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Alemania, en su declive: cómo se está encerrando en su fortaleza
Deberíamos estar más pendientes de lo que ocurre en Berlín, por la relevancia que tiene lo que allí ocurra para España y para la UE, y porque también existe un lado oscuro germano
Es curioso el interés informativo que han suscitado en España las primarias demócratas, las elecciones estadounidenses, los mínimos detalles del proceso de destitución de Trump o el Brexit, con todas sus vicisitudes, y la escasa atención que suscitan en Alemania. Del país germano tenemos pocas noticias, salvo las habituales alabanzas a Merkel, a su gestión de la pandemia, a lo bien que están afrontando económicamente la crisis, o a las grandes ayudas que está prestando a sus empresas para hacer viables los confinamientos. Deberíamos, sin embargo, estar mucho más pendientes de lo que ocurre en Berlín, por la relevancia que tiene lo que allí ocurra para España y para la UE, y porque también existe un lado oscuro germano.
Lo ilustra bien la pugna dentro de la CDU, el partido conservador germano, para la sustitución de Merkel. Este viernes, se inicia el proceso de elección del nuevo presidente del partido, que será decisivo para saber quién es el candidato a canciller. Y dado que todo apunta a que los conservadores, la CDU y la bávara CSU, ganarán las próximas elecciones, es probable que se esté decidiendo este fin de semana quién será el nuevo líder alemán, y por tanto, qué dirección tomará la UE en los próximos años. Suena extraño que la elección de un presidente tenga tanto peso en el ámbito europeo, pero recordemos que la actual configuración de la Unión debe muchísimo a la decisión y a la voluntad de Merkel, cuya habilidad ha permitido hacer equilibrios entre los distintos intereses europeos y aplicar el pegamento cuando ha sido necesario.
El trumpismo germano
Lo que ocurra en la CDU será relevante también en el plano estrictamente político, porque Alemania cuenta con una forma particular de trumpismo. No se trata únicamente de que la AfD, el partido ultra, se haya consolidado como un actor más en la política germana, sino de que esas tendencias de fondo, nacionalistas, poco europeístas, favorables a las viejas recetas de la austeridad, hostiles a la emigración y nada cohesivas socialmente, han penetrado de forma sustancial en el principal partido de la derecha. Friedrich Merz, uno de los tres candidatos a la presidencia de la CDU, representa ese perfil. Desde luego, nada tiene que ver con el instinto antiinstitucional de Trump, pero sus ideas tienen más puntos de conexión de lo aconsejable. Hay que entender que la AfD no es una formación con posibilidades de gobierno, pero sí ejerce influencia sobre su espectro político, y Merz forma parte de ello. Y no es únicamente Merz, hay una parte no desdeñable de la sociedad alemana que coincide en los objetivos, y parte de sus élites económicas, muy bien representadas en el Bundesbank, empujan en esa dirección. Sin ir más lejos, el Banco Federal Alemán acaba de publicar un informe en el que solicita que la deuda que genere el fondo de recuperación vaya a parar a los Estados miembros y la UE. En síntesis, la elección de Merz sería una mala noticia para Europa, y lo sería para España, y es un candidato con posibilidades de éxito, el preferido por sus militantes.
No hay ninguna novedad respecto de la política de los últimos años: se elegirá entre la continuidad o la deriva hacia posiciones más duras
Su opositor es Armin Laschet, el candidato preferido por el 'establishment' del partido, y aporta una clara continuidad con la línea de Merkel. Tiene menos tirón entre la militancia que Merz, pero cuenta con el aparato a su favor. El tercer candidato es Norbert Röttgen, un exministro de Medioambiente al que Merkel cesó tras perder en 2012 las elecciones en Renania con él como candidato. Es atlantista, partidario de una línea más dura con China y Rusia. Los perfiles de los candidatos se han examinado con mayor profundidad por Luis Garicano y Esteban González Pons, quienes advierten, además, de que puede que el vencedor de estas elecciones no sea el candidato a canciller. La nueva dirección de la CDU podría optar por Jens Spahn, el actual ministro de Sanidad, o por Marcus Söder, el líder de la CSU (los conservadores bávaros), si se presentan como candidatos en lugar del presidente del partido.
