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Obedecer o pelear: Albert Hirschman y el dilema democrático
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Obedecer o pelear: Albert Hirschman y el dilema democrático

Las reflexiones del gran economista del siglo pasado resultan todavía hoy esenciales para la reflexión sobre los peligros que amenazan a las sociedades abiertas

Foto: Miles de personas se manifiestan en Pamplona contra la sentencia de la Manada. (EFE)
Miles de personas se manifiestan en Pamplona contra la sentencia de la Manada. (EFE)

Albert O. Hirschman (1915-2012) es uno de los economistas más interesantes, y raros, del siglo XX. La primera mitad de su vida fue más la de un aventurero que la de un académico. Nacido en Berlín, huyó de Alemania con la llegada al poder de los nazis, estudió en varias ciudades europeas, se unió a la resistencia contra Mussolini en Italia y al bando republicano en la Guerra Civil española. Después luchó con el ejército francés en la Segunda Guerra Mundial y, cuando Francia cayó en manos de Hitler, contribuyó a organizar la huida de los refugiados del país. Después de emigrar él mismo a Estados Unidos, se unió a su ejército.

placeholder 'Salida, voz y lealtad' (FCE)
'Salida, voz y lealtad' (FCE)

Llegada la paz, trabajó en el ámbito del desarrollo, sobre todo en Latinoamérica, y se convirtió en un economista universitario -dio clases en Yale, Columbia y Harvard- que dejó una importante obra sobre el progreso económico, la historia de las ideas y el rechazo del reaccionarismo a las reformas. Pero uno de sus libros más interesantes, en el que me ha hecho pensar la situación española actual, es 'Salida, voz y lealtad' (Fondo de Cultura Económica), un análisis de la manera en que los seres humanos actuamos cuando estamos insatisfechos con una situación, no solo económica, sino también de carácter político o, yo diría, incluso afectivo.

Simplificando mucho (el libro es mucho más rico y sutil), imaginemos que normalmente votamos a un partido, leemos un periódico y compramos una marca de zapatos. Si nuestro partido nos cabrea, el periódico empeora y los zapatos se vuelven malos o caros, podemos mostrar lealtad. Esa sería la primera opción: a pesar del descontento, consideramos que la lealtad es lo primero y no renunciamos a esas cosas que forman parte de nuestra identidad y sin las que no entendemos la vida o la conservación de nuestros intereses.

La segunda opción es la voz: expresar de manera explícita nuestra insatisfacción. Estamos comprometidos con esa marca electoral, periodística o de zapatos, pero queremos discutir con quienes las representan, decirles que no estamos a gusto y queremos cambios; si las cosas no mejoran tomaremos medidas drásticas. Esto muestra voluntad de mejorar las circunstancias, pero también que la adhesión no es inquebrantable.

Y en tercer lugar está la salida: si algo ha dejado de gustarnos, simplemente lo abandonamos y nos pasamos, por así decirlo, a la competencia. Votamos a otro partido, leemos otro periódico o compramos otra marca de zapatos.

Democracia y mercado

Descartada la lealtad extrema, que nunca es deseable, la voz es la solución democrática por excelencia, mientras que la salida es la solución de mercado más habitual. En los asuntos importantes, solemos expresar nuestro descontento en voz alta. Por ejemplo, si el partido político que apoyamos es corrupto o tiene un mal líder, tenemos problemas en la empresa donde trabajamos o nuestra relación de pareja no es buena, intentamos interpelar a los demás para mejorar la situación antes de abandonar, es decir, de optar por la salida. Sabemos que sustituir cosas tan fundamentales es difícil, pero en cambio adoptamos fácilmente la decisión de irnos con cosas secundarias, como pequeñas decisiones de consumo.

placeholder Albert O. Hirschman
Albert O. Hirschman

Para Hirschman, la mejor actitud es una combinación de la voz y la salida: pelear, discutir, intentar mejorar las cosas, pero si no hay más remedio, dejarlas de lado y buscar otra opción -su vida de idas y venidas, en parte, es un ejemplo de ello-. Es la que puede hacer que las sociedades, y también las vidas individuales, mejoren. Es una combinación que suma democracia y mercado.

