Es noticia
No me preguntes cuándo voy a tener hijos: ya está bien de tener que dar explicaciones
  1. Alma, Corazón, Vida
  2. Tribuna
Héctor G. Barnés

Tribuna

Por

No me preguntes cuándo voy a tener hijos: ya está bien de tener que dar explicaciones

Primero fue "¿cuándo te vas a echar novia?", luego "¿cuándo vas a irte de casa?" A partir de los 30, la cuestión es cuando vas a tener descendecia... Y si eres mujer, mucho peor

Foto: 'Bueno, ¿y vosotros para cuándo?'. (Reuters/Valentyn Ogirenko)
'Bueno, ¿y vosotros para cuándo?'. (Reuters/Valentyn Ogirenko)

Cuando usted lea esto, ya habré cumplido 33 años. Sospecho que en el día de mi onomástica habré escuchado alrededor de un centenar de veces la preguntita de marras, comodín propicio para romper el hielo: bueno, ¿y los niños para cuándo? Espero para entonces haber sido capaz de perfeccionar un protocolo de reacción para salirme por la tangente mientras mantengo mi imagen de tipo irónico pero majete. Son unos cuantos años ya de experiencia ante esta pregunta, que ha sustituido a los clásicos "¿qué, cuando vas a dejar a papá y a mamá?" y "¿qué, para cuándo la novia?". Es la siguiente casilla en el casillero vital que me toca tachar (¡y ya tardas!), como sugieren bienintencionadamente con esta antediluviana y viejovisillesca cuestión.

Y eso que yo tengo mucha ventaja, que para eso nací hombre. Mucho peor me iría si fuese mujer y tuviese que ofrecer con media sonrisa repetitivas excusas ante esa poco sutil sugerencia de que el arroz se pasa más pronto que tarde, bonita. En esos casos se trata de un tema aún más sensible, puesto que hay muchas razones por las que alguien no quiere o no puede tener hijos —qué más da—, desde las cuestiones económicas (no nos da ni para pagar el piso) hasta las logísticas (sí nos da para pagar el piso, pero tenemos que currar doce horas al día) pasando por las meramente biológicas. Y para una persona que no tiene hijos pero lo-está-intentando, esa pregunta es como preguntarle a alguien que se muere de hambre si no ha probado a comer algo.

Las pautas que nuestros padres conocieron se han roto, a medida que la primera juventud se alarga y los hitos de madurez se posponen indefinidamente

No es tan solo cuestión de paternidad. Cada edad tiene su propio rito de paso que, como la declaración de la renta, tiene que cumplimentarse en el plazo indicado. Si ya hace tiempo que cumpliste los 30 y no tienes pareja, será el consabido "¿el novio, para cuándo?" (o si sí la tienes, "¿para cuándo la boda?") y si andas por los 60 y pocos, se convertirá en "¿cuándo te jubilas?"… o el "a ver para cuándo los nietos". Ya se sabe, hay que apretarle las tuercas a estos niños, que parece que no quieren hacerte abuelo. Hay un hilo conductor que relaciona todo: la vida es una sucesión de metas que hay que cruzar y si no lo haces, te convertirás en un descarriado. Como cantaban los Godfathers, "nacimiento, escuela, trabajo, muerte". Un tópico cultural que siempre castigó a los que se salían de la pauta —ese "quedarse para vestir santos"— y que no tiene en cuenta que vivimos en un momento en el que las pautas que nuestros padres y abuelos conocieron se han roto, a medida que la primera juventud se alarga y los hitos de madurez se posponen indefinidamente.

¿'Baby boom' postcrisis?

