Con dos ovarios
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Espectáculos para chicas: ¿quién querría ver algo así?
No importa que gracias a nosotras se hayan mantenido las salas de cine independiente o que leamos más literatura. Si no consigues que los hombres te aplaudan no eres socialmente relevante
El otro día pensaba en cómo es posible que conozca tipos de balas (las full metal jacket y las del calibre 22) y que hasta antes de quedarme embarazada no tuviera ni idea de que después de parir se sangra como una cerda ni lo que era una episiotomía. La industria cultural y del entretenimiento me ha otorgado un montón de conocimientos que no tienen absolutamente nada que ver conmigo pero que se venden como de interés general. Los temas considerados como trascendentes son los que entusiasman al "público generalista", un eufemismo maravilloso para no decir "hombres". Por ejemplo, el fútbol llega a ocupar hasta veinte minutos diarios de las noticias y el género bélico y el western son de los que cuentan con más prestigio en la historia del cine. Trabajé con una persona que decía sin pizca de vergüenza que una buena película de guerra era en la que no salía absolutamente ninguna mujer.
Las cosas están cambiando pero hasta ahora, si los hombres no validaban tu trabajo no tenías nada que hacer en la industria del entretenimiento. Algunas de las mujeres a las que permitieron entrar en el juego calcan el estilo masculino, tratan temas parecidos y les colocan con frecuencia como protagonistas. Pienso por ejemplo en la directora Kathryn Bigelow. No digo que sea malo o que no tenga mérito, en absoluto. Pero cuando presentas un proyecto artístico para que te lo financien normalmente tienes que convencer a hombres, que son los que están al frente de las empresas y grandes productoras. Si no les gusta, o piensan que va dirigido a mujeres, tiene muchas probabilidades de acabar en la basura. Por alguna razón, y en pleno 2019, todo lo que sea claramente "para chicas" sigue llevando implícito que es mierda superflua.
En la película 'El autor' de Manuel Martín Cuenca, el personaje de Javier Gutiérrez quiere ser escritor como su mujer. En una escena le escupe a la cara que él quiere "escribir literatura de verdad". Que no le interesa juntar letras y vender mucho como ella hace. Es una película que refleja estupendamente como la balanza del prestigio rara vez se inclina hacia nuestro lado. Lo nuestro es una chorradita para señoras o adolescentes, lo suyo arte. Las mujeres seguimos siendo un público menor. No importa que gracias a nosotras se hayan mantenido las salas de cine independiente, que leamos más literatura o que llenemos los teatros. Si no consigues que los hombres te aplaudan no eres socialmente relevante.
Cuando ellas se suben al escenario
En los últimos años han surgido varios espacios de entretenimiento destinados a que las mujeres sean quienes ocupen los focos y demuestren su talento. Hablo de la Riot Comedy, el Empower Music Fest, el Festival Mujeres y cine, el Estrogent Fest, el She makes noise, el Gaming Ladies… son muchos. Unos han hecho más ruido que otros pero todos han ayudado a visibilizar que las mujeres también somos creadoras, que el traje de musa puede apolillarse sin problemas en el fondo del armario.
Últimamente he asistido perpleja a manifestaciones misóginas apabullantes como reacción a estos espectáculos. Ante el éxito de algunos de ellos, especialmente el de la Riot Comedy, no han sido pocas las voces que han expresado que participar generaba unas expectativas irreales en las protagonistas: después de gustar al público de allí tendrían que enfrentarse al público real. Al público real, ojo con esto. Debe ser que nosotras somos un holograma o un cuerpo sacado de una impresora 3D o que pagamos las entradas con dinero del Monopoly, no sé. El primer prejuicio es el de pensar que un grupo de mujeres haciendo cosas solo puede interesar a mujeres, dar por hecho que no habrá hombres entre el público. En realidad, este comentario destapa a quien lo emite: que a ti no te interese lo que podamos crear no significa que sea extrapolable al resto de hombres. Y en segundo lugar y mucho más grave, no nos consideran público. Gustarnos es simplemente irrelevante. Determinan que nuestra valía se demuestra consiguiendo que se quiten las manos de los huevos para aplaudir.
Esto no sería importante si no fueran ellos quienes siguen tomando decisiones. Como explicaba antes, son quienes están los despachos y tienen la palabra final para incluirnos en la industria mainstream o relevarnos a seguir viviendo a base de crowdfundings hasta que se pegue un pelotazo. Esto nos obliga a ser auténticas diosas en lo nuestro y a contar con un extra de destreza para manejarse en las redes sociales. Ser mediocre tirando a buena con margen de mejora no es una opción. Que alguien vea un talento a desarrollar en ti, tampoco. Tienes que venir con los miles de retuits y visionados de casa.
Quien no ayude que tampoco pise lo fregado
Lo realmente macabro es que haya quien se mosquee por la proliferación de estos shows. Resulta que llevamos años denunciando que apenas hay mujeres en los carteles de los festivales de música, de nuevo las últimas nominaciones a mejor dirección en los Oscar no incluyen a ninguna mujer, recuerdo el cartel del congreso de columnistas y el programa absolutamente masculinizado del festival Eñe y un largo etcétera. Pero luego las que nos estamos abocando a ser un subgénero por tratar de sacar adelante espacios en los que no se nos discrimine somos nosotras. Me vais a disculpar pero si hay un subgénero asentado y que copa absolutamente la industria del entretenimiento es el masculino. A lo mejor, en vez de criticar, podrían coger los espacios que supuestamente son mixtos, a pesar de contar con carteles con un 90% de hombres, y tratar de incluirnos en ellos. Si no lo hacen, qué mínimo que no pongan freno al trabajo de las compañeras.
Dicen que hay pastel para todos, que la cosa es organizarse. Yo digo que eso no es verdad. Las parrillas de radio y televisión son finitas. El día solo tiene 24 horas y las productoras no tienen presupuestos ilimitados. Financiarnos a nosotras es quitarles espacio a ellos. Y no solo eso: no están acostumbrados a coincidir con una Moderna de Pueblo, por ejemplo, en la caseta de la feria del libro y que su cola triplique la suya. Imagino que la única manera de consolarse es incidir en que nuestro contenido no es elevado y que, por lo tanto, quien lo consume no es relevante. De qué les sirve ser estrellas si las mujeres dejan de formar parte del paquete de éxito que les prometieron, si las groupies dejan de querer follar con ellos para querer ser como ellas. Imagino que todo era más fácil cuando mientras creaban cultura, nosotras nos poníamos guapas. Llamadme egocéntrica, pero yo prefiero que me vitoreen a tener que claudicar por nacimiento con el papel de palmera.
Qué vivan las cosas de chicas.
El otro día pensaba en cómo es posible que conozca tipos de balas (las full metal jacket y las del calibre 22) y que hasta antes de quedarme embarazada no tuviera ni idea de que después de parir se sangra como una cerda ni lo que era una episiotomía. La industria cultural y del entretenimiento me ha otorgado un montón de conocimientos que no tienen absolutamente nada que ver conmigo pero que se venden como de interés general. Los temas considerados como trascendentes son los que entusiasman al "público generalista", un eufemismo maravilloso para no decir "hombres". Por ejemplo, el fútbol llega a ocupar hasta veinte minutos diarios de las noticias y el género bélico y el western son de los que cuentan con más prestigio en la historia del cine. Trabajé con una persona que decía sin pizca de vergüenza que una buena película de guerra era en la que no salía absolutamente ninguna mujer.