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Cambio climático: el consenso progresista ha terminado
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Ramón González Férriz

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Cambio climático: el consenso progresista ha terminado

La derecha tradicional no había roto el consenso. Hasta hoy. Ahora, la derecha moderada ya dice en voz alta que las nuevas políticas energéticas han dado un inmenso golpe a la industria europea

Foto: Teresa Ribera interviene en Bruselas. (Europa Press)
Teresa Ribera interviene en Bruselas. (Europa Press)
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En noviembre de 2021 entrevisté a Teresa Ribera. La conversación versó sobre la lucha contra el cambio climático. Algunos pasajes fueron un poco técnicos, ya que era para un pódcast del Centro de Políticas Económicas de Esade. Pero Ribera adoptó un tono distinto cuando le pregunté por el crecimiento económico. ¿Cómo podíamos conciliar la necesidad de frenar el calentamiento con el deseo humano de seguir prosperando? Por ejemplo, ¿había que construir una nueva pista en el aeropuerto de Barcelona?

En ese momento, Ribera cambió de registro y citó a Kant, el imperativo categórico, los límites de lo humano y la necesidad del pensamiento crítico. Respondió que tal vez deberíamos conformarnos con una semana de vacaciones en un destino de calidad en lugar de dos en uno masificado. Mantuvo una ambigüedad muy propia de los políticos astutos. No defendió el decrecimiento. Pero insinuó que debíamos replantearnos lo que entendemos por una vida próspera. Tras sus palabras parecía haber un mensaje: debemos cambiar la manera en que vivimos.

El consenso verde

Durante los últimos diez años, en Europa se ha forjado un consenso alrededor de la lucha contra el cambio climático. Ese periodo, iniciado con la Cumbre del Clima de París en 2015, será recordado como el de un gran triunfo del ecologismo y el progresismo, que consiguieron arrastrar a la derecha tradicional hacia sus posiciones. Cuando Ursula von der Leyen, miembro de los democristianos alemanes, llegó a la presidencia de la Comisión en 2019, convirtió ese consenso en una política concreta, el Green Deal, una serie de medidas destinadas a que la UE dejara de emitir gases de efecto invernadero en 2050. El Parlamento Europeo lo aprobó con una mayoría abrumadora. Todos los países lo aceptaron.

Foto: Teresa Ribera. (EFE/OLIVIER HOSLET)

A partir de entonces, las empresas europeas fueron implementando las nuevas regulaciones climáticas. Pero no fue solo eso. Muchas de ellas asumieron como propios los principios ESG (Medioambiente, sostenibilidad y gobernanza) y convirtieron la transición ecológica en parte de su imagen pública y de su modelo de negocio, al tiempo que incorporaban el marco DEI (Diversidad, equidad e inclusión) en su política corporativa. La bandera arcoíris colgaba tanto en la fachada de la Comisión Europea como junto al avatar de las grandes empresas en las redes sociales.

El progresismo había implementado su programa. Y lo había logrado sin necesidad de ganar todas las elecciones ni de ocupar todos los consejos de administración. Lo había hecho porque la derecha tradicional y una parte relevante de las élites económicas habían interiorizado sus ideas.

La derecha renuente

Naturalmente, la derecha política lo hizo con renuencia. Muchos dentro de ella consideraban que Von der Leyen actuaba más como una política verde o socialdemócrata que de centroderecha. Muchos creían que la pérdida de votos del conservadurismo liberal en casi todos los países se debía a la asunción de los principios de la izquierda, y que la consecuencia lógica de ello era el ascenso de la derecha radical. Muchos conservadores tradicionales denunciaban que la izquierda estaba aprovechando la alarma ante el cambio climático como una excusa para transformar de manera subrepticia la forma de vida de las personas. Esto no iba solo de cambiar la caldera o coger menos el coche, decían, es que nos quieren obligar a cambiar como individuos y como sociedad, como las palabras de Ribera sugerían de manera muy cauta.

Pero durante este tiempo la derecha tradicional no había roto el consenso por razones de oportunidad electoral, por dudas morales o por su incapacidad para encontrar un discurso que se basara en la ciencia y, al mismo tiempo, presentara soluciones más graduales. Hasta hoy. Ahora, la derecha moderada ya dice en voz alta que las nuevas políticas energéticas han dado un inmenso golpe a la industria europea —véase esta entrevista con Nemesio Fernández Cuesta, que es quien en nuestro país mejor ha articulado una posición de centroderecha sobre el tema— y piensa que tiene la obligación de desmarcarse de los socialdemócratas para convencer a los votantes de que la descarbonización no va a ser una revolución de las formas de vida. Al mismo tiempo, la industria, sobre todo en Alemania, el norte de Italia o partes de España, cree que el Green Deal fue un error y que hay que encontrar maneras más prácticas de reducir emisiones y, al mismo tiempo, hacer frente a la competencia de China y Estados Unidos.

El fin del consenso

La trifulca en el Parlamento Europeo alrededor de la elección de Ribera tiene causas de política interna española y de aritmética parlamentaria bruselense. Pero el centroderecha nunca la quiso en esa posición tan influyente y, al fin, ha decidido romper el consenso. Es el preludio del golpe definitivo: dentro de cuatro meses gobernará Alemania el democristiano Friedrich Merz, mucho más duro que Angela Merkel y Von der Leyen, y que cree que el cambio climático es preocupante, pero no un apocalipsis.

El consenso climático del centroizquierda y el centroderecha se está desmoronando ante nuestros ojos. Era esperable. Sin embargo, no llegará solo. A partir de ahora también empezarán a relegarse a un lugar más secundario el ESG, el DEI y muchas otras convenciones que durante esta década de consenso progresista han gozado de un enorme predicamento. Estamos en un cambio de ciclo que nos llevará a un mundo más conservador y crudo. Corremos el riesgo de que el péndulo se desplace una vez más hacia el extremo, aunque sea el contrario.

En noviembre de 2021 entrevisté a Teresa Ribera. La conversación versó sobre la lucha contra el cambio climático. Algunos pasajes fueron un poco técnicos, ya que era para un pódcast del Centro de Políticas Económicas de Esade. Pero Ribera adoptó un tono distinto cuando le pregunté por el crecimiento económico. ¿Cómo podíamos conciliar la necesidad de frenar el calentamiento con el deseo humano de seguir prosperando? Por ejemplo, ¿había que construir una nueva pista en el aeropuerto de Barcelona?

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