Quizá sean solo imaginaciones mías, producto de mi contexto generacional y sociodemográfico, pero de repente, las calles parecen estar anegadas de carritos de bebés; amigos y conocidos no dejan de tener hijos, como si lo fuesen a prohibir mañana. Sospecho que es consecuencia más o menos directa del ligero respiro de la postcrisis —o de la aceptación de que esto va a ser así para siempre—, que ha provocado que muchos de los que lo dejaron para un momento más propicio se hayan dicho "ahora o nunca". Por eso, aunque parezca paradójico, son precisamente los padres recientes los que con menor frecuencia hacen la preguntita de marras, quizá porque ellos pasaron por lo mismo no hace tanto.

placeholder Ellas lo tienen aún peor. (iStock)
Ellas lo tienen aún peor. (iStock)

A los que en esa epidemia de fecundidad nos vamos quedando rezagados ha empezado a invadirnos cierta melancolía. No por el tema de los niños en sí, como por esa vieja sensación de que hemos perdido el ritmo, como cuando en un concierto te das cuenta que estás dando palmas a distinto tiempo que otras 60.000 personas. Ellos intentarán aliviar la sensación de desamparo manifestando que envidian tu independencia, y que eres un afortunado por no tener que plegarte a las obligaciones de los niños. Pero se olvidará rápidamente cuando la conversación vuelva a su cauce habitual de guarderías, problemas de sueño, lactancias y ese microuniverso de conocimientos arcanos sobre la crianza infantil. Porque ellos tienen algo en común de lo que hablar, algo de lo que tú has sido excluido… o, mejor dicho, te has excluido tú mismo.

Son situaciones que generan presiones grupales inconscientes. No es casualidad que los amigos de una misma pandilla tengan hijos en un plazo muy pequeño de tiempo, como una bola de nieve cada vez más grande. La posibilidad de tejer una gran familia que cuide de los pequeños ante cualquier imprevisto no tiene precio. Forma parte, además, de una sincronía generacional semejante a la de aquel momento de la adolescencia en el que salir hasta las once de la noche para trasegar kalimotxo con mora era el rito de madurez definitivo. Si no lo hacías, corrías el riesgo de ser el 'pringao' que no supo lo que pasó el último finde. ¿Y quién querría ser ese pobrecito empeñado en nadar contra la corriente, el que no madura, el que se ha quedado encallado en una etapa anterior? La amenaza de la soledad pende sobre ellos. Y la del arrinconamiento, dependiendo de la (mala) calidad de las amistades de cada cual.

La Espada de Damocles sentencia "a ver si os ponéis ya, que luego es más difícil", mientras las clínicas de fertilidad se frotan las manos

Esa diferencia entre nuestros ritmos y los de nuestros padres se ha acentuado en la última década, pues la crisis, con su guarnición de precariedad y paro, ha funcionado como implacable generador de paréntesis vitales, años que no se pueden recuperar y a los que las exigencias biológicas les dan igual. La Espada de Damocles del inconsciente colectivo sentencia con voz castigadora "a ver si os ponéis ya, que luego es más difícil", mientras las clínicas de fertilidad se frotan las manos. Estas son las principales ganadoras de un contexto laboral en el que es cada vez más difícil alcanzar la estabilidad, eso siempre y cuando para conseguirla no hayamos tenido que plegarnos a horarios leoninos, estrés inacabable u otras incompatibilidades con la vida familiar.

Las razones de cada cual no deberían de ser interés para el resto, y de hecho no lo son. No es más que una pregunta banal, de esas que no esperan una respuesta real, una convención a ratos pesada, a ratos irónica, en ocasiones dañina. Wikihow, que vale para un roto y para un descosido, propone tres trucos para salir bien parado ante una cuestión semejante, que se pueden resumir en "salte por la tangente, salte por la tangente, salte por la tangente". Yo ya tengo pensada mi respuesta de ahora en adelante: si alguien quiere saber cuándo voy a tener hijos, puede buscar este artículo y leérselo.

Cuando usted lea esto, ya habré cumplido 33 años. Sospecho que en el día de mi onomástica habré escuchado alrededor de un centenar de veces la preguntita de marras, comodín propicio para romper el hielo: bueno, ¿y los niños para cuándo? Espero para entonces haber sido capaz de perfeccionar un protocolo de reacción para salirme por la tangente mientras mantengo mi imagen de tipo irónico pero majete. Son unos cuantos años ya de experiencia ante esta pregunta, que ha sustituido a los clásicos "¿qué, cuando vas a dejar a papá y a mamá?" y "¿qué, para cuándo la novia?". Es la siguiente casilla en el casillero vital que me toca tachar (¡y ya tardas!), como sugieren bienintencionadamente con esta antediluviana y viejovisillesca cuestión.

Social Infancia Niños