una ventaja histórica que utiliza para encubrir sus errores gubernamentales.

Enmarcado en lo que Ankara llama una política "equilibrada", Turquía vende aviones no tripulados a Ucrania y ha contribuido a garantizar el acuerdo sobre las exportaciones ucranianas de cereales. Con Putin, está maquinando la posibilidad de procesar grano ruso en Turquía para elaborar harina, que sería enviada a países africanos con escasez de alimentos.

Foto: Un submarino ruso atraviesa el Bósforo con dirección al mar Negro. (EFE/Erdem Sahin)

Asimismo, espera persuadirle para que dé luz verde a otra incursión turca en Siria, justo antes de las próximas elecciones, con la esperanza de que esto desmoralice o despegue a los votantes kurdos del bando de la oposición.

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Mientras la guerra en Ucrania no deja de crecer en violencia fanática, mentiras y dramatismo, la OTAN sigue sin poder adherir a Suecia y Finlandia —países históricamente no alineados militarmente—, que cambiaron su estrategia de seguridad nacional, al solicitar hace meses el ingreso en la organización y se encuentran a la espera de que Türkiye (86 millones de habitantes), el país más extenso de la Alianza Atlántica, levante el veto.

El proceso requiere la aprobación parlamentaria, unánime, de los 30 actuales miembros. Veintiocho ya han ratificado la adhesión de ambos. Faltarían Hungría y Turquía, aún a tiempo de hacerlo antes de la cumbre de la OTAN en julio.

Foto: El presidente de Turquía, Erdogan, en la sede de la OTAN. (Reuters/Yves Herman)

Turquía y la Alianza Atlántica, que no acaban de fiarse el uno del otro, mantienen una intermitente relación de amor-odio. Para Occidente, no terminan ahí los problemas con un político astuto, Recep Tayyip Erdogan (Rize, 1954), siempre dispuesto a recurrir a cualquier medio para neutralizar a sus rivales.

El pasado verano, Turquía, Suecia y Finlandia firmaron un memorándum, en virtud del cual los dos países nórdicos se comprometían a no prestar apoyo a las organizaciones kurdas, ni a la red dirigida por Fethullah Gulen, el clérigo musulmán afincado en Estados Unidos, al que el Gobierno turco acusa de ser el cerebro del intento de golpe de Estado de 2016, ¿una operación de falsa bandera?

Habida cuenta de que Suecia cuenta con una considerable diáspora kurda (100.000 residentes sobre una población de 10 millones), resulta difícil satisfacer las peticiones de extradición que, según listas no oficiales publicadas por medios de comunicación próximos al Gobierno turco, siguen aumentando: primero fueron 33, luego 45 y ya estamos en 73.

A pesar del acuerdo tripartito, sigue habiendo dudas, ¿hasta dónde deben llegar Helsinki y Estocolmo —o están dispuestos— para satisfacer a Erdogan?

Foto: Sergey Lagodinsky, en conversación con El Confidencial.
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A destensar las negociaciones no ha contribuido la decisión del Tribunal Supremo sueco de bloquear la extradición de Bulent Kenes —periodista turco, director del periódico en lengua inglesa Today’s Zaman, propiedad de la red de Gulen, que el Gobierno cerró como parte de su ofensiva contra el grupo—, cuya extradición es una condición sine qua non para que Turquía ratifique el ingreso de Suecia en la OTAN.

Otros factores que podrían influir en la agenda electoral de Erdogan serían:

La venta de nuevos cazas estadounidenses F-16 para modernizar la flota turca, que sigue estancada, a la espera de que se garantice que se llevará a cabo antes de las próximas elecciones.

La continuidad del soporte ruso a la economía turca, bordeando el colapso, aquejada de llevar un año sufriendo hiperinflación, junto al intermitente desplome de la lira frente al dólar. Las entradas de capital, en el banco central de Turquía, han permitido a los bancos locales refinanciar la deuda externa y evitar una crisis de la balanza de pagos.

