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El 'golpe de los coroneles' para poner fin al bienio negro del PSOE
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Gonzalo López Alba

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El 'golpe de los coroneles' para poner fin al bienio negro del PSOE

El secretario general, en funciones desde hace siete meses, estaba dispuesto a seguir con su suma y sigue hasta la derrota final

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

Quien a hierro mata, a hierro muere. Tomás Gómez debe ser en estas horas uno de los socialistas más felices de la tierra. Habiendo retenido su plaza en la ejecutiva federal del PSOE pese a su decapitación por Pedro Sánchez como secretario general de Madrid, ha podido presenciar desde un lugar privilegiado cómo se iba cociendo el cadáver de su mayor enemigo hasta verlo pasar ante él dentro de su ataúd. Sánchez, que quiso ser Pedro el Cruel —sus decisiones arbitrarias en el ámbito orgánico han sido una de las razones del amotinamiento final de los coroneles socialistas—, ha terminado siendo Pedro el Breve. Por mucho que todavía patalee y amenace con una escisión.

Foto: Fotografía de archivo de Máximo Díaz-Cano. (EFE)

Sánchez jibarizó al PSOE para poder gobernarlo a la medida de su escasa talla política, y de la de sus colaboradores más directos, y lo radicalizó como se convierten en sectas las iglesias pequeñas, acallando las voces de los discrepantes con amenazas. Quienes construyeron y mantuvieron grande el partido no podían tolerar que acabe siendo una caricatura en miniatura de lo que fue, como tampoco los coroneles con mando en plaza, con Susana Díaz al frente, esta vez sí, prueba de su decisión de asumir el timón en un escenario en el que, si se sigue el siguiente capítulo del plan diseñado por los amotinados, ya no habrá elecciones en diciembre ni por tanto urgencia alguna de que el partido postule un nuevo candidato presidencial.

Sánchez, que todavía amenaza con una escisión, jibarizó el partido y lo radicalizó como se convierten en sectas las iglesias pequeñas

Como se ha reseñado en este blog, no es solo que Sánchez haya cosechado los peores resultados electorales como candidato presidencial, es que durante su mandato ha llevado a su partido a una posición irrelevante en media España, con pérdida incluso del liderazgo de la oposición en Cataluña, País Vasco y Galicia, tres territorios en su día gobernados por los socialistas y donde hoy no se les espera como alternativa. Pero Sánchez estaba resuelto a seguir con el suma y sigue hasta la derrota final, refugiado en un círculo cada vez más reducido.

Una de tantas medias verdades producto de los cortes interesados en el tiempo histórico es que Sánchez cogió al partido en el peor momento de su historia: Felipe González y Alfonso Guerra construyeron en los años setenta del siglo pasado un partido donde solo había un recuerdo y también un competidor muy directo, el PCE. Por eso era impensable que permanecieran impasibles las viejas guardias, con el gran patriarca a la cabeza, que dio el toque de corneta con su “Pedro me engañó”. Por eso y porque, en su ambición de ser presidente del Gobierno a cualquier precio, Sánchez amenazaba con someterse al revisionismo de Podemos y el separatismo de los nacionalistas, arriesgando el sistema sobre el que ha pivotado la prosperidad de España, de la que, no sin razón, sus mayores se consideran en gran parte protagonistas.

El derrocamiento de un secretario general por su ejecutiva, anticipado en este blog el 4 de septiembre, es un hecho inédito, pero no menos inédito era el grado de desnorte político y depauperación convivencial al que se había llegado. Hay que remontarse a los peores momentos de la guerra de los años noventa entre felipistas y guerristas para encontrar un escenario en que el enfrentamiento se llevara hasta el recuento de votos, no siendo en un congreso o en un comité federal: fue cuando Carlos Solchaga y Eduardo Martín Toval compitieron por la portavocía parlamentaria. Y solo hay dos precedentes contemporáneos de que la dirección del partido haya sido asumida por una gestora: cuando Felipe González dimitió para forzar la aceptación de la renuncia al marxismo y cuando Joaquín Almunia renunció al cargo tras su derrota electoral en 2000. De estas crisis salió afianzado el liderazgo de González para dos décadas y surgió el embrión de la reconquista de la mayoría social con José Luis Rodríguez Zapatero.

Los coroneles deben ahora garantizar un debate tan largo, abierto y profundo como sea necesario hasta que el PSOE encuentre su nueva hoja de ruta

Los coroneles, puesto que los que se sientan en la ejecutiva son en su gran mayoría meros delegados de los jefes territoriales, han cumplido con su obligación de evitar el suicidio del partido. Han actuado como la tripulación de 'El motín del Caine', cuando ya no han podido reprimir más su temor por la seguridad del barco y por su propia supervivencia si no retiraban el mando al capitán. Ahora, en vez de caer en la tentación de ocupar el vacío de poder, deben facilitar las condiciones para que el nuevo secretario general sea elegido en una competición realmente abierta y, sobre todo, para un debate tan largo y profundo como sea necesario hasta dar con una nueva hoja de ruta, lo que se llama un congreso de refundación. Porque el PSOE, que tantas veces ha sido sinónimo de 'solución' para España, se había convertido en sinónimo de 'problema'.

A Pedro Sánchez lo espera el camión de la mudanza, y cuando pudo haberse ido por la puerta principal, tendrá que hacerlo por la puerta de atrás. Viendo el reguero que deja detrás, uno se pregunta si no entregamos nuestra representación a quienes no saben qué hacer con el poder.

Quien a hierro mata, a hierro muere. Tomás Gómez debe ser en estas horas uno de los socialistas más felices de la tierra. Habiendo retenido su plaza en la ejecutiva federal del PSOE pese a su decapitación por Pedro Sánchez como secretario general de Madrid, ha podido presenciar desde un lugar privilegiado cómo se iba cociendo el cadáver de su mayor enemigo hasta verlo pasar ante él dentro de su ataúd. Sánchez, que quiso ser Pedro el Cruel —sus decisiones arbitrarias en el ámbito orgánico han sido una de las razones del amotinamiento final de los coroneles socialistas—, ha terminado siendo Pedro el Breve. Por mucho que todavía patalee y amenace con una escisión.

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