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Cataluña es la maldición de la izquierda española y la cocaína de la derecha
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Juan Soto Ivars

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Cataluña es la maldición de la izquierda española y la cocaína de la derecha

No es solamente el oportunismo de las derechas lo que mete a Cataluña continuamente en los hogares extremeños o andaluces, sino una suerte de fatalidad, de vicio o de costumbre histórica

Foto: Manifestación independentista convocada por la ANC con motivo de la Diada. (EFE)
Manifestación independentista convocada por la ANC con motivo de la Diada. (EFE)

Cataluña tiene la capacidad, estando como está en una esquina del mapa con los pies metidos en el agua, de colocarse en el centro. Como una droga poderosa, atrae sibilinamente a los adictos. Quienes lamentan que el Monotema canibalice horas de campaña que podrían dedicarse a la precariedad, la enseñanza o el futuro ecológico, que acudan a los libros de historia en busca de una explicación. Está en Unamuno, en Ortega y en el mucho menos admirable Giménez Caballero, por poner tres ejemplos de la Logse.

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Y no es solamente el oportunismo de las derechas, que también, lo que mete a Cataluña continuamente en los hogares extremeños, murcianos o andaluces, sino una suerte de fatalidad, de vicio o de costumbre histórica. El “no miréis a Cataluña” me recuerda a Orfeo logrando rescatar a Eurídice del Hades y llevándosela por las escaleras de vuelta al mundo a condición de no mirar atrás. Todo el mundo sabe cómo termina esta historia que, para la izquierda española, también tiene reminiscencias del castigo que Zeus le impone a Prometeo.

Foto: Pedro Sánchez y Albert Rivera, en su último encuentro en Moncloa. (EFE)

Pedro Sánchez fue un iluso (eufemismo de idiota) por fiar las elecciones a una fecha posterior a la sentencia del 'procés'. Cegado por esa distorsión de la realidad llamada presidencialismo, olvidó la máxima de Montaigne, quien deja escrito en sus ensayos que “en el trono más alto del mundo, solo podemos sentarnos sobre nuestro propio culo”. Hoy, Sánchez se puede dar con un canto en los dientes si repite resultado, y es casi seguro que el trono permanecerá, como en verano, impracticable para sus presidenciales posaderas.

El motivo es Cataluña. La postura sobre el Monotema de Unidas Podemos es incompatible con la del PSOE. La del PSC, apéndice federalista del PSOE recentralizante, incompatible a su vez con un acuerdo estable o una abstención de Ciudadanos o el PP. De manera que ni Gobierno progresista con Podemos, ni Gobierno en solitario ni Gobierno de concentración nacional. Cataluña es un muro para el PSOE y amenaza con catalizar la reedición del bloqueo.

Foto: Un grupo de policías durante los altercados de este viernes en Barcelona, en la quinta noche de disturbios. (EFE)

Este jueves por la mañana, después de leer la prensa del día, me he dedicado a la hemeroteca, que es un DeLorean. He vuelto a 2017, para repasar las declaraciones de los líderes políticos presentes y las de sus predecesores. Nos hemos reído mucho de las promesas incumplidas de los independentistas (república en 18 meses, je je je), pero hemos tragado discretamente con las promesas incumplidas de la derecha española en esas fechas. Aseguraron que el 155 y la persecución judicial de los líderes 'indepes' eran la solución expeditiva y segura, y ni 'flowers'.

El método duro del exorcismo en Cataluña se ha puesto en práctica muchas veces desde antes de la Guerra Civil y el efecto siempre ha sido el mismo: el 'demoni' no abandona el cuerpo, sino que se adormece y espera su próxima aparición. De forma gráfica: si Franco no acabó con el nacionalismo catalán con su receta de 40 años de represión, es de una ingenuidad pasmosa que alguien se crea que la mano dura del PP, Ciudadanos o Vox va a ser la panacea. En Cataluña, la represión siempre produce rencor o, como dijo Montilla, “desafección”.

¿Funciona, por contra, el fármaco del diálogo, la caricia, la cesión y el pacto que pusieron en práctica durante una generación entera tanto el PSOE como el PP con Pujol? Solo como prórroga. La sospecha de que Cataluña siempre exige más y de que mientras tanto hace trampas con su propia historia no es producto de la paranoia. Hoy, solo un pánfilo puede creerse las apelaciones independentistas al 'diálogo'. La negociación no puede establecerse sin interlocutores saciables.

La sospecha de que Cataluña siempre exige más y de que mientras tanto hace trampas con su propia historia no es producto de la paranoia

De manera que la mano dura provoca más rabia en los nacionalistas honestos, y la blanda provoca más trampas de los deshonestos. Esto parece una perogrullada, pero casi nadie quiere asumirlo, porque aceptar estas reglas de juego implica que ninguna solución funcione a largo plazo. La postura de Errejón e Iceta es, quizá, la más realista en un momento como este: ni referéndum de autodeterminación como propone Podemos, ni la recentralización del ala dura del PSOE ni la represión de las tres derechas: un nuevo pacto. Una prórroga, vaya. Para todos. Lo más larga posible, y Dios dirá.

De ahí que muchos desapasionados nos estemos convirtiendo, en este ámbito, en unos pesimistas radicales. La salida constructiva al lío catalán es inviable hoy por la sencilla razón de que Torra, Puigdemont y la CUP ven en la izquierda española más razonable a su enemigo más peligroso. Lo que ellos quieren es que la izquierda española sea fulminada, y por eso juegan a hacer el cafre para calentar a la derecha. La hoja de ruta secreta del 'procés' pasa por alfombrar con cristales rotos el ascenso de Vox y el endurecimiento del PP.

Torra, Puigdemont y la CUP quieren convertir España en un sitio irrespirable para todos esos catalanes que todavía no han dado el paso al independentismo. Está más claro que el agua. Y en este momento, a unas cuantas horas de las elecciones generales más frustrantes de la historia reciente de España, me da en la nariz que tienen todas las de ganar.

Cataluña tiene la capacidad, estando como está en una esquina del mapa con los pies metidos en el agua, de colocarse en el centro. Como una droga poderosa, atrae sibilinamente a los adictos. Quienes lamentan que el Monotema canibalice horas de campaña que podrían dedicarse a la precariedad, la enseñanza o el futuro ecológico, que acudan a los libros de historia en busca de una explicación. Está en Unamuno, en Ortega y en el mucho menos admirable Giménez Caballero, por poner tres ejemplos de la Logse.

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