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¿Robar libros no es robar? Déjate de chorradas, cursi
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Alberto Olmos

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¿Robar libros no es robar? Déjate de chorradas, cursi

'Roba este libro', de Miguel Albero, y 'Los contrabandistas de libros', de Joshua Hammer, presentan aleccionadoras historias sobre delincuencia y terrorismo cultural a lo largo de los siglos

Foto: Una mujer hojea unos libros hoy en la librería la Central de Barcelona. (EFE)
Una mujer hojea unos libros hoy en la librería la Central de Barcelona. (EFE)

Algunos escritores tienen a gala haber robado libros cuando eran jóvenes. Esta delincuencia se nos presenta como romántica y apasionada, prueba fehaciente del amor por la literatura que guiaba sus primeras andanzas en las letras. Francisco Umbral o Roberto Bolaño son buenos ejemplos de este orgullo descuidero. Se da a entender que en la formación de algunos escritores resultó fundamental el latrocinio, pues de otro modo no habrían podido leer tantos libros. Se da a entender, también, que su librero de confianza era un idiota, pues veía entrar al pequeño Paco o al pequeño Roberto y, lejos de preguntarse por qué nunca le compraban nada, se metía en la trastienda para dejarles robar a gusto.

Robar libros no ha aportado nada a ningún escritor, y es más que probable que Umbral robara dos libros en toda su vida, y Bolaño cuatro, y luego asentaran la leyenda de que se robaron todo lo que leyeron entre los quince y los veinte años, como si en Valladolid o en México DF no hubiera bibliotecas. Decir que uno va a la biblioteca nunca ha tenido nada de heroico, a pesar de que una biblioteca pública es, a todas luces, lo único que merece la pena defenderse.

Después de leer el libro de Hammer, quizá muchos escritores frívolos se pensarán un poco lo de darse aires por hurtar un librito

Miguel Albero ha escrito un simpático ensayo sobre el robo de libros, en el que hace una taxonomía de estos arruinadores del negocio editorial. Joshua Hammer, sin tanta broma, ha completado una extensa crónica sobre la heroicidad de Abdelkader Haidara para reunir en una biblioteca todo “el conocimiento de Mali”, es decir, miles de manuscritos antiguos que los yihadistas buscaban destruir. Después de leer el libro de Hammer, quizá muchos escritores frívolos se pensarán un poco lo de darse aires por hurtar un librito.

Goethe te reclama un libro

'Roba este libro' (Abada) empieza, a mi juicio, con demasiados chistes, pero va espesándose página a página hasta completar un catálogo de anécdotas sobre ladrones vs. defensores de libros bastante enriquecedor. Javier Cercas comparece entre estos últimos poniendo algo de sensatez frente al delirio burgués de autores como Marguerite Duras, que afirmaba ridículamente: “Robar un libro no es robar”, nuevo código penal cursi que deberíamos aplicar eternamente, en justa correspondencia, sólo a los libros de Marguerite Duras. Cercas señala (citado) que, bueno, a lo mejor ayudar a que cierren las librerías no es precisamente la mejor de las ideas.

Otro demenciado fue un tal Yánnover, que acuñó esta chorrada: “Quien no ha robado nunca un libro es a la cultura como el virgen al sexo.” Vaya.

Más gracia tuvo Jean-Michel Tournaire -sin abandonar tierras de extravagancia, eso sí. El tipo le dejó su novela a su madre y ésta se la pasó a toda su familia, de modo que Tournaire no vendió un solo ejemplar entre sus allegados. Por eso publicó 'Contra el préstamo de libros', sin darle seguramente una copia a su insolidaria progenitora.

Albero no deja sin censar a los ladrones más avispados: los propios bibliotecarios. Amparados en una posición franca y oficial, alguno hubo que se llevó media biblioteca pública a su casa. Como ejemplo contrario, Albero nos cuenta el proceder de Goethe cuando fue designado en 1797 administrador de la biblioteca de Ana Amalia. Él mismo escribía inmediatamente reclamando libros a los lectores que no los devolvían, así fueran duques o marquesas (a fin de cuentas, el era Goethe). Es más: Goethe tomó prestados 2.276 libros de esta biblioteca a lo largo de los años, y siempre los regresó a tiempo. Comparado con esto, que Bolaño se jacte de robar un libro sólo sirve para medir la distancia (también ética) que le separa de ser Goethe.

Kant tuvo la culpa

Por otro lado, leyendo 'Los contrabandistas de libros y la epopeya para salvar los manuscritos de Tombuctú' (Malpaso), uno se entera de que había libros como 'Estrellas importantes entre la multitud de los cielos' (1733) o 'Curación de enfermedades y defectos tanto aparentes como ocultos' (sin datar) que, junto a otros miles, conformaban el acervo maliense y hacían de la ciudad de Tombuctú un centro intelectual y cultural de primer orden.

También nos da pistas Joshua Hammer sobre por qué todos pensamos que África no ha aportado gran cosa al saber universal a excepción de 'Hakuna matata'. Sentenció Kant: “Los negros de África no han recibido de la naturaleza ningún sentimiento que se eleve por encima de los insignificante (…) no se ha encontrado jamás uno solo que haya producido algo grande en el arte, la ciencia o en alguna otra noble ocupación.” Hume no se quedó corto: “Entre ellos no se dan ni ingeniosos procesos de fabricación, ni artes ni ciencias.” Completa el desafuero Hegel: “Lo que podemos entender a través de África es el espíritu ahistórico y subdesarrollado.”

Para carecer de pensamiento complejo y volúmenes sapienciales, a Abdelkader Haidara le llevó varios años y miles de kilómetros recopilar la ingente biblioteca que se acabaría abriendo en Tombuctú con todos los manuscritos antiguos que numerosas familias guardaban en sus casas, y que corrían el riesgo de desintegrarse.

La epopeya, contada sin que Hammer asome prácticamente la cabeza, se vuelve terrorífica cuando en 2012 los yihadistas toman Tombuctú y, después de cerrar los bares, cortar algunas manos y ordenar a las mujeres cómo vestir, se ceban con los libros.

Abdelkader Haidara salvó todos las manuscritos que pudo, y es difícil no verle como un héroe. Alguien que podría lograr que el mismo Kant se sonrojara.

Algunos escritores tienen a gala haber robado libros cuando eran jóvenes. Esta delincuencia se nos presenta como romántica y apasionada, prueba fehaciente del amor por la literatura que guiaba sus primeras andanzas en las letras. Francisco Umbral o Roberto Bolaño son buenos ejemplos de este orgullo descuidero. Se da a entender que en la formación de algunos escritores resultó fundamental el latrocinio, pues de otro modo no habrían podido leer tantos libros. Se da a entender, también, que su librero de confianza era un idiota, pues veía entrar al pequeño Paco o al pequeño Roberto y, lejos de preguntarse por qué nunca le compraban nada, se metía en la trastienda para dejarles robar a gusto.

Libros Robos Javier Cercas
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