La cuestión de fondo, sin embargo, estriba mucho más en las ideas que en las personas, en la visión que aportan sobre su país, sobre el papel que debe jugar en la UE y sobre sus propuestas económicas. En ese orden, no hay ninguna novedad respecto de la política de derechas en los últimos años, y se elegirá entre la simple continuidad o la deriva hacia posiciones más duras, y poco más. Son malas noticias, porque Alemania está en un momento complejo, y la Unión Europea también, y se necesitan nuevas perspectivas. De los problemas germanos ya hemos dado cuenta, pero sí cabe señalar que en esta ocasión se vuelven particularmente acuciantes, porque la crisis del coronavirus está dejando huellas y porque serán más profundas en el futuro. Se necesita una respuesta a la altura del momento. Veamos en qué sentido.
El declive alemán
Hay un aspecto en el que no se pone demasiado énfasis, pero que es muy relevante, y que Wolfgang Münchau definió razonablemente como el “declive alemán”. Acostumbrados a que el campeón europeo tenga mucho más músculo económico, financiero y productivo que países como el nuestro, hablar de declive puede parecer algo atrevido, pero eso no resta un ápice de sensatez a Münchau, por ejemplo, cuando afirma que, por más que se perciba la era Merkel como un periodo dorado, también ha sido “el momento en que Alemania perdió su ventaja tecnológica debido a un enfoque mal dirigido a los superávits fiscales y la falta de innovación”. El país alemán ha perdido su ventaja tecnológica, lo que lo conduce hacia el declive, si lo comparamos con China y EEUU.
La era Merkel ha sido la del dominio alemán en Europa, del cual ha obtenido réditos, pero no ha sabido emplearlos
Esas malas decisiones han lastrado también a la UE. A estas alturas, cabe afirmar que Alemania ha sido un mal líder europeo, porque ha hecho justo lo menos conveniente. Ha liderado la eurozona en términos que le eran beneficiosos, pero al mismo tiempo ha realizado una gestión que nos ha pasado factura. La era Merkel ha sido la del dominio alemán, del cual ha obtenido réditos, pero no ha sabido emplearlos. En esencia, ha cometido dos errores.
Regalar Europa
La arquitectura del euro y las reformas internas generaron en Alemania un exceso de capital, como detallan Pettis y Klein, que se invirtió de forma incompetente, entre otras cosas, en el ladrillo español, en las cajas españolas o en las 'subprime' estadounidenses, con los resultados catastróficos que todos conocemos. Ese dinero debería haberse dedicado a la innovación, a situar la industria a la altura de los tiempos y a fortalecer el mercado interno, de modo que las desigualdades no crecieran y que el poder adquisitivo de buena parte de su población se mantuviera. No ocurrió así, ni en Alemania ni en la UE, y la factura ya hemos comenzado a pagarla: en lugar de crear un espacio europeo fuerte, el nivel de vida de las poblaciones ha caído, la tecnología es estadounidense o china y los productos de uso cotidiano se fabrican en China, como dolorosamente hemos comprobado en la pandemia.