Uno podría pensar que en la actualidad tenemos un exceso de lealtad en el plano político. Esto, de hecho, no es exclusivo de España, pero sí sorprende ver la extraordinaria lealtad que durante décadas han tenido los afiliados y los cargos electos, y aún hoy los votantes, a sus partidos políticos. Eso es comprensible en tiempos estables; a fin de cuentas, el trabajo de muchas de estas personas depende de que a su organización le vaya bien. Pero si la volatilidad de las encuestas es real, ¿serán leales los altos funcionarios, o los concejales, que ahora trabajan para la administración del PP en caso de que Ciudadanos pase a ser la primera fuerza del centroderecha? ¿Alzarán entonces la voz, o simplemente cambiarán de partido o se irán a su casa? En el PSOE, después de muchas voces, se han producido pocas salidas y ahora parece que existe una lealtad algo forzada. En Podemos hay mucha voz porque es un partido formado por gente que se considera intelectual, lo cual hace inevitable la competición opinativa, pero hay pocas salidas y poca lealtad. En Ciudadanos parece no haber ni voces ni salidas, solo lealtad.

Muchas mujeres no están dispuestas a mantener una lealtad absoluta al sistema existente

Por otro lado, las diferentes manifestaciones feministas que han tenido lugar últimamente son un ejemplo evidente de la voz: muchas mujeres no están dispuestas a mantener una lealtad absoluta al sistema existente, al mismo tiempo que la mayoría de ellas no puede abandonar su puesto de trabajo, su familia o cualquier forma de vida social en la que haya machismo, por lo que su opción más funcional, y quizá la única, es alzar la voz. A través de varios medios expresan su disconformidad con la realidad actual y amenazan con forzar la situación si las cosas no cambian (cómo se concreta esto ya es más difícil). En circunstancias normales, la voz simultánea de tantas personas debería bastar para que, aunque no existan cambios radicales, sí haya un aumento de la conciencia del problema y se produzcan pequeñas y progresivas correcciones en el sistema. Pero eso no siempre ocurre: a veces el poder sabe acallar las voces de manera efectiva, recurriendo simplemente al cansancio o la inercia.

Las pasiones y los intereses

Y finalmente está el creciente malestar con las redes sociales, sus trolls, juicios paralelos y expertos súbitos en cualquier disciplina imaginable. Seguramente haya leales absolutos a Facebook y Twitter –supongo que muchas veces la lealtad no es muy distinta de la adicción– y también quienes siguen pensando que las redes pueden ser lugares saludables y benéficos, y alzan la voz para corregir sus defectos. Pero quizá a cualquiera de sus usuarios, sabedor de que es solo uno entre 2.200 millones, reformar Facebook le parezca una tarea demasiado complicada y opte por la salida. Pero en ese caso, ¿cuál es el coste individual y social?

placeholder 'Las pasiones y los intereses' (Capitán Swing)
'Las pasiones y los intereses' (Capitán Swing)

Hirschman, como ven, era un economista singular. A fin de cuentas, no hay tantos economistas que citen a Montaigne, Flaubert, Kafka o Maquiavelo en sus obras. Hoy, sus libros son difíciles de encontrar en castellano. Está fácilmente disponible el estupendo 'Las pasiones y los intereses', en la editorial Capitán Swing. Los demás, incluido 'Salida, voz y lealtad', solo se encuentran en librerías de segunda mano o, por supuesto, en inglés. Es una pena. Su pensamiento es extraordinariamente útil para entender el presente.

Albert O. Hirschman (1915-2012) es uno de los economistas más interesantes, y raros, del siglo XX. La primera mitad de su vida fue más la de un aventurero que la de un académico. Nacido en Berlín, huyó de Alemania con la llegada al poder de los nazis, estudió en varias ciudades europeas, se unió a la resistencia contra Mussolini en Italia y al bando republicano en la Guerra Civil española. Después luchó con el ejército francés en la Segunda Guerra Mundial y, cuando Francia cayó en manos de Hitler, contribuyó a organizar la huida de los refugiados del país. Después de emigrar él mismo a Estados Unidos, se unió a su ejército.

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