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El día en que Iglesias aplaudió a los rufianes
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El día en que Iglesias aplaudió a los rufianes

El líder de Podemos demostró durante el debate de este sábado que para él los de ERC y Bildu son amigos y los socialistas, el enemigo

Foto: Pablo Iglesias en el debate de investidura. (EFE)
Pablo Iglesias en el debate de investidura. (EFE)

Que en un parlamento aparezca un gamberro dispuesto a hacerse famoso volcando un barril de estiércol cada vez que se sube a la tribuna resulta asqueroso, pero no tiene gran relevancia política. Siempre ha existido esta clase de especímenes: en el parlamentarismo clásico los llamaban “jabalíes”. Se espera a que terminen de escupir sus ofensas, se llama a los servicios de limpieza para que retiren la mierda que haya quedado esparcida tras el vómito y se continúa el debate entre las personas civilizadas.

Que el tipo que habla en nombre de los herederos políticos de ETA tenga la osadía de hablar de asesinatos sin recordar todos los que su partido amparó y aún no ha condenado resulta exasperante, pero es una de las servidumbres de la democracia: dar voz a quien por su gusto acallaría a tiros todas las demás voces. Tampoco eso, aunque soliviante, tiene especial trascendencia una vez que los que repartían disparos en la nuca han sido derrotados para siempre.

Si solo fuera por eso, no valdría la pena dedicar un artículo a estos dos pequeños bellacos. Pero el caso es que en torno a la actuación de ambos en el debate de este sábado se produjo una sucesión de gestos y reacciones que, en mi opinión, sí tienen un significado trascendente y merecen una reflexión.

placeholder Debate de investidura de este sábado. (EFE)
Debate de investidura de este sábado. (EFE)

Cuando no se pueden usar las palabras –el pasado sábado no había posibilidad de réplicas–, mediante el lenguaje gestual pueden decirse tantas cosas como con un discurso. Y con frecuencia más auténticas, porque es fácil engañar con las palabras, pero los gestos nos delatan.

En este caso, lo importante no es que Rufián y Matute dedicaran toda su intervención a injuriar al Partido Socialista, sino lo que ocurrió cuando terminaron. Ambos recibieron un sonoro aplauso. ¿De quién? De los diputados de Unidos Podemos. Y cuando regresaban a su escaño entre la indignación de la inmensa mayoría de la Cámara, al pasar junto a Pablo Iglesias este los felicitó con gesto inconfundible de cómplice camaradería. Bien hecho, amigo, así se habla, tú sí que eres de los nuestros.

No hace falta recordar que ERC y Bildu tienen dos cosas en común: son dos partidos antisistema y son dos partidos que proclaman su enemistad con España y su voluntad de romperla. Si fuera por ellos, el Parlamento que este sábado los permitió hablar simplemente no existiría.

Si fuera por ERC y Bildu, el Parlamento que ayer los permitió hablar simplemente no existiría

Cuando tras lanzar una provocadora soflama antisocialista el grupo de Podemoslos ovaciona y su líder los felicita personalmente, eso equivale a una toma de posición política. Con su reacción tras el choque frontal entre el Partido Socialista y lo que representan ERC y Bildu, Iglesias dejó manifiestamente claro con quién está y, en consecuencia, contra quién está.

Eso lo vieron los 84 diputados socialistas, todos sus votantes y militantes y el país entero. Y es una de esas imágenes que adquieren valor simbólico y quedan fijadas para siempre en la memoria. De los discursos de este sábado quedará poco, pero no creo que ningún socialista olvide ni perdone fácilmente la imagen de Pablo Iglesias mostrando su satisfacción ante la agresión de los dos partidos más montaraces de la Cámara contra el PSOE.

Supongo que el líder de Podemos sabía lo que hacía. Este sábado se abrió un foso emocional insalvable entre las dos fuerzas de la izquierda española. Iglesias dejó claro que se siente más próximo a gentes como Rufián y Matute y a partidos como ERC y Bildu que a cualquier socialista. Más fuerte aún: demostró que para él los rufianes y matutes son amigos y los segundos (los socialistas), el enemigo.

Con todas los divisiones y enfrentamientos históricos de la izquierda, esto es algo que jamás habría hecho ningún secretario general del Partido Comunista, desde Santiago Carrillo a Cayo Lara.

Foto: Elvira Fernández, Alberto Núñez Feijóo y Javier Fernández juntos en la tribuna. (EFE)

Lo que más estremece es pensar que quien este sábado aplaudía y felicitaba a Rufián y Matute se presentaba hace menos de dos meses como un socialdemócrata admirador de Zapatero. Que hasta hace tres semanas estuvo negociando un acuerdo de investidura con Pedro Sánchez. Y que el que este sábado por la mañana se echó a la carretera traficó hasta la víspera de su caída con un oscuro pacto bajo cuerda para que, entre otros, el partido de Rufián contribuyera a llevarlo a la Moncloa.

Pero hubo un segundo episodio. Terminado el debate, el portavoz del grupo socialista sintió la obligación de levantarse a defender el honor de su partido. Cumplió con su deber. Y lo hizo con dignidad suficiente como para provocar que prácticamente la Cámara en pleno se levantara a expresar con su aplauso no tanto el apoyo al PSOE como la defensa de la democracia y la condena del sectarismo cerril y de la infamia como principio de actuación política.

Recuperen la imagen: cerca de 300 diputados de distintos partidos e ideologías puestos en pie, respaldando a un partido democrático ultrajado por dos energúmenos con título de diputados. ¿Quiénes permanecieron sentados? Naturalmente, los de ERC y Bildu, supongo que con algún nacionalista más. Y junto a ellos, Iglesias y los suyos. Otra imagen para la historia. Otra toma de posición política con un significado inequívoco.

Entre Pablo Iglesias, Rufián y Matute han podido restablecer la cohesión entre los socialistas

Es obvio que el PSOE salió de la jornada de este sábado herido, entristecido y fracturado. Pero como no hay mal que por bien no venga, es posible que entre Iglesias, Rufián y Matute hayan hecho más por restablecer la cohesión entre los socialistas que todas las palabras conciliadoras desde dentro de sus propias filas.

Sus enemigos deberían haber aprendido que ese partido con inclinaciones suicidas tan acendradas solo reacciona con vigor en dos situaciones: cuando se ve en el fondo del pozo y cuando se siente agredido. Lo que hizo este sábado Iglesias poniéndose del lado de los agresores frente a la víctima y frente al resto de la Cámara fue, además de una villanía, un mal negocio político. Al tiempo.

Que en un parlamento aparezca un gamberro dispuesto a hacerse famoso volcando un barril de estiércol cada vez que se sube a la tribuna resulta asqueroso, pero no tiene gran relevancia política. Siempre ha existido esta clase de especímenes: en el parlamentarismo clásico los llamaban “jabalíes”. Se espera a que terminen de escupir sus ofensas, se llama a los servicios de limpieza para que retiren la mierda que haya quedado esparcida tras el vómito y se continúa el debate entre las personas civilizadas.