El reparto final queda así: China fabrica, EEUU es la potencia financiera y las nuevas tecnologías se las reparten ambos
Pero todo esto parte de un error de base, que debe subrayarse, ya que no afecta únicamente a Alemania sino al conjunto de la UE. Europa tenía dos fortalezas, su moneda y su mercado. Este, compuesto por millones de consumidores con alto poder adquisitivo, lo ha regalado. La jugada fue la siguiente: las empresas europeas, toleradas y muchas veces alentadas por los dirigentes políticos, decidieron fabricar fuera, en especial en China. Eso produjo el crecimiento chino, gracias a que no solo producía, sino que también vendía en Europa. Con todo ese dinero, China no se conformó con ser la fábrica del mundo, sino que lo invirtió en innovación, y ahora es una de las grandes potencias tecnológicas. Por el otro lado, EEUU destinó muchos recursos a la innovación tecnológica, y sus gigantes digitales entraron de lleno en el mercado europeo, consiguiendo aquí una parte importante de sus ingresos. Pero también fue adquiriendo con los fondos globales que lidera buena parte de los réditos que las empresas europeas generan, ya sea mediante participación en el accionariado, mediante su adquisición o mediante bonos. El reparto final queda así: China fabrica, EEUU es la potencia financiera y las nuevas tecnologías se las reparten ambos. Europea se ve relegada a un lugar secundario en ambos aspectos, decisivos en el nuevo contexto, y también Alemania, cuya industria de alta cualificación lo tendrá complicado para competir.
El momento de la ambición
Todo esto es relevante, no solo de cara al pasado, sino para tejer el futuro. No se trata de señalar las equivocaciones y buscar responsables, sino de solventar los problemas. La clase dirigente alemana haría bien en comprender que la Unión Europea es una oportunidad, que la posibilidad que tienen de no continuar cayendo es empujar hacia la reactivación de Europa, de su mercado, de sus consumidores y de sus valores (sí, la cultura europea es importante). Este es el instante de olvidarse de los viejos términos y no pensar más en adaptarse a lo existente, sino de liderar la construcción de lo que vendrá. Hay que dejar de lado todo ese pensamiento economicista, dedicado a llenar estadísticas, y poner en marcha planes para diseñar el futuro. Es el momento de la ambición: de fortalecer las pequeñas y medianas empresas, de generar trabajos (y bien remunerados) y de pensar en encabezar no ya el siguiente paso en innovación, sino el segundo y el tercero. Y no como una simple apuesta bienintencionada; más bien como condición de posibilidad de invertir la tendencia, de frenar el declive y de salir a la superficie.
Europa, en la actualidad, tiene notables semejanzas con la península itálica en la época de Maquiavelo
Europa, en la actualidad, tiene notables semejanzas con la península itálica en la época de Maquiavelo, en que las ciudades trataban de conservar su espacio, tejían y rompían alianzas, se enzarzaban en batallas y guerras, mientras Francia y España la iban conquistando poco a poco. Maquiavelo fue de los pocos en entender que la única manera de conservar la independencia y su modo de vida era dando forma a la unión de todas ellas. Desde luego, en lo económico y en lo comercial, Europa está en ese momento, y sería lógico que la potencia principal, Alemania, contribuyera al desenredo, y a ganar una autonomía estratégica diferente, esa que tanto necesitamos, la del dinero, la prosperidad, el crecimiento equilibrado y la mejora del nivel de vida. Por desgracia, nada de eso asoma en los planes de la CDU, empeñada en seguir viviendo en el pasado, y cuyas perspectivas semejan el encierro en la fortaleza, con el Bundesbank como máximo exponente de esta ceguera. No es momento de esconderse detrás de los muros.
Es curioso el interés informativo que han suscitado en España las primarias demócratas, las elecciones estadounidenses, los mínimos detalles del proceso de destitución de Trump o el Brexit, con todas sus vicisitudes, y la escasa atención que suscitan en Alemania. Del país germano tenemos pocas noticias, salvo las habituales alabanzas a Merkel, a su gestión de la pandemia, a lo bien que están afrontando económicamente la crisis, o a las grandes ayudas que está prestando a sus empresas para hacer viables los confinamientos. Deberíamos, sin embargo, estar mucho más pendientes de lo que ocurre en Berlín, por la relevancia que tiene lo que allí ocurra para España y para la UE, y porque también existe un lado oscuro germano.