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Por qué en España no se habla de clases sociales
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Esteban Hernández

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Por qué en España no se habla de clases sociales

La estructura económica es el asunto ausente de la política española. Pero poner el foco en ella nos permitiría conocer mucho mejor la sociedad y los sentimientos que dominan en ella

Foto: Luisa y Ángel, dos jubilados españoles. (Susana Vera/Reuters)
Luisa y Ángel, dos jubilados españoles. (Susana Vera/Reuters)

En esta política polarizada en permanente campaña electoral, las ofensas identitarias marcan la actualidad, desde los lazos amarillos hasta los chistes. La mayoría de las tensiones, que son muchas últimamente, tienen que ver con distintas clases de ofensas. Muy por debajo, circulan los asuntos importantes pero no urgentes, a los que casi nunca se toma en serio. Y más abajo, están las cosas de las que apenas se habla. El asunto de las clases sociales es una de ellas.

En algunas ocasiones sale a relucir el término 'clase media', pero es un concepto escurridizo. En EEUU se utiliza como seudónimo de clase obrera, de gentes con ingresos bajos pero que no han caído en la pobreza extrema. En Reino Unido, sin embargo, se utiliza para designar las capas sociales con más recursos. En España tiene un significado ambiguo, porque cada cual lo emplea a su conveniencia. Las capas medias altas, las que viven en barrios residenciales y cuyos salarios están muy por encima de la media, dicen ser de clase media, mientras que los habitantes de barrios con ingresos bajos están seguros de que pertenecen a ese estrato. En la política, los partidos que tratan de ocupar el centro, como el PSOE y el viejo Cs, suelen referirse a las clases medias trabajadoras, ese neologismo acuñado para dirigirse a todo el mundo y no dejar a nadie fuera; el PP prefiere hablar de los españoles que madrugan y de las familias, y no de clases, mientras que Podemos no quiere saber nada de las clases medias, porque es un término que le resulta antipático.

El tabú

La clase media representa, para buena parte de la derecha y de la izquierda, una suerte de tabú. Para los populares, porque lo aleja de su marco, ese que aprecia al individuo si es español, católico y antiimpuestos. A la izquierda no le gusta mencionar a la clase media porque representa todo aquello de lo que quieren alejarse, esa gente a la que consideran conformista, consumista y conservadora y cuyo afán es imitar a los ricos. Y el PSOE y Cs vacían el término de todo su contenido al sustituirlo por otro mucho más amplio: para ese fin, mejor sería decir el 99%, pero suena mucho más atrevido.

La clase obrera queda descompuesta en grupos: desahuciados, precarios, investigadores que emigran o pobres energéticos

Sin embargo, este verano ha existido cierta resurrección del término clase obrera, al hilo de polémicas varias, y también del malestar de cierta izquierda, que cree haber renunciado a aquello que les era propio sin haber obtenido nada a cambio. El debate surgió, pero se quedó en los márgenes típicos de los partidos de izquierda. El otro lado del espectro político lo considera un término poco amable, y tampoco cae muy bien en el suyo, porque es justo aquello que les recuerda al pasado, a los obreros de la fábrica, a los compañeros del metal, a la época en que los proletarios iban a ser el motor de la historia, y eso ya no se corresponde con la realidad. Forma parte de un horizonte desaparecido y hay que estar en los nuevos tiempos.

La España de clase media

De modo que cuando las nuevas formaciones entran a analizar lo material, se quedan en el marco que más cómodo les resulta y terminan seccionando lo común en parcelas identitarias. La clase obrera queda descompuesta en grupos, como los desahuciados, los precarios, los investigadores que emigran, los pobres energéticos.

Si este sistema se denomina capitalismo, es precisamente porque su estructura está articulada desde lo material

La mayoría de la gente tiene una comprensión de las clases sociales muy inmediata, aun cuando no abandone las contradicciones típicas de nuestra época. Si acudimos a elementos puramente materiales, a los precios y salarios, a lo que cuesta la subsistencia y los ingresos reales disponibles, buena parte de los españoles son de clase baja; pero casi todos ellos se identifican como capas medias. Una pequeña parte de la población, y mayormente politizada, se considera de clase obrera.

