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Milei y el ascenso de la utopía derechista
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Ramón González Férriz

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Milei y el ascenso de la utopía derechista

Nunca un utópico de derechas había llegado tan lejos en la política democrática. ¿Su caso obedece solo a las circunstancias argentinas o es exportable a otros países?

Foto: Javier Milei vota en las elecciones argentinas. (EFE/Enrique García Medina)
Javier Milei vota en las elecciones argentinas. (EFE/Enrique García Medina)
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Cuando pensamos en una ideología política utópica, suele venirnos a la cabeza un izquierdista radical. Alguien con el aspecto de Pablo Iglesias, que sueña con un mundo en el que la igualdad económica es absoluta gracias a la coerción del Estado, los ciudadanos comunes han renunciado a la avaricia y un líder carismático encabeza la lucha por el bien común con un 90% de apoyo.

Sin embargo, también existen los utopistas de derechas. Y estos también tienen objetivos imposibles. Sueñan con un mundo en el que la mayoría de los individuos gozan de una libertad individual casi ilimitada, firman contratos de compraventa de órganos, drogas y armas en perfecta concordia, y un Estado reducido al mínimo privatiza los ríos y la policía para mejorar su eficiencia.

Estas utópicas ideas de derechas son habituales en pequeños reductos intelectuales en los que profesores y economistas las discuten con erudición y fervor. Pero solían estar ausentes en el debate generalista. Uno de los méritos de la fulgurante ascensión política de Javier Milei, nuevo presidente de Argentina, es que ha introducido esas ideas en el mainstream. Nunca un utópico de derechas había llegado tan lejos en la política democrática.

Milei tenía un anodino currículo como economista y una espectacular carrera como comentarista mediático cuando, hace tres años, decidió saltar a la política. Desde entonces, sus ideas anarco-capitalistas se han discutido no solo en Argentina y en el resto de países de habla hispana, sino en medios como el Financial Times o The Economist.

Foto: El político argentino Javier Milei. (Mariana Nedelcu/SOPA Images)

Su utopismo libertario es fascinante: ha dicho que prefiere la mafia al Estado porque la primera no miente y cumple sus promesas, y ha exaltado el papel de los vendedores ambulantes conocidos como manteros porque estos, a diferencia de los comerciantes tradicionales, se niegan a pagar impuestos. Como es sabido, quiere cerrar el Banco Central argentino y ha llamado al peso, la moneda nacional, "excremento". Afirmó que su país rompería relaciones con sus dos principales socios comerciales, Brasil y China, porque desaprueba sus gobiernos. A medida que se ha ido acercando al poder, sin embargo, Milei ha matizado todas estas ideas. De hecho, en su último vídeo electoral, de la semana pasada, casi parecía renunciar al libertarismo para presentarse como un candidato de derechas normal que no privatizaría la educación ni la sanidad y solo prometía que acabaría con la inflación, la inseguridad y los privilegios de los políticos. Como hacen tantos utopistas de izquierdas, a última hora, para conseguir el poder, se ha disfrazado de reformista.

El utopismo ideológico de Milei, como el de izquierdas, contiene también su buena dosis de coerción pese a llamarse libertario. El economista del que aprendió su concepción anarquista del capitalismo, el estadounidense Murray Rothbard, que en los años noventa popularizó el concepto de "populismo de derechas" y creó el manual del que parece sacar sus recetas políticas el nuevo conservadurismo radical, recomendaba que la policía actuara violentamente y sin tener en cuenta el habeas corpus contra los criminales comunes y dar poderes extra a los padres de familia y los vecindarios para controlar los comportamientos indeseables. Uno de los perros de Milei se llama Murray en homenaje a Rothbard. Es el paradójico libertarismo autoritario.

¿Es un caso exportable?

Después de la victoria de Milei de este domingo, sin embargo, la pregunta es: ¿tienen sus ideas recorrido electoral en otros países democráticos? Milei ha reconocido su afinidad con Jair Bolsonaro y Donald Trump, pero estos no tienen nada que ver con el utopismo libertario. En realidad, encarnan versiones radicales del conservadurismo tradicional, y sus bases electorales han sido las habituales de la derecha, mientras que el rechazo al sistema de Milei le ha dado muchos votos de la clase media baja y de quienes viven en los márgenes de la economía legal. En España, Santiago Abascal se ha hecho fotos con Milei y ha firmado con él documentos que demuestran una cierta afinidad ideológica, pero Vox ha dejado de presentarse como el partido libertario y defensor de la reducción del gasto para asegurar que su objetivo es que el Estado proteja con aún más recursos públicos a los trabajadores nacionales, aunque su propuesta económica para ello es, también, completamente irrealista.

Se podría pensar, pues, que Milei es un fenómeno que solo responde a las circunstancias políticas y sociales argentinas: la suma de una inflación desatada, una derecha tradicional que fracasó, una izquierda convertida en una parodia de sí misma y una cultura política proclive a los personajes extravagantes. Es probable que así sea: en un país en el que el 40% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, quizá cualquier otro oportunista con su talento mediático podría haber ascendido como él lo ha hecho. Lo normal sería pensar, en consecuencia, que, tras la euforia provocada por Milei, en el resto del mundo el utopismo de derechas volverá a convertirse en una mera curiosidad intelectual.

Pero sería un error darlo por sentado. Los Estados absurdamente hipertrofiados, la frecuente autorreferencialidad de la vida partidista o la percepción de que las élites viven en un mundo aparte seguirán ahí. El grito "que se vayan todos" seguirá resonando incluso en lugares más prósperos, y mejor gestionados, que Argentina. Las ideas libertarias son contraintuitivas y contradictorias. Por un lado, prometen libertad absoluta; por el otro, tienen fuertes rasgos autoritarios y represivos. Van contra el Estado, pero sus partidarios esperan no perder los beneficios que este les aporta. Sin embargo, cuando las encarna un talentoso comunicador como Milei pueden ser seductoras. Los utópicos —de izquierdas y de derechas— siempre encuentran la manera de explicar convincentemente cualquier incoherencia. Por eso son tan peligrosos en la política.

No es probable que Milei sea un fenómeno replicable en otros lugares. Pero, con el líder adecuado, eso podría cambiar

No es probable que Milei sea un fenómeno replicable en otros lugares. Pero ha demostrado que su discurso puede tener resonancia allí donde la derecha tradicional no la tiene y que el discurso contra el Estado es seductor incluso para muchos que ahora mismo dependen de él. En Europa, la nueva derecha tiende a ser más estatalista que otra cosa. Pero, con el líder adecuado, eso podría cambiar.

Cuando pensamos en una ideología política utópica, suele venirnos a la cabeza un izquierdista radical. Alguien con el aspecto de Pablo Iglesias, que sueña con un mundo en el que la igualdad económica es absoluta gracias a la coerción del Estado, los ciudadanos comunes han renunciado a la avaricia y un líder carismático encabeza la lucha por el bien común con un 90% de apoyo.

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