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Las voces del harapo: esto te podría pasar a ti
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Las voces del harapo: esto te podría pasar a ti

La calle homogeniza a las personas más dispares. Quienes duermen al raso pierden su singularidad bajo los cartones y los harapos, se disuelven en la suciedad.

Foto: Josep, Juana y Alseny. (Zoe Sala Coixet)
Josep, Juana y Alseny. (Zoe Sala Coixet)

La calle homogeniza a las personas más dispares. Quienes duermen al raso pierden su singularidad bajo los cartones y los harapos, se disuelven en la suciedad. El proyecto de la Casa de Cádiz, una casa okupa junto a la Sagrada Familia de Barcelona, presenta un giro en la integración de estas personas. El Ayuntamiento de Cádiz, copropietario del local que llevaba más de una década abandonado, asegura que no ordenará su desalojo. El activista Lagarder Danciu capitanea el proyecto y dice que no pretende crear un lugar estable, sino proporcionar un espacio de seguridad para que los que han descarrilado puedan encontrar el modo de incorporarse de nuevo a la sociedad.

Pero ¿quiénes son y por qué han dormido en los cajeros? ¿Qué clase de persona puede caer de esta forma? Converso con tres de ellos y os presento sus relatos. Sus vivencias dan una idea nítida de lo que está ocurriendo en la Casa de Cádiz y de lo que te podría pasar a ti.

Josep, cocinero de profesión, español

placeholder Foto: Zoe Sala Coixet.
Foto: Zoe Sala Coixet.

Aquí llego en Nochevieja después de tres días durmiendo en un cajero. Son los primeros tres días de mi vida en un cajero. Nadie sabe lo que es esto hasta que le pasa, y cuando te pasa no te lo puedes creer. Piensas: ¿a mí? ¡A mí no! Porque hasta entonces he sido una persona normal, dentro de lo que cabe. ¿Mi infancia? Qué lejos está mi infancia. Mi padre era viajante y siempre esperaba con impaciencia su llegada. Me traía clics de Famobil y nos íbamos a montar en los carts. Tengo una discapacidad pero soy un trabajador, con sus buenos momentos y sus malos momentos, me he buscado la vida.

Vivía en una habitación alquilada que he pagado religiosamente siempre, pero la señora que se suponía era arrendataria estaba haciendo juego sucio, realquilaba y no pagaba el alquiler. Tres o cuatro días antes de Nochevieja voy a meter la llave y me encuentro la cerradura precintada, el piso clausurado por la policía. Mis cosas están dentro. La policía me informa de que no se puede entrar ahí. Lo primero que hago es ir para servicios sociales, porque uno piensa que le darán una solución. Pues no. Están hasta arriba en plena campaña del frío y me dicen que lo mejor que puedo hacer es buscarme un cajero, que estaré más caliente. No te puedes imaginar qué es esto hasta que te pasa a ti. De pronto lo entiendo: estoy en la calle. Empiezo a deambular. No tengo ánimo.

Foto:  Enric Pons. Opinión

Mi juventud fue difícil, pero esto es peor: entonces me porté mal, pero ahora me porto bien. Tuve problemas con las drogas y me desintoxiqué. Luché y gané aquella batalla. Encontré un gran consuelo en la religión. He cumplido desde entonces veintiún años de profesión, cocinero en toda clase de restaurantes. Tuve pareja pero se rompió. Tengo una hija de 20 años. Lo primero que descubro cuando estoy en la calle es que los amigos te dan la espalda. Mi madre siempre dice que la gente no quiere problemas. Ella es muy mayor. Sufrió mucho durante mi juventud. No quiero causarle problemas nunca más. Ella no sabe que estoy así. Soy creyente y creo que Dios pone pruebas a los valientes.

