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¿Es Silicon Valley comunista? Marxismo en el paraíso del capitalismo
En España, muchos empresarios perciben los salarios como un coste a reducir, y los asalariados creen que el problema es el yate del ejecutivo. El resultado es un modelo infraproductivo
Trabajadores propietarios de la empresa junto a capitalistas felices. Eso es Silicon Valley. Mucho más que la vanguardia del 'software' y la tecnología, es también la vanguardia de una incipiente sociedad posindustrial donde los asalariados son propietarios de los medios de producción. Comunismo en el paraíso del capitalismo sin pasar por la revolución.
Cuando Google salió a bolsa, todos sus empleados se hicieron ricos porque tenían acciones. La riqueza generada por Google se repartió como la pedrea de la lotería de Navidad, hasta el punto de que la empresa tuvo que montar un servicio de asesoramiento para evitar que sus empleados fueran desplumados. El caso de Google no es una excepción sino la norma.
Pero ¿por qué los socios capitalistas renuncian a una parte sustancial de la propiedad de las empresas de 'software' y la entregan a los trabajadores? ¿Son los ejecutivos revolucionarios encubiertos? ¿Buenrollismo 'hippie' californiano? ¿Tetrahidrocannabinol? La realidad es más prosaica: sencillamente, es lo mejor para el negocio.
En una sociedad industrial, los medios de producción, las fábricas, requieren vastas inversiones de dinero solo al alcance de unos pocos. Los dueños del capital son inevitablemente los dueños de los medios de producción. En el modelo fabril, la mano de obra asalariada es fácilmente reemplazable. La posición de fuerza es del capitalista y los empleados solo tienen fuerza negociadora unidos en sindicatos.
Sin embargo, en una sociedad posindustrial, el trabajo es mayoritariamente intelectual. El medio de producción es el cerebro de los trabajadores, una mente que necesita años de educación y aprendizaje a través de una experiencia especializada. Un cerebro único y no fácilmente intercambiable significa una posición negociadora fuerte que cambia la correlación de fuerzas. Silicon Valley y su industria del 'software' es la vanguardia de esta incipiente sociedad posindustrial que describió Marx.
Las tornas cambian. Los trabajadores pueden escoger a placer y los salarios medios alcanzan cifras escandalosas. Los becarios cobran más que muchos ejecutivos en España. Y sin embargo, esos salarios no bastan y es necesario ofrecer acciones, la propiedad de la empresa, a los empleados para asegurar su fidelidad y que den lo mejor de sí mismos. Compartir la propiedad es la mejor manera de alinear los intereses de todos. Los fondos de inversión bailan gustosamente a este son y en pactos de socios o rondas de inversión se reservan acciones para entregar a empleados actuales y futuros. El capital y no los trabajadores termina siendo lo intercambiable. Todo el dinero es verde.
Los becarios cobran más que muchos ejecutivos en España. Y sin embargo, esos salarios no bastan y es necesario ofrecer acciones
En Silicon Valley, los jugadores saben que participan en un juego de suma positiva, y esto significa tres cosas. La primera, que lo importante no es tu porcentaje proporcional del pastel, sino el tamaño absoluto de tu trozo. La segunda, que la mejor manera de que tu trozo del pastel crezca no es quitarle un trozo a otro, sino hacer el pastel en su conjunto más grande. Y la tercera, que si quieres hacer el pastel más grande, a veces tu parte debe disminuir para poder dar un trozo a un nuevo jugador.
Los resultados de este juego de suma positiva están a la vista. Las empresas de 'software' de Silicon Valley han protagonizado la mayor creación de riqueza de la historia y lo han hecho en muy poco tiempo.
En España, aún estamos lejos de ese modelo. En primer lugar, porque la industria del 'software' es pequeña y reciente. En segundo lugar, porque muchos empresarios y trabajadores no entienden la economía como un juego de suma positiva, sino como un juego de suma cero donde si uno gana, el otro pierde. En consecuencia, muchos empresarios perciben los salarios como un coste a reducir y los asalariados creen que el problema es el yate del ejecutivo. Justificadas o no estas percepciones, su consecuencia es un modelo económico infraproductivo donde se lucha por las migajas.
No se trata de buscar culpables cuando un ecosistema no está maduro. Los inversores no quieren diluirse porque no entienden el beneficio real, y los trabajadores, como los campesinos a los que Tolstói quiso entregar sus tierras, desconfían de quien les quiere pagar con cromos. Por otra parte, el modelo no es fácil de implementar. Solo cuando los salarios son suficientemente altos, repartir acciones tiene efectos positivos: garantiza la fidelidad y la implicación de mentes brillantes a largo plazo. Ciertamente, es un modelo que genera mucha riqueza, pero no con base en el pelotazo, sino porque consigue atraer e implicar a la gente con más talento del mundo y gracias a ellos genera muchísimo valor.
Por suerte, poco a poco, la situación en España va evolucionando. Los salarios de la industria del 'software' están subiendo rápidamente y ya empiezan a alcanzar el umbral en que las acciones son percibidas como atractivas por los asalariados. A pesar de los problemas fiscales de la entrega de acciones en España, muchas compañías han encontrado fórmulas para compartir la propiedad de las empresas con sus trabajadores. Y todo esto sin una revolución comunista para apoderarse de los medios de producción, porque el medio de producción ya lo tiene dentro de su cabeza el asalariado.
Trabajadores propietarios de la empresa junto a capitalistas felices. Eso es Silicon Valley. Mucho más que la vanguardia del 'software' y la tecnología, es también la vanguardia de una incipiente sociedad posindustrial donde los asalariados son propietarios de los medios de producción. Comunismo en el paraíso del capitalismo sin pasar por la revolución.