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Pagar por publicar no es la solución

Cuando pagar por otro canal es la solución, la batalla por el acceso abierto está perdida. El modelo de las publicaciones universitarias españolas podría ser una alternativa más ética

Leo la serie de artículos sobre el coste de la publicación científica en nuestro país y no salgo de mi asombro. Pagarle 25 millones de euros a Elsevier cada año parece desmesurado, especialmente si se compara con otros países. Pero claro, ¿qué empresa regala sus servicios? No podemos olvidar que nos hemos acomodado en un modelo liberal donde todo lo que huela a público sobra. Pero lanzado el dardo, vamos a la raíz del problema.

Investigar en nuestro país no es fácil. Hay una financiación muy precaria que se une a unos contratos por lo general más precarios. La única forma de salir del pozo es la excelencia. Ser suficientemente excelente para conseguir un contrato estable, buena financiación, socios tan excelentes como tú y dinero europeo. Esa excelencia se mide por el criterio más objetivo que se nos ha ocurrido: el impacto. Si tienes mucho impacto, significa que mucha gente te lee y te cita y, por tanto, eres excelente. Pero, ¿cómo medimos el impacto?

Foto: Portadas de revistas científicas (EC)
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Antonio Villarreal Gráficos: Jesús Escudero

Thomson Reuters y Elsevier han ideado sendas plataformas (Web of Science y Scopus) para ello donde podemos encontrar miles de revistas en un ranking que determina cuánto impacto tenemos (Google ha hecho también una herramienta para valorar el impacto individual, aunque aún tiene que pulirla mucho). El caso es que para poder medir el impacto hay que estar en la lista y, por ello, todo el mundo intenta publicar en las mismas revistas. Obviamente, no sólo se trata de publicar, sino también de leer lo que otros publican, así que a la vez que buscamos la excelencia necesitamos acceso a los recursos.

Históricamente las revistas de investigación solían estar ligadas a instituciones científicas y sociedades, pero pronto surgieron iniciativas privadas que ofrecían otras alternativas al ver un claro nicho de mercado. El establecimiento de los índices y el sistema general de funcionamiento de la carrera científica fueron haciendo el resto. En su momento, antes de la era digital, los intercambios entre instituciones y la compra directa de suscripciones en papel dotaban a las bibliotecas de conocimiento, pero el surgimiento de internet dio lugar a nuevas formas de publicación y acceso. Entonces se complicó todo.

Surgieron las licencias libres, el acceso abierto y, por supuesto, la piratería. Se empezaron a cuestionar muchas cosas, entre ellas el propio modelo de publicación científica, ya que el modelo de acumulación que habían construido las grandes editoriales se hizo, si cabe, más patente. ¿Por qué mi institución tiene que pagar por una revista en la que trabajo sin retribución como parte de mi carrera académica? ¿Por qué tengo incluso que pagar por leer mis propios trabajos? Y, sobre todo, ¿por qué tengo que pagar tanto? A nadie se le escapa que 25 euros por media docena de páginas es excesivo.

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Entonces, las grandes editoriales científicas vieron un nuevo nicho de mercado en el acceso abierto. El artículo va a estar disponible para todo el mundo (aunque las instituciones siguen pagando la misma suscripción por el paquete de revistas) a cambio de un módico precio que cubra las pérdidas. ¿Quién paga? Los mismos, pero por diferentes canales. Lo más gracioso, que la editorial gana más dinero. El lobby en Bruselas de estas empresas no cobra suficiente. Son muy buenos.

Con este panorama llegó un momento en el que muchos nos cansamos. El principal problema reside en que boicotear estas revistas suele suponer boicotear tu propia carrera. Pero en el fondo estaba un problema de derechos. Al publicar en estas revistas cedes todos tus derechos a la editorial, con lo que son libres de lucrarse con tu trabajo, normalmente financiado con dinero público. Ahí es donde entra la legislación europea o el famoso artículo 37 de nuestra Ley de la Ciencia. Si hay dinero público, hay que publicar en acceso abierto. Hasta ahí todo bien, pero ¿dónde?

En 2016 SJR (el índice de Elsevier) recoge un total de 28.606 revistas (3.780 de ellas en acceso abierto), que publicaron casi dos millones y medio de artículos. Eso cuesta dinero, así que tenemos dos opciones: se lo seguimos dando a empresas o buscamos otro modelo. Aunque también podrían convivir ambas.

Aquí recupero el dardo del principio con una propuesta que, en cierto modo, ya está en marcha. El impacto lo tenemos nosotros, no las revistas. Si no publicamos en una revista con mucho impacto, al año siguiente se hunde en el ranking. No es una idea nueva y el problema que tenemos en España es que nuestras revistas no están por lo general bien posicionadas. Pero una pequeña inversión en un modelo ya existente podría cambiar las tornas si todos nos pusiésemos de acuerdo. Para ello, sería necesaria la iniciativa política y el compromiso de todos los investigadores, así que supongo que estamos ante una utopía.

Con los 25 millones que se pagan a Elsevier se podría contratar a mil personas que gestionasen todos los artículos indexados del mundo

A pesar de todo, hagamos números. Con los veinticinco millones de euros que se pagan cada año a Elsevier se podría contratar a unas mil personas en una agencia pública que gestionase todos los artículos indexados del mundo. Sí, así a lo loco. Cada empleado tocaría a un artículo y medio por hora. Obviamente, no es tan sencillo. Pero sumemos al resto de países europeos, y al resto de suscripciones. Y hagamos que nuestras agencias primen la publicación, bajo los máximos criterios de calidad, en revistas públicas y de acceso abierto. Es más, hagamos nuestros propios índices. Al fin y al cabo es sencillo, sólo hay que minar datos en CrossRef. La infraestructura ya está creada con las plataformas OJS (Open Journal System) que han desarrollado casi todas nuestras universidades. Apuesto a que se podría incluso remunerar a los revisores y editores con la diferencia de coste.

Supongo que soñar es gratis, no como publicar en acceso abierto hoy en día si ese gran avance en las negociaciones que se pregona llega a buen puerto. Pero por favor, llamemos a las cosas por su nombre. Hablar de acceso abierto cuando un proyecto o uno mismo tiene que poner sobre la mesa el dinero para publicar no es de recibo. Además, no soluciona nada.

Seguiremos invirtiendo de forma indirecta para el estado, pero directa para nosotros y a un coste aún mayor. En mi pueblo, a eso se le llama ser puta y poner la cama. Y como investigadores ya ponemos la cama demasiado como para dejar pasar también esto. Personalmente, prefiero publicar tras un 'paywall' y después colgar un pre-print (legalmente) en mi repositorio institucional, o enviar el artículo por correo electrónico a quien lo necesite, a invertir un porcentaje sustancial de mi poco dinero en que los accionistas de Relx Group ganen un 20% más el año que viene. Así que vamos a luchar de verdad por un modelo de acceso abierto real, público, en el que no se sigan lucrando los mismos. El impacto ya llegará, y si no, da igual, no salen plazas…

Jaime Almansa es investigador postdoctoral en el Instituto de Ciencias del Patrimonio (CSIC) y editor de la revista en acceso abierto 'AP: Online Journal in Public Archaeology'.

Leo la serie de artículos sobre el coste de la publicación científica en nuestro país y no salgo de mi asombro. Pagarle 25 millones de euros a Elsevier cada año parece desmesurado, especialmente si se compara con otros países. Pero claro, ¿qué empresa regala sus servicios? No podemos olvidar que nos hemos acomodado en un modelo liberal donde todo lo que huela a público sobra. Pero lanzado el dardo, vamos a la raíz del problema.

Estudio científico Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Ciencia