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A Txapote le revienta La Oreja de Van Gogh
Este grupo de aspecto naíf y melódico siempre ha irritado a los 'abertzales' por la sencilla razón de que nunca lo pudieron controlar. La Oreja no colaboraba con la causa
Ha querido la casualidad que la ley Txapote emprendiera su marcha sobre el Senado en el día en que Leire deja La Oreja de Van Gogh y se rumorea que podría volver a cantar Amaia Montero. A quien no conozca la intrahistoria de este asunto le podrán parecer dos hechos desconectados, pero en el país de las serpientes y las hachas el triunfo de La Oreja de Van Gogh fue una patada en los cojones para la izquierda abertzale.
Por resumirlo mucho: ni uno solo de los etarras que se verán beneficiados por el movimiento del PSOE y Sumar para poner al Estado a los pies de Bildu a cambio de presupuestos soporta a La Oreja de Van Gogh. Este grupo de aspecto naíf y melódico siempre ha irritado a los abertzales por la sencilla razón de que nunca lo pudieron controlar. La Oreja no colaboraba con la causa.
Frente a la juventud politizada y transigente con la violencia política que aspiraba a forjar HB, la mera existencia de jóvenes vascos como los de La Oreja, que según parece se habían conocido en plataformas pacifistas contra ETA, suponía un desafío.
El éxito de este grupo fue, por tanto, una de las cosas más contraculturales sucedidas por aquel entonces en Euskadi, como mis amigos Víctor Lenore o Hernán Migoya han señalado infinidad de veces. Eran los tiempos del Rock Radikal Vasco, fenómeno patrocinado que el historiador David Mota Zurdo desgrana en su libro
Debo decir que a mí el Rock Radikal Vasco siempre me gustó mucho, porque en Murcia, en mis años mozos, provocaba un efecto más drogata que político. Aunque alguno de mis amigos se creyó durante un tiempo eso de "pauso bat desobedientzia", pero luego se le pasó y ahora es autónomo.
Eran los años 90. Los años del plomo habían pasado, pero ETA estaba encaprichada con dos cosas: matar a concejales del PP y el PSOE, periodistas, funcionarios y empresarios, y granjearse un relevo generacional para seguir dando la tabarra y el terror a través de Herri Batasuna y su gusto por la vida nocturna. En las herrikotabernas y las fiestas sonaba Kortatu, Eskorbuto (estos iban a su bola), Parabellum y Soziedad Alkohólika, pero, frente a esta música espídica e hiperpolitizada, apareció entonces este grupo cursi y lo petó.
Frente a los lemas abertzales y las pintas duras que promocionaban los de Otegi, Amaia Montero, la primera cantante de La Oreja, daba el aspecto de una pija española y para colmo el guitarrista era hijo de Txiki Benegas. En los entornos de HB y de la kale borroka, escuchar a La Oreja de Van Gogh era una herejía tan grave como leer a Lutero en plena Contrarreforma.
En el entorno de HB y la 'kale borroka', escuchar a La Oreja de Van Gogh era una herejía tan grave como leer a Lutero en plena Contrarreforma
Le contaba al ABC el guitarrista, Pablo Benegas, hijo de Txiki: “En aquella época sentía vergüenza por verme señalado, cosa que ahora me parece terrible. En ese sentido, plasmarlo en papel (en su libro Memoria) ha sido bastante terapéutico. No obstante, tengo que decir que a pesar de haberlo pasado muy mal, sintiendo mucho miedo, mi historia no es especial porque es la de muchos hijos de dirigentes políticos de la época que sufrieron una presión cotidiana brutal”.
Pensemos en esa “presión cotidiana brutal” que hoy intentan minimizar los herederos de ETA, e incluso invertir para dar a entender que la presión la sufrían ellos. Mientras que en el resto de España se abominaba del terrorismo, en el País Vasco, y en particular en los ambientes juveniles, afear la cresta a un abertzale o dolerse por la viuda de un guardia civil era una actividad de riesgo.
En este contexto, ¿qué era más valiente? ¿Animar a los chavales a quemar autobuses para retar al Estado, como hacían algunos de los grupos presuntamente radikales y seguro que vascos, o subirse a un escenario en Basauri siendo hijo de quien eres y con una diana hereditaria en la cabeza?
¿Qué era más valiente? ¿Animar a los chavales a quemar autobuses para retar al Estado o subir al escenario en Basauri siendo hijo de quien eres?
Pese a la sensación de minoría y asfixia que los miembros de La Oreja de Van Gogh experimentaron en su tierra, ese pop nostálgico y algo ñoño se mantuvo distanciado de la política. No se convirtieron en un grupo “del otro bando”, ni siquiera cuando imbéciles los acusaron de financiar a ETA en un bulo anterior a la existencia de tabloides digitales, sino que cantaban del amor y del recuerdo y conectaban con esa juventud, tanto en su tierra como en el resto de España, que estaba más por la labor de enamorarse que de quemar autobuses o insultar a una viuda.
En fin, pienso en todo esto mientras pasa por el ojo de la aguja la exigencia de Bildu de soltar cuanto antes a “sus” presos, mientras queda en suspenso el futuro de La Oreja de Van Gogh y mientras leo Bajo el silencio, la escalofriante colección de entrevistas a gente de ETA y sus satélites, que acaba de publicar Iñaki Arteta.
La izquierda abertzale, su romantización de la "lucha armada" y la amnesia que inducen en jóvenes vascos que no saben quién fue Miguel Ángel Blanco me enfurece. Jamás perdonaré a ETA, ni a sus simpatizantes, pero estoy convencido de que en algún momento puede haber una “memoria democrática”. Sin embargo, ésta no se dará hasta que Otegi y sus amigos canten a coro aquello de “Cuéntame al oído / ¿A qué sabe ese momento? / ¿Dónde quedan hoy los días / en que aquello era un sueño?”
Aquello, el sueño, era su derrota.
Ha querido la casualidad que la ley Txapote emprendiera su marcha sobre el Senado en el día en que Leire deja La Oreja de Van Gogh y se rumorea que podría volver a cantar Amaia Montero. A quien no conozca la intrahistoria de este asunto le podrán parecer dos hechos desconectados, pero en el país de las serpientes y las hachas el triunfo de La Oreja de Van Gogh fue una patada en los cojones para la izquierda abertzale.