Tribuna Internacional
Por
Alemania está en declive por sus errores. El riesgo es para toda Europa
Nos viene muy mal una Alemania deprimida: quedamos aún más en manos de grandes potencias como China y Estados Unidos que pueden ser abiertamente hostiles
El fin de semana pasado, después de que el Gobierno de coalición aprobara un presupuesto preliminar para 2025, el semanario liberal Die Zeit publicó un artículo del periodista Martin Wolf sobre la economía alemana. El retrato era lúgubre. Aunque afirmaba que muchos de sus problemas son coyunturales, le preocupaban las tendencias a largo plazo. Como han hecho otros comentaristas, Wolf sostenía que la crisis por la que pasa Alemania es, en gran medida, autoinfligida. Durante los últimos 20 años, los líderes del país han estado obsesionados con el ahorro y han sido tacaños con la inversión pública. Las consecuencias de ese comportamiento aparentemente virtuoso se están viendo hoy y se verán mañana. La ilustración con que el periódico acompañaba el artículo era brillante: mostraba dos pies enfundados en unas zapatillas de deporte que tenían los cordones atados entre sí. La caída, parecía indicar, es inevitable.
Visto desde el exterior, es un diagnóstico chocante. La presidenta de la Comisión es una conservadora alemana. La UE está regresando, a causa de la insistencia de Alemania y otros países que suelen seguir su ejemplo, a la senda del equilibrio fiscal. Nada sucede en Europa sin la aquiescencia alemana. Además, la coalición que Gobierna el país, formada por socialdemócratas, verdes y liberales, es, sobre el papel, el sueño de todo centrista. Y Alemania, evidentemente, sigue siendo muy rica: tiene un desempleo de apenas el 3% y su renta per cápita es la más alta de los países grandes de la UE; un 25% más elevada que la española. Hasta se ha comprometido a gastar más en defensa por si Donald Trump abandona a sus socios de la OTAN.
Por supuesto, la economía alemana presenta datos inquietantes: falta mano de obra, la industria del automóvil en general ha perdido pie y las expectativas de crecimiento del país a largo plazo, por ejemplo, están por debajo de las de Francia y España. Pero esto ni siquiera es lo más desazonador. Lo es el malestar psicológico de una parte de la élite del país, que se pregunta si durante dos décadas se ha regido por ideas equivocadas. Los líderes alemanes se habían acostumbrado a dar lecciones a los demás: explicaban a los países del Sur del continente cómo poner en orden sus cuentas; incluso aleccionaban a Estados Unidos sobre cómo mantener la estabilidad política. La sensación de éxito del país, cuya industria estaba dopada por enormes cantidades de energía rusa a precio de saldo, era tal que hasta renunció voluntariamente a las nucleares. Hoy todo eso suena absurdo.
Porque en estos días, además, la política alemana presenta rasgos poco habituales. Los socios de gobierno muestran en público sus discrepancias, y estas, como se vio durante la turbulenta negociación del presupuesto, generan inestabilidad. Y, por encima de eso, está el extremismo. En septiembre, hay elecciones en tres importantes regiones, Sajonia, Turingia y Brandeburgo. En las tres, Alternativa para Alemania, el partido de la derecha radical, lidera las encuestas. Y hay elecciones generales el año que viene: de acuerdo con los sondeos, los tres partidos de la coalición de Gobierno actual tendrían un pésimo resultado y Alternativa para Alemania obtendría alrededor de un 17% de los votos y sería el segundo partido nacional, por detrás de los democristianos.
El impacto en los demás
El tópico dice que, cuando Alemania estornuda, Europa coge un resfriado. Es posible que esta vez sea más bien una gripe. De nuevo, no me refiero solamente a los datos, por preocupantes que sean, sino a cuestiones más sutiles. La UE tendrá pronto una nueva Comisión y existe una coalición moderada en el Parlamento Europeo —formada por democristianos, socialdemócratas, liberales y verdes— que puede mantener activa la agenda legislativa. Pero el viejo eje franco-alemán se encuentra enormemente debilitado. Francia está dirigida por un Gobierno en funciones y no existe la mayoría necesaria en la Asamblea Nacional para que se nombre a un nuevo primer ministro y, con él, un nuevo Gobierno. Si no se crea una coalición que incluya al centro-izquierda, los liberales y el centro-derecha, esta situación podría durar casi un año. Con Alemania sumida en este malestar, su liderazgo también está dañado.
Por muchos que hayan sido sus errores en los últimos tiempos en materia presupuestaria, energética o geopolítica, sigue siendo necesario su contrapeso a los peores instintos del Sur. Su introspección no solo debe dar pie a reformas económicas, que le permitan gastar más, sino también geopolíticas, empezando por ir reduciendo su enorme dependencia de China y deshacerse definitivamente de su anticuada y perjudicial cultura del pacifismo. Eso será aún más importante si Trump regresa al Gobierno de Estados Unidos en enero de 2025.
La desazón alemana puede provocar alegría en los países que se han hartado de oír sus constantes, y en muchas ocasiones equivocadas, reprimendas. Pero a todos debería inquietarnos su declive. Históricamente, la mayor preocupación entre los europeos era la existencia de una Alemania demasiado fuerte y arrogante que aspirara a gobernar todo el continente. Hoy, la preocupación es la contraria: sin una Alemania en forma, es muy difícil, o imposible, gobernarlo. Quizá no necesitamos a la vieja fanfarrona que se enorgullecía de su virtuosismo. Pero sin duda nos viene muy mal una Alemania deprimida: quedamos aún más en manos de potencias como China y Estados Unidos que, según como vayan las cosas, pueden ser abiertamente hostiles.
El fin de semana pasado, después de que el Gobierno de coalición aprobara un presupuesto preliminar para 2025, el semanario liberal Die Zeit publicó un artículo del periodista Martin Wolf sobre la economía alemana. El retrato era lúgubre. Aunque afirmaba que muchos de sus problemas son coyunturales, le preocupaban las tendencias a largo plazo. Como han hecho otros comentaristas, Wolf sostenía que la crisis por la que pasa Alemania es, en gran medida, autoinfligida. Durante los últimos 20 años, los líderes del país han estado obsesionados con el ahorro y han sido tacaños con la inversión pública. Las consecuencias de ese comportamiento aparentemente virtuoso se están viendo hoy y se verán mañana. La ilustración con que el periódico acompañaba el artículo era brillante: mostraba dos pies enfundados en unas zapatillas de deporte que tenían los cordones atados entre sí. La caída, parecía indicar, es inevitable.
- Del más votado al más odiado: ¿es Olaf Scholz el líder más débil de la historia de Alemania? Isaac Risco. Berlín
- El forzoso baño de humildad alemán: los días de "Berlín sabe más" en la UE ya son historia Isaac Risco. Berlín
- Rusia tenía un complot para asesinar al director de la mayor empresa de armas de Alemania A. S.