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Cómo defender las humanidades sin parecer un cascarrabias
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Cómo defender las humanidades sin parecer un cascarrabias

Dos libros recientes reconocen las limitaciones de la ciencia y lamentan que, a la hora de intentar entender lo que nos pasa y por qué, nos hayamos olvidado de las viejas 'letras'

Foto: Detalle del hombre de Vitruvio, de Leonardo
Detalle del hombre de Vitruvio, de Leonardo

Vivimos en una época fuertemente marcada por las discusiones científicas y económicas. Las primeras quizá estén algo más ocultas para el público en general, pero sus asuntos dominan muchas de nuestras preocupaciones: qué pasará con el clima, en qué medida seremos capaces de curar enfermedades como el cáncer o el Alzheimer, qué base científica tienen las dietas para adelgazar o por qué hay plagas de insectos. Los asuntos económicos, directamente, ocupan el centro de la discusión pública, casi como una obsesión: cuánto crecerá el PIB, si subirán los sueldos o caerá el desempleo, qué pasará con la nueva guerra comercial o, simplemente, cómo adoptamos nuestras decisiones de consumo.

Ambas disciplinas, la ciencia y la economía, son sin duda indispensables para entender al ser humano y mejorar sus condiciones de vida. Pero estos días he leído dos libros que reconocen sus limitaciones y lamentan que, a la hora de intentar entender lo que nos pasa y por qué nos pasa, nos hayamos olvidado de las viejas humanidades. No están escritos por literatos cascarrabias, teóricos de la conspiración o escépticos con el razonamiento inductivo o las matemáticas. Precisamente por ello vale la pena examinar su defensa -matizada y en ocasiones crítica- de las humanidades.

Foto: Steven Pinker. (Rose Lincoln - Harvard University)

El primer libro, recién traducido al castellano, es 'Los orígenes de la creatividad humana' (Crítica), del insigne biólogo y especialista en la vida de las hormigas Edward O. Wilson. En él, Wilson explica cómo la creatividad humana es “la búsqueda innata de la originalidad” y por qué tiene una raíz evolutiva. Hace alrededor de tres millones de años, el cerebro de nuestros ancestros empezó a crecer de una manera desproporcionada; al final del proceso, había pasado de 400 centímetros cúbicos a alrededor de los 1.300 del Homo sapiens. Este desarrollo se vio acompañado de innumerables cambios, cuenta Wilson; uno de los más importantes fue el paso de una dieta vegetariana al consumo de abundante carne, lo cual transformó por completo nuestro sistema gastrointestinal, de la boca al ano. A su vez, esto provocó un aumento de las interrelaciones sociales: para cazar animales hace falta más cooperación e interacción en la comunidad que para recoger frutos de los árboles, y por eso somos animales mucho más sociales que los demás primates.

placeholder 'Los orígenes de la creatividad humana'
'Los orígenes de la creatividad humana'

La suma de estas transformaciones -cazar en lugar de recolectar, ampliar la cooperación y luego, de manera relacionada, el dominio del fuego- creó algo que incluso hoy reconocemos en nuestras posmodernas vidas domésticas: la noche, el tiempo posterior a la cena, pero previo al sueño, en el que “no cazamos ni recolectamos”, no “hay razón para aventurarse en la oscuridad”. “Por la noche el humor se relaja -dice Wilson-. En el claroscuro a la luz del fuego la charla se convierte en narración de historias, lo que da pie fácilmente al canto, el baile y las ceremonias religiosas. La narración de historias, sobre todo entre los hombres, con frecuencia versa sobre cazas exitosas y aventuras épicas, su actividad principal durante el día (…). Las historias normalmente son (o fueron en el pasado) relatos míticos de cacerías reales”. Nos conforman muchas cosas, de la alimentación al tamaño de nuestro cerebro, pero también somos las historias que nos contamos al final del día, después de actuar pero antes de descansar. Y no debemos olvidar cultivarlas.