Mis tres noches en el cajero -se le humedecen los ojos- son horribles. Si hubiera tenido valor me hubiera tirado al metro, pero no lo tuve, soy demasiado cobarde para hacerlo. Esto que voy a decir es duro, pero pensaba: ojalá alguien me empuje al metro. Porque vi la mirada de temor y de asco de la gente que entraba por la noche a sacar dinero al cajero. No pedí limosna porque no sirvo para esto. En la iglesia sí: pedí ropas, no tenía suficiente abrigo. Puedo decirte que hay pocas miradas de misericordia. Hace un día eras normal y ahora eres uno “de ellos”. Un mendigo. Algo habrás hecho. Lo notas. Lo recibes. Recuerdo aquel anuncio que decía “no son invisibles”. Pues ojalá lo fuéramos. La vergüenza y la culpa que sientes es... Me atrevo a decirlo: tiene que ser parecida a la de una pobre mujer a la que violan. Esas miradas me hicieron colapsar emocionalmente y voy a tener este peso toda mi vida. Creedme.

Vine aquí temblando y me dieron abrigo. Les dije que soy cocinero y me pusieron a cocinar. Nos conocemos poco pero no nos hace falta hablar

Entonces oí hablar del refugio de la Casa de Cádiz, de este sitio que ha montado Lagarder. A mí los okupas no me han gustado nunca, ni los inmigrantes. Tenía muchos prejuicios. Aquí te encuentras gente de otras razas, de todo. Estaba ciego y ellos me abrieron los ojos. Vine aquí temblando y me dieron abrigo. Les dije que soy cocinero y me pusieron a cocinar. Nos conocemos poco pero no nos hace falta hablar mucho. Una palmada en la espalda puede ser mejor que una misa de 12. Se levantan a las siete de la mañana y se acuestan a la una de la noche. Trabajan sin parar. Y he soñado despierto. Una persona que cae en la calle necesita un refugio donde ordenar su vida y sus ideas. Eso es fundamental y no te lo dan los servicios sociales. Ahí te meten en una rueda de hámster. Tienes que hacer una cola para ducharte y otra para comer donde las monjas. ¿Cuándo vas a buscar trabajo? ¿Cuándo vas a pensar? Ordenar la mente después del golpe es una tarea urgente pero para eso necesitas tener una seguridad, tiempo para pensar. No puedes pensar con esas miradas de la calle que te obsesionan y te deprimen.

Este es un sitio muy bien organizado. La necesidad une a las personas pero también las vuelve muy egoístas. Todos hacen esfuerzos por mantener el equilibrio. Todos tienen la marca de la calle. La Casa de Cádiz no es una okupación, no se aprovechan de un espacio de otro: están salvando vidas simple y llanamente. La mía la han salvado. El infierno de la calle es frío y está abierto para todo el mundo. Gracias a este sitio he encontrado piso otra vez. Esta noche dormiré de nuevo en una casa, tras diez días aquí que me han salvado la vida.

Juana, interna en casa, del Perú

Mira pues, yo soy del Perú y he vivido aquí catorce años, sí, pues trabajando siempre. Estaba de interna pues con una señora. La señora enfermó y la llevaron a la residencia, pues me quedé sin trabajo y me pusieron los hijos de la señora las maletas en la puerta. Sin trabajo pues me quedo sin nada. Sin nada. He dormido tres semanas pues en la calle. Mucho frío, mucho, mucho. La familia de la señora me decía pues que la casa la iban a vender y que buscara trabajo. Teníamos una junta con cinco gentes. 2500 euros entre las cinco, pues en semana hacía una la junta. La junta se rifa y a mí me dieron el tres, pues. Y ya, la que tiene la junta esa semana, no me entrega nada. Ya dijo pues que la habían estafado. Es mentira porque a otra sí le dio su dinero. Yo le he puesto en el Facebook y me bloqueó. Te voy a poner tu foto en la embajada de Bolivia, que tú eres boliviana, y va a estar ahí, que me has robado. Yo no te he prestado, yo te he hecho la junta. Lugar que tú te enojaras, pues tú te enojas. Esa tiene el dinero mío de la junta y cuando me quedé sin trabajo me quedé sin nada. Las maletas en la puerta me la pusieron los hijos de la señora. Trece años que trabajaba como interna, pues no tengo nada, nada.

placeholder Foto: Zoe Sala Coixet.
Foto: Zoe Sala Coixet.

(Cuando le pregunto por su familia en Perú rompe a llorar desconsoladamente. Se ahoga. No intenta hablar. Hace gestos histéricos de negación. Otros habitantes de la Casa de Cádiz se acercan a ella con cautela. Intentan consolarla. Al cabo de un tiempo se serena. Ahora tiene la cara mojada. Le pregunto si tiene sueños por la noche. Le propongo que me cuente un sueño que haya tenido aquí).

Yo duermo y no siento nada.

Foto: Incidentes entre la Policía Nacional y jóvenes junto al Parlamento de Navarra tras el desalojo del Palacio Marqués de Rozalejo. (EFE)

Alseny, refugiado político de Guinea

placeholder Foto: Zoe Sala Coixet.
Foto: Zoe Sala Coixet.

En 2010 hay elecciones en Guinea que acabaron muy mal porque hubo conflicto étnico. Yo me voy a Nigeria en 2011 para huir de mi país, que se ha vuelto peligroso para mí. Empiezo a trabajar en la embajada, donde hago de intérprete. Pasa que mi etnia ha ganado la primera vuelta, se ha calentado mucho el ambiente. Ellos se manifiestan. En la segunda vuelta gana la otra etnia de manera sucia. Nosotros somos fula, ellos son mandinga. Cada etnia tiene su partido político. He vivido hasta entonces un barrio mixto. Mis amigos de toda la vida son de la otra etnia, pero las cosas han cambiado. Mi amigo de toda la vida, de la otra etnia, me dice: si ganamos la segunda vuelta yo vendré aquí y te mataré. Para mí eso parece una broma entonces, tomo esa palabra a broma, pero no es ninguna broma. La política ha roto las relaciones.

Me metieron en un albergue, fuera de la ciudad, en medio del campo. Tres meses después me denegaron el asilo político. Lo intenté en España

Mi padre es militar y teníamos cuatro hombres armados siempre en casa. Pero era insostenible. Me dijo: vete a Nigeria y vuelves más adelante. Trabajé en la embajada de mi país en Nigeria y cuando me dan las vacaciones me voy a Europa, quiero conocer esto, yo no tenía ninguna información. Estaba en un hotel en Noruega y vi un chico africano por la calle. Le pregunté cosas. Me dijo que estudiaba en la universidad. Quedé dudando dos días y al final fui a la policía para pedir asilo político. Me metieron en un albergue, fuera de la ciudad, en medio del campo. Tres meses después me denegaron el asilo político, así que lo intenté en España. Cuando llegué aquí el policía me dijo: por qué sonríes. Y yo le dije: porque ahora estaré en contacto con la gente.

Ahora todos vienen a mí para decirme que tienen un problema, que quiere un paracetamol. Aquí hay mucha gente distinta y todos tienen cosas urgentes

Aquí he vivido en albergues de Cruz Roja y luego un piso de refugiados. Tengo la carrera de filología inglesa. Entre 2014 y 2018 estudio grado medio aquí, en gestión administrativa. Quiero estudiar también relaciones internacionales, porque quiero volver a mi país un día y arreglar las cosas con la política. Se me da bien mediar. Conocí a Lagarder y le he ayudado montar esto. Entramos juntos al principio y le dije: yo te ayudo a montar esto pero necesito mi vida, estudiar y seguir con mi proyecto. Ahora todos vienen a mí para decirme que tienen un problema, que quiere un paracetamol, lo que sea. Aquí hay mucha gente distinta y todos tienen cosas urgentes. Hay tensiones y yo aprendo a resolverlas. Es lo que tendré que hacer cuando vuelva a mi país, donde ha habido muchos muertos por la violencia étnica. El jefe de estado tiene 80 años y no tiene familia. Cómo vas a gestionar un país si no tienes familia.

La calle homogeniza a las personas más dispares. Quienes duermen al raso pierden su singularidad bajo los cartones y los harapos, se disuelven en la suciedad. El proyecto de la Casa de Cádiz, una casa okupa junto a la Sagrada Familia de Barcelona, presenta un giro en la integración de estas personas. El Ayuntamiento de Cádiz, copropietario del local que llevaba más de una década abandonado, asegura que no ordenará su desalojo. El activista Lagarder Danciu capitanea el proyecto y dice que no pretende crear un lugar estable, sino proporcionar un espacio de seguridad para que los que han descarrilado puedan encontrar el modo de incorporarse de nuevo a la sociedad.

Okupas