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El erizo y el zorro
Por
El yanqui que lideró la revolución cubana y acabó ejecutado por Fidel
Esta es la historia que cuenta 'El comandante yanqui. Una historia de amor y traición durante la Revolución cubana', del periodista estadounidense David Grann
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El 11 de marzo de 1961, William Morgan estaba frente a un pelotón de fusilamiento en una cárcel de La Habana. Nacido en Ohio, Estados Unidos, descendiente de una prototípica familia de cristianos de clase media, había sido un joven rebelde. Trabajó en un circo, se alistó en el ejército y desertó, viajó sin rumbo y fue un pésimo padre de familia. Pero al fin encontró un sentido a su vida: la Revolución cubana. Fue un apasionado y brutal guerrillero, y un hombre de confianza de Fidel Castro.
Sin embargo, dos años después de que Fulgencio Bautista huyera en avión de la isla ante la inminencia del triunfo de la Revolución, y de que Castro se hiciera con el poder absoluto, este consideró que Morgan le había traicionado. Tras un juicio que apenas duró veinticuatro horas, en el que el abogado defensor no tenía ni idea de la acusación que pesaba contra Morgan, allí estaba este, mirando los cañones que le apuntaban. ¿Qué pasó para que el “comandante yanqui”, como le conocían los revolucionarios de Cuba, acabara así?
Trabajó en un circo, se alistó en el ejército y desertó. Pero al fin encontró un sentido a su vida: la Revolución cubana
Esta es la historia que cuenta
Un anticomunista atrapado
Porque Morgan no era comunista. Ni siquiera está claro que le interesara demasiado la política. Pero como muchos jóvenes de su generación, acabó dejándose arrastrar por la causa de los “barbudos” cubanos. Estaba convencido de que esa revolución no estaba destinada a instaurar una dictadura, sino una democracia liberal como la estadounidense, pero se dejó llevar por su entusiasmo. Como cuenta Grann, que narra la realidad de manera vertiginosa y acaba convirtiéndola en una especie de thriller de guerra y espías, allí encontró su lugar. “¿Por qué lucho aquí, en esta tierra tan ajena a la mía? ¿Por qué vine aquí, lejos de mi hogar y de mi familia? ¿Por qué me preocupo por estos hombres que están aquí en las montañas conmigo? —escribió Morgan en un ensayo que Grann recupera en el libro—. Estoy aquí porque creo que lo más importante para un hombre libre es proteger la libertad de los demás. Estoy aquí para que mi hijo cuando crezca no tenga que luchar o morir en una tierra que no es la suya porque un hombre o un grupo de hombres intenten arrebatarle su libertad”. Grann cuenta esos días en las montañas con vigor: las penurias de unos revolucionarios desnutridos y sin experiencia en el combate, la mezcla de valentía y chifladura que mostraba Morgan, el romance de este con otra guerrillera, Olga Rodríguez, que se fue forjando bajo las bombas, la alegría por el triunfo de los revolucionarios y los primeros choques con el “Che” Guevara.
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Pero las mejores páginas de este breve libro son las que cuentan la decepción posterior. Morgan rechazó los cargos políticos que le ofreció el nuevo gobierno y se fue dando cuenta de que, pese a las promesas de Castro de que él nunca se convertiría en un dictador, su régimen iba adoptando cada vez más las formas autoritarias y violentas del comunismo soviético. La CIA, consciente de ese creciente distