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'Adiós a todo aquello': uno de los mejores libros sobre la guerra jamás escritos
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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'Adiós a todo aquello': uno de los mejores libros sobre la guerra jamás escritos

El libro de Robert Graves sobre su experiencia en la I Guerra Mundial es uno de los mejores retratos sobre los aspectos trágicos, cómicos, exasperantes y excitantes del conflicto. Se reedita ahora con una nueva y magnífica traducción

Foto: Imagen de las tropas británicas avanzando el 29 de abril de 1917 durante la Batalla del Somme. (Getty Images/Hulton Archive)
Imagen de las tropas británicas avanzando el 29 de abril de 1917 durante la Batalla del Somme. (Getty Images/Hulton Archive)

La batalla del Somme, de 1916, fue una de las más importantes y sangrientas de la Primera Guerra Mundial. En ella participaron tres millones de hombres —de los ejércitos británicos y francés, por un lado, y del alemán, por el otro—, de los cuales murieron o resultaron heridos más de un millón. Entre ellos estaba Robert Graves, un joven oficial de 21 años aficionado a la poesía que fue alcanzado por un proyectil alemán. Unos camilleros le recogieron en mitad del bombardeo y le llevaron a un puesto de primeros auxilios situado en mitad de un bosque. Allí, vieron que tenía el cuerpo atravesado de metralla y le dieron por muerto. El coronel de su regimiento le mandó una carta a su madre: “Lamento mucho tener que escribirle y comunicarle que su hijo ha muerto a causa de sus heridas. Era muy valiente, y lo estaba haciendo muy bien, y es una gran pérdida”. El coronel firmó cientos de cartas como esa.

Pero resultó que Graves no estaba muerto. Y por eso pudo contar la anécdota en Adiós a todo aquello, el libro de memorias de 1928 en el que relató su experiencia en la Primera Guerra Mundial, durante la que combatió apenas salido de la escuela y de la adolescencia. Sigue siendo uno de los mejores retratos que se han escrito jamás sobre los aspectos trágicos, cómicos, exasperantes y excitantes de la guerra. Lo acaba de reeditar, en una traducción magnífica, la editorial Alianza.

Graves se crió en el ambiente profundamente clasista de la Inglaterra de principios del siglo XX. En casa había criadas que le llamaban “master” (algo así como “señorito”) y no tuvo contacto con niños de clase baja hasta que pasó unos meses en un hospital por la escarlatina. Estudió en un internado y vivió experiencias que hoy nos parecen prototípicas, en parte, porque él las popularizó en este libro: las aspiraciones literarias y deportivas de los hijos de la clase alta, las terribles novatadas, las experiencias homosexuales generalizadas y las ansias de los más apocados, como él, por salir corriendo de allí. Y eso fue lo que consiguió al alistarse voluntariamente al ejército en cuanto estalló la guerra, siendo prácticamente un crío sin más experiencia que la escolar. Quizá él, como muchos otros jóvenes de su clase, lo hiciera, en parte, por patriotismo. Pero también por aburrimiento e irritación ante la autoritaria reglamentación de la vida juvenil.

placeholder Portada de 'Adios a todo aquello', las memorias de Robert Graves sobre su participación en la I Guerra Mundial.
Portada de 'Adios a todo aquello', las memorias de Robert Graves sobre su participación en la I Guerra Mundial.

Borrachos y suicidas

Los batallones estaban aún regidos por viejos códigos del Imperio Británico, y competían entre sí por el honor y la fama, pero ya a esas alturas carecían de cualquier grandeza. En el suyo había niños de quince años y viejos de sesenta que habían mentido sobre su edad para poder alistarse y que, en algunos casos, llegaban al combate sin apenas formación. La burocracia era tan ridícula que le convirtieron en una especie de juez militar que debió arrestar a otro soldado por no poder controlar una diarrea y al responsable de la mascota del regimiento —“la Cabra Real […] regalo de su Majestad”—, por haber recibido el soborno de un pastor francés para que el animal inseminara a su ganado.

Al cabo de poco tiempo en el frente, muchos oficiales se convertían en alcohólicos y se bebían hasta dos botellas de whisky al día; las órdenes que daban a sus subordinados en ese estado, muchas veces, les llevaban directamente a la muerte. En una ocasión, Graves intentó despertar a un soldado que se había quedado dormido con un pie descalzo en la trinchera; cuando le sacudió descubrió que se había quitado el calcetín y la bota para disparar el rifle con los dedos del pie contra su cabeza, donde tenía un agujero de bala. A los familiares de los muchos que se suicidaban en el frente, les decían que habían muerto en combate.

Graves cuenta todo esto con una frialdad, hasta con una causticidad, que asombra. Narra bombardeos, inspecciones de la “tierra de nadie” entre las trincheras propias y las enemigas en las que una bala enemiga podía fácilmente acabar con la vida, el deterioro de las máscaras de gas y la muerte cotidiana, pero sobre todo la incomodidad, el hastío, las maneras de pasar el tiempo y las ridiculeces del mando y la jerarquía. Y también la estupidez de la propaganda y el nacionalismo: a medida que transcurre la narración, Graves se va dando cuenta de que los aliados cometen exactamente las mismas atrocidades —matar y violar a civiles, utilizar de manera inhumana a mujeres convertidas en prostitutas, asesinar a los prisioneros a sangre fría— que los medios británicos atribuyen de manera indignada a los alemanes.

Leído ahora, casi cien años después de su escritura, 'Adiós a todo aquello' es un retrato extrañamente estoico de una guerra atroz

Graves sobrevivió. Fue uno de los primeros poetas en publicar poemas realistas sobre la guerra, lo que le convirtió en una conocida figura literaria en su país, y escribió este libro diez años después del fin de la contienda para decir adiós no solo a esta, sino a la Inglaterra clasista de su infancia, los rituales de Oxford, donde luego prosiguió sus estudios, y a un matrimonio fallido. Se refugió, como es sabido, en Mallorca, e inició una brillante carrera de escritor profesional, publicando un libro tras otro, entre los cuales está la obra maestra Yo, Claudio, más tarde adaptada a la televisión.

Leído ahora, casi cien años después de su escritura, Adiós a todo aquello no parece ni un panfleto pacifista, ni una reivindicación de los valores militares, ni siquiera un libro amargo. Es un retrato extrañamente estoico de una de las guerras más atroces de la historia. Y uno de los mejores retratos de lo que los hombres jóvenes, faltos de preparación, asustados y excitados, sufren en ellas.

La batalla del Somme, de 1916, fue una de las más importantes y sangrientas de la Primera Guerra Mundial. En ella participaron tres millones de hombres —de los ejércitos británicos y francés, por un lado, y del alemán, por el otro—, de los cuales murieron o resultaron heridos más de un millón. Entre ellos estaba Robert Graves, un joven oficial de 21 años aficionado a la poesía que fue alcanzado por un proyectil alemán. Unos camilleros le recogieron en mitad del bombardeo y le llevaron a un puesto de primeros auxilios situado en mitad de un bosque. Allí, vieron que tenía el cuerpo atravesado de metralla y le dieron por muerto. El coronel de su regimiento le mandó una carta a su madre: “Lamento mucho tener que escribirle y comunicarle que su hijo ha muerto a causa de sus heridas. Era muy valiente, y lo estaba haciendo muy bien, y es una gran pérdida”. El coronel firmó cientos de cartas como esa.

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