Foto: EC.
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Los apoyos de Rusia, que ha triplicado su comercio con Turquía, han comportado flujos en torno a 28.000 millones de dólares, incluida una transferencia de 5.000 millones de dólares para la construcción de la central nuclear de Akkuyu.

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El descenso en las encuestas que está experimentando el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que gobierna el país, se solapa con una maniobra delicada: la neutralización de los oponentes, empezando por un formidable rival, el joven y enérgico alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, cuyo partido —laico, reformador, defensor de los derechos de la mujer— es próximo al legado de Atatürk.

Un tribunal turco le acaba de condenar a dos años de prisión e inhabilitación para ejercer cargos públicos, por llamar "tontos" a las autoridades electorales, presionadas por el sultán para anular la votación inicial que supuso la derrota del candidato rival, respaldado por el partido de Erdogan. Queda pendiente su apelación, cuyo resultado puede condicionar su presentación a las presidenciales de junio.

Foto: Miles de personas protestan en Turquía por la condena del alcalde de Estambul. (Reuters/Alp Eren Kaya)

El intento de eliminar de la carrera a quien supone una amenaza real para él conlleva riesgos sin precedentes y podría volverse en su contra si la oposición —seis partidos han creado un bloque unido— juega sus cartas con inteligencia.

Hay precedentes. Como alcalde de Estambul, Erdogan fue apartado del poder y tuvo que cumplir cuatro meses de cárcel, por recitar un poema durante un discurso público: "Los minaretes son nuestras bayonetas, las cúpulas nuestros cascos, las mezquitas nuestros cuarteles y los fieles nuestros soldados".

Los votantes turcos "nunca perdonaron esa violación de su voluntad" y devolvieron a Erdogan al poder cuando se convirtió en primer ministro tras ganar las elecciones generales de 2002.

El intento de eliminar de la carrera a quien supone una amenaza real para él conlleva riesgos sin precedentes y podría volverse en su contra

Otro simulacro controvertido es el proyecto de ley de desinformación que, según sus críticos, tiene el potencial de restringir la libertad de expresión y el flujo de información en las redes sociales. Esto no le quita el sueño al sultán, dado que empresas que le son leales controlan alrededor del 90% de los medios de comunicación.

……

Antes de Erdogan, Estambul era la ciudad próspera y vibrante que Antonio Gala recreó en su novela La pasión turca (1993), en la que la gente estaba orgullosa de su secularidad y hablaba con orgullo de Atatürk.

A principios de la década de dos mil, medios de comunicación occidentales (entre ellos, The Economist) arremetían sin piedad contra la ideología kemalista occidental, mientras apoyaban, sin reparos y de forma sorprendentemente unánime, la islamista de Erdogan.

Foto: Erdogan observa un barco perforador turco en el Mediterráneo (EFE)

Este año se cumple el centenario de la fundación del Estado moderno turco por el mariscal de campo Kemal Atatürk (Salónica, 1881-Estambul, 1938), primer presidente de la República de Turquía que, tras la caída del Imperio otomano, gobernó durante 15 años. El padre de la Turquía moderna modernizó el país con una serie de reformas —republicanismo, populismo, nacionalismo, secularismo, estatismo— que cambiaron Turquía para siempre.

En la campaña electoral que se avecina, el caballo de batalla y motivo de confrontación es previsible que sea secularismo vs. islamismo, con las pasiones turcas intactas: lealtades divididas; relaciones ambivalentes; neutralización de rivales políticos; bloqueo de decisiones soberanas; manejo de la Justicia en beneficio propio, y la intransigencia, arbitrariedad y violencia como métodos de una autocracia indiscutible.

Tras haber reiterado que no habría adelanto electoral, Erdogan ha despejado el enigma y las elecciones presidenciales y parlamentarias se celebrarán el próximo 18 de junio.

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