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El mundo está girando rápidamente hacia la derecha
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Ramón González Férriz

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El mundo está girando rápidamente hacia la derecha

Durante 10 años, ideas progresistas sobre el género, la raza o el medio ambiente han dominado la política. Ahora se está produciendo un rápido giro hacia el conservadurismo. ¿Por qué?

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Yves Herman)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Yves Herman)
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Ayer, el Parlamento Europeo dio luz verde a la Comisión más conservadora de la historia de la institución. Entre los países grandes de Europa, el Gobierno más estable es el de Italia, conformado por una coalición de tres partidos de derechas. En Alemania, probablemente se celebrarán elecciones en febrero: si las predicciones son correctas, las ganará el centroderecha con alrededor del 33% de los votos, seguido de la derecha radical con alrededor del 18%. En Francia, el Gobierno centrista depende de la derecha para funcionar. La derecha gobierna en Portugal, Suecia, Finlandia, Grecia y Austria. Si mañana hubiera elecciones en el país más liberal del mundo, Canadá, las ganaría la derecha. Y dentro de poco más de un mes, Donald Trump tomará posesión como presidente de Estados Unidos.

La última década ha sido muy progresista en términos medioambientales y de gasto público. Muchas ideas izquierdistas acerca de la raza y el género han ocupado un lugar central en el debate. ¿Qué ha pasado para que vuelva con tanta fuerza el conservadurismo?

Un proceso gradual

Mi tesis es que los partidos progresistas consiguieron, durante buena parte de estos últimos diez años, que los votantes aceptaran su defensa de políticas cada vez más osadas. Una vez aprobado el matrimonio gay, casi nadie siguió oponiéndose a él. Más de un 70% de los españoles apoyan que las mujeres puedan abortar libremente dentro de las catorce primeras semanas de embarazo. La reivindicación del feminismo se volvió transversal, aunque no lo fuera la interpretación que se daba a esa palabra. Los partidos progresistas, influidos por un mundo académico, intelectual y activista que consideraba que estas demandas eran imprescindibles, siguieron caminando hacia la izquierda con la sensación de que el electorado, o al menos su electorado, les seguía fielmente. Pero en algún momento esta coordinación se rompió.

En Estados Unidos, por ejemplo, los datos indican que el Partido Demócrata siguió planteando políticas y debates —como el uso de los pronombres neutros para las personas de género no binario o la utilización de palabras no racializadas para hacer referencia a minorías como la latina— que a sus votantes empezaron a sonarles extrañas. Un 73% de los progresistas blancos estaban de acuerdo con disminuir los recursos de la policía, algo que solo aceptaban el 37% de los negros, las supuestas víctimas de esa policía. Como explicó nuestro corresponsal en Estados Unidos, Argemino Barro, los medios de izquierdas impulsaron el uso del término “latinx”, pero este resultó profundamente impopular entre los propios latinos. Era como si las élites progresistas creyesen que podían continuar avanzando hacia la izquierda y no se dieran cuenta de que los grupos a los que decían defender habían dejado de seguirles.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la sesión del pleno del Parlamento Europeo. (Reuters/Yves Herman)

Es posible que en España haya sucedido algo parecido. A los medios nos gusta identificar “momentos decisivos”, pero es probable que no haya habido uno concreto: ni la ley del sí es sí, ni la ley trans, ni la posibilidad de abortar a los dieciséis años sin permiso paterno, ni el reguero de declaraciones de miembros del Gobierno sobre cómo debe satisfacerse el deseo sexual femenino, las falsas denuncias de abusos o, recientemente, la afirmación de la ministra de la Seguridad Social, Elma Saiz, de que es necesario declararse explícitamente antirracista para poder ser considerado no racista. Seguramente haya sido un fenómeno gradual, la agregación de todos estos hechos y de otros, lo que ha provocado que un número apreciable de votantes de izquierdas haya dicho “hasta aquí”. Según las últimas encuestas, si mañana hubiera elecciones, la derecha tendría mayoría, no una abrumadora, pero sí suficiente para gobernar.

Es la cultura, no la economía

Sin duda, también hay argumentos aparentemente económicos. Que las leyes medioambientales han perjudicado a la industria o aumentado los costes de la energía. Que la globalización económica ha generado agotamiento y ha emergido el deseo de proteger a los trabajadores y los productos locales frente a la deslocalización y las importaciones masivas. Que la llegada de muchos inmigrantes tiene un impacto a la baja en los sueldos o al alza en el precio de la vivienda. Todas estas sensaciones mezclan percepciones basadas en la realidad con prejuicios ideológicos. Pero a mi modo de ver no se trata solo de ideas económicas, sino, como las anteriores, de carácter cultural: algunas de las respuestas conservadoras a estos fenómenos —subvenciones, aranceles, la restricción de la inmigración—, pueden tener un impacto dañino en la economía, pero mucha gente lo prefiere, porque cree que así recuperará el control de su vida.

Algunas de las respuestas conservadoras a estos fenómenos pueden tener un impacto dañino en la economía, pero mucha gente lo prefiere

El giro a la derecha es global. Y ya está en marcha en los Gobiernos de la mayoría de los países de nuestro entorno, con algunas salvedades como Reino Unido o la propia España, que son la excepción progresista. Pero incluso en ellas existe un malestar de raíz nacionalista y conservadora y sus Gobiernos son muy impopulares. Como todo cambio ideológico, incluido el del progresismo de la última década, al principio generará consensos y, luego, terminará entre excesos y fracasos. Pero para eso falta mucho tiempo. Apenas acabamos de empezar una nueva época.

Ayer, el Parlamento Europeo dio luz verde a la Comisión más conservadora de la historia de la institución. Entre los países grandes de Europa, el Gobierno más estable es el de Italia, conformado por una coalición de tres partidos de derechas. En Alemania, probablemente se celebrarán elecciones en febrero: si las predicciones son correctas, las ganará el centroderecha con alrededor del 33% de los votos, seguido de la derecha radical con alrededor del 18%. En Francia, el Gobierno centrista depende de la derecha para funcionar. La derecha gobierna en Portugal, Suecia, Finlandia, Grecia y Austria. Si mañana hubiera elecciones en el país más liberal del mundo, Canadá, las ganaría la derecha. Y dentro de poco más de un mes, Donald Trump tomará posesión como presidente de Estados Unidos.

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