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Venezuela, la penúltima prueba del fracaso de la izquierda radical
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Ramón González Férriz

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Venezuela, la penúltima prueba del fracaso de la izquierda radical

La izquierda española siempre ha proyectado en América Latina su pasión revolucionaria. Pero, hoy, todas sus esperanzas han fracasado

Foto: Nicolás Maduro tras las elecciones. (Reuters/Leonardo Fernandez)
Nicolás Maduro tras las elecciones. (Reuters/Leonardo Fernandez)
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La primera reacción de Podemos y Sumar a las elecciones venezolanas fue la que cabía esperar. Juan Carlos Monedero afirmó, antes de que acabara el recuento, que la oposición había perdido. "El pueblo venezolano ha elegido a Nicolás Maduro como Presidente de Venezuela", tuiteó Irene Montero. Yolanda Díaz pidió que se aceptara el resultado oficial, aunque reconoció que, para disipar las dudas, tal vez el Gobierno venezolano debiera ser más transparente.

Al mismo tiempo, sin embargo, la izquierda mundial empezó a transmitir su profundo escepticismo con las garantías del proceso. El más claro fue Gabriel Boric, el presidente de Chile. Más tarde, Bernie Sanders, el senador estadounidense que durante años ejerció como el abuelo de la nueva izquierda socialista, y Alexandria Ocasio-Cortez, su más popular heredera, exigieron explicaciones al régimen de Maduro. Gustavo Petro, el presidente colombiano que inició su carrera política en una guerrilla, culpó a Estados Unidos de los problemas de Venezuela, pero reconoció que Maduro debía mostrar más transparencia. Brasil, México y la propia Colombia emitieron un comunicado conjunto en el que exigían la publicación de las actas electorales para poder verificar el resultado electoral. Después de todo eso, los líderes de Sumar se sumieron en el silencio. Podemos se cogió vacaciones. Monedero, el único que aún defiende total y explícitamente a Maduro, siguió publicando palabrería hueca sobre el fascismo internacional.

Venezuela ya no sirve como ejemplo

La pasión de la izquierda radical por Venezuela llevaba una década en declive, pero estas elecciones han acabado casi por completo con ella. Con la salvedad de quienes han apostado su credibilidad a la supervivencia del régimen —como Monedero y José Luis Rodríguez Zapatero— o siguen presos de una visión geopolítica propia de la Guerra Fría, como Izquierda Unida, hoy todo el mundo parece haberse dado cuenta de que el experimento bolivariano ha fracasado. Muchos tardarán en decirlo de manera explícita. Los primeros comunistas críticos con el régimen de Fidel Castro guardaron silencio durante quince años, hasta principios de los años setenta.

Las elecciones venezolanas solo son una muestra más del declive de la extrema izquierda global

Hoy, medio siglo después, Pablo Iglesias solo reconoce con discreción el siniestro fracaso del sandinismo nicaragüense. El peronismo argentino ha sido una forma democrática de populismo izquierdista, y no hay que meterlo en la misma categoría que los ejemplos anteriores, pero partes de la izquierda radical española se siguen abrazando a él como un modelo a seguir, a pesar, no solo de sus reiterados fracasos, sino de que el último de ellos condujo a la victoria de un populista de derechas, Javier Milei.

La izquierda española siempre ha proyectado en América Latina su pasión revolucionaria. Pero, hoy, todas sus esperanzas han fracasado. Casi todo el mundo se ha dado cuenta. Y esa izquierda de nuestro país se va quedando sola.

No solo Venezuela

Pero las elecciones venezolanas solo son una muestra más del declive de la extrema izquierda global; un declive que en España cuesta más de identificar porque Sumar forma parte del Gobierno, Podemos tiene aún una cierta relevancia mediática, y Bildu está en ascenso.

Incluso la parte más radical del partido demócrata estadounidense, liderada por Sanders y Ocasio-Cortez, apoya hoy la candidatura de Kamala Harris, que es una política centrista. Hace apenas dos meses, los resultados electorales en Francia hicieron pensar a algunos, de manera precipitada, que allí había ganado la izquierda radical: hoy el Nuevo Frente Popular se ha desvanecido y sigue gobernando el centro-derecha. El grupo de La Izquierda, formado por partidos anticapitalistas, es el séptimo en el Parlamento Europeo, y es políticamente irrelevante.

La izquierda radical ya ni siquiera se molesta en reivindicar el régimen de Cuba, por no hablar de países como China o Vietnam

En Grecia, Syriza ha dejado de tener opciones de regresar al Gobierno. Los laboristas arrasaron en las elecciones de Reino Unido tras purgar por completo lo que quedaba de la influencia de Jeremy Corbyn y sus aliados radicales. A una escala mucho más pequeña, Juan Diego Botto, Carlos Bardem o Baltasar Garzón, que dedicaron enormes esfuerzos a exigir, en nombre de la libertad de expresión, la liberación de Pablo González de una cárcel polaca, han descubierto, después de que este fuera incluido por Vladimir Putin en un canje de prisioneros, que las sospechas de que se trataba de un espía ruso eran, muy probablemente, correctas.

No desaparece, pero se agota

Esta izquierda no va a desaparecer, porque es impermeable a la realidad. Pero, más allá de la singularidad española, que puede no ser tal si se confirma el declive electoral de Sumar y Podemos, es evidente que está perdiendo todas las batallas de la política internacional. Casi sin excepción, los mitos que han alentado a esta izquierda han caído, le han decepcionado o lo harán pronto; sus rostros más presentables, como José Mujica, se han retirado; el mexicano Andrés Manuel López Obrador, un maestro del populismo de izquierdas, lo hará pronto.

Hoy, la izquierda radical ya ni siquiera se molesta en reivindicar el régimen de Cuba, por no hablar de los de China o Vietnam. La semana pasada, Israel logró matar a un líder de Hamás en Teherán; debido a ese clamoroso fallo de seguridad, a Irán, un socio ultraconservador de la izquierda radical global, le resultará más difícil presentarse como una potencia sólida y creíble.

Para movilizar a los suyos, a estos grupos de izquierda suele bastarles con oponerse a la OTAN, la UE, Estados Unidos, Israel, el capitalismo o la existencia de la clase media alta a la que, por lo general, pertenecen sus líderes. Pero aun así, necesitan alguna clase de referente o esperanza. Ahora, cuando queda cada vez más claro que Maduro y su régimen dieron un pucherazo histórico, que incomoda a muchos de ellos, y asquea a sus miembros más honestos, lo tienen cada vez más difícil. No es la prueba definitiva que conducirá al fin de esta izquierda. Pero, con suerte, quizá sí sea la penúltima.

La primera reacción de Podemos y Sumar a las elecciones venezolanas fue la que cabía esperar. Juan Carlos Monedero afirmó, antes de que acabara el recuento, que la oposición había perdido. "El pueblo venezolano ha elegido a Nicolás Maduro como Presidente de Venezuela", tuiteó Irene Montero. Yolanda Díaz pidió que se aceptara el resultado oficial, aunque reconoció que, para disipar las dudas, tal vez el Gobierno venezolano debiera ser más transparente.

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