Ganadores y perdedores

Pero la pregunta por las clases sociales continúa siendo importante, y debe seguir siendo formulada. En primer lugar, y cada vez será más así, porque el origen económico determina las posibilidades vitales. En segundo, porque señala un aspecto esencial acerca de cómo se estructura nuestra sociedad, quiénes ganan y quiénes pierden, quiénes poseen el poder y quiénes deben ajustarse a él. Si este sistema se llama capitalismo, es precisamente porque lo material sigue siendo el factor primero que lo da forma. Y en tercer lugar porque, al identificar de un modo más o menos objetivo a los perdedores y los ganadores, también señala un gran campo de acción político. Al fin y al cabo, esta es una idea bastante marxista: aquellos a quienes perjudicaba de manera palmaria un sistema político se convertían en el motor principal de cambios y revoluciones.

Una parte de la derecha se centra en el individuo, el emprendimiento y la construcción de sí; la otra, en la religión y el nacionalismo

A pesar de todo esto, las clases sociales están particularmente ausentes de la política contemporánea. Y sin ellas, el campo de acción queda mucho más restringido, porque esa estructura es la que nos permite entender con mayor precisión cómo funcionan las cosas, cuáles son las claves del poder y de la resistencia y, especialmente, cuáles son los deseos, las esperanzas y los temores sociales, algo que desde Maquiavelo y Spinoza sabemos que constituye la esencia de lo político.

El añadido

En cierta medida es normal, porque también permite hacer una política más espectacular, menos arraigada y más leve. La derecha se ha centrado en el individuo, en el emprendedor y en la construcción de sí mismo como meta, en una de sus vertientes, y en la religión y el nacionalismo en otra. La socialdemocracia apostó por la diversidad, el talante, el diálogo y la multiculturalidad, con el añadido de la defensa del Estado del bienestar. Y la nueva izquierda más o menos se mueve en el mismo eje que la socialdemocracia, con varios puntos más de combatividad. Y a veces, con añadidos peculiares.

Me cae bien James Rhodes. El hombre tiene frecuentes ataques de felicidad, lo cual es bastante mejor que tenerlos de ansiedad o de gota, disfruta mucho de España y le gusta contarlo a todo el mundo. Le critican mucho por ello, lo cual no termino de entender. Y lo mismo se ha mudado al lado de Errejón y le está haciendo la vida más llevadera:

En fin, vivir en este mundo de política gentrificada (y no es, desde luego, un mal exclusivo de Errejón) tiene el precio de alejarse de la realidad común. Entender cómo funciona lo material hoy implica conocer también cuáles son las preocupaciones cotidianas de la mayoría de la gente y hasta qué punto los recursos les dan forma. Permite entender que los sentimientos sociales tienen mucho que ver con el agotamiento de una vida laboral y personalmente exigente, con estar haciendo muchas cosas a la vez para que todo cuadre, con estar corriendo siempre de un lado para otro. La inestabilidad no solo tiene que ver con los contratos precarios de los jóvenes, sino con un tipo de vida en que la permanencia no existe, en que los lazos se disuelven rápido, incluso en lo afectivo, donde la inestabilidad se combate con la velocidad, el consumo banal y 'low cost' compensa la imposibilidad de ahorro, en que nos hemos acostumbrado a compartir piso, o a vivir en pisos por los que pagamos mucho más de lo que merecen, a que nos torturen las grandes compañías de la luz o de la electricidad o del agua con lo que nos cobran y con las condiciones del servicio, con pagar por todo, con no encontrar más que dificultades.

Tomar lo material en serio, es decir, generar un contexto en el que pudiéramos gozar de más recursos y más tiempo, sería mucho más sano

En ese contexto, la impotencia es uno de los sentimientos más frecuentes, derive después en depresión o en rabia. Y tampoco es algo que mejore cuando el vecino se pone a tocar el piano, la verdad. Quizá tomar lo material en serio, es decir, generar un contexto en el que las condiciones de vida permitan que tengamos más recursos y tiempo y que nos libere de obligaciones, sea mucho más sano. Pero es poco probable que nuestros políticos lo tengan en cuenta: las clases sociales seguirán estando ausentes del lenguaje social, y nosotros tirando hacia adelante como podamos mientras de fondo escuchamos, más que un piano, a alguien discutiendo acerca de los chistes o de Franco.

En esta política polarizada en permanente campaña electoral, las ofensas identitarias marcan la actualidad, desde los lazos amarillos hasta los chistes. La mayoría de las tensiones, que son muchas últimamente, tienen que ver con distintas clases de ofensas. Muy por debajo, circulan los asuntos importantes pero no urgentes, a los que casi nunca se toma en serio. Y más abajo, están las cosas de las que apenas se habla. El asunto de las clases sociales es una de ellas.

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