'Los orígenes de la creatividad humana' es un libro hermoso, en ocasiones incluso poético, aunque también digresivo, y su concepción de las humanidades a veces es superficial. Pero su reivindicación de que estas deben acercarse a la ciencia con menos prejuicios, y tejer alianzas con ella, es acertada y remite a una de las grandes discusiones del siglo XX: la posibilidad de crear una “tercera cultura” que combine el pensamiento literario y artístico con una mirada científica a la realidad.

placeholder 'Cents and sensibility'
'Cents and sensibility'

El segundo libro, aún no traducido al castellano, es 'Cents and Sensibility', que lleva el elocuente subtítulo de 'Lo que la economía puede aprender de las humanidades'. Sus autores son Gary Saul Morson, un catedrático especialista en literatura eslava, y Morton Schapiro, un profesor de economía dedicado a la economía de la educación y la ayuda al desarrollo. En esta obra explican cómo la economía se ha ido convirtiendo en una disciplina convencida de que puede explicar todos y cada uno de los comportamientos del ser humano y, más aún, corregirlos cuando son, como dice la jerga, subóptimos. La economía, cuentan Morson y Schapiro, a menudo ignora el papel de la cultura en el comportamiento humano o, simplemente, se olvida de la ética.

¿Cómo podríamos paliar ese mal? Con las humanidades, dicen los autores: para entender al ser humano y contribuir a su bienestar seguimos necesitando atender a las historias que la gente cuenta y escucha, a las realidades culturales, y a una noción que se encuentra de manera intrínseca en las mejores novelas realistas. La idea de que, aunque sepamos que los humanos tenemos ciertas actitudes constantes, cada individuo es un mundo y hay cosas sobre las que es imposible hacer el tipo de afirmaciones de carácter universal a las que es tan aficionada la economía.

Obviedades y misterios

Todo esto son obviedades, bien explicadas en los dos libros. Quien haya leído 'Anna Karenina' de Tolstói, se haya quedado pasmado ante un cuadro de Goya en el Prado o haya visto una película de John Ford, sabe hasta qué punto el ser humano es un misterio, y que explicar ese misterio es casi imposible, más aún si creemos que nuestro comportamiento solo está regido por leyes universales. Somos animales creativos, y como dice Wilson, es esa capacidad creativa lo que en muchas ocasiones nos convierte en peligrosos o autodestructivos. Hace mucho tiempo que la economía sabe que los humanos no siempre somos racionales y que, a veces, nuestro comportamiento es contrario a nuestros intereses. Pero esa realidad es mucho más difícil de meter en un modelo que la asunción contraria, que nuestra conducta futura se puede predecir porque siempre actuamos igual. Como decía la edición de la semana pasada del semanario The Economist en una crítica muy matizada a la ciencia económica, “los economistas con frecuencia trabajan a partir de la base de que los costes y los beneficios tangibles importan más que los valores subjetivos”.

Hace tiempo que sabemos que no siempre somos racionales y que, a veces, nuestro comportamiento es contrario a nuestros intereses

Es una crítica valiosa y certera. Y, al mismo tiempo, quienes nos hemos formado en las humanidades tenemos que ver en esta crítica a las ciencias (las de verdad o las sociales) una llamada de atención acerca de la insularidad de esta disciplina. Las humanidades con demasiada frecuencia han desdeñado o considerado secundarias aquellas miradas sobre el comportamiento humano que el arte o la literatura no han sabido, podido o querido reflejar. Nuestra cultura intelectual, centrada en la especialización, lo pone difícil. Pero si queremos entender algo, quizá necesitemos al mismo tiempo la versión científica, la versión económica o conductiva, además de la mirada narrativa o casi mítica. De todo eso estamos hechos.

Vivimos en una época fuertemente marcada por las discusiones científicas y económicas. Las primeras quizá estén algo más ocultas para el público en general, pero sus asuntos dominan muchas de nuestras preocupaciones: qué pasará con el clima, en qué medida seremos capaces de curar enfermedades como el cáncer o el Alzheimer, qué base científica tienen las dietas para adelgazar o por qué hay plagas de insectos. Los asuntos económicos, directamente, ocupan el centro de la discusión pública, casi como una obsesión: cuánto crecerá el PIB, si subirán los sueldos o caerá el desempleo, qué pasará con la nueva guerra comercial o, simplemente, cómo adoptamos nuestras decisiones de consumo.

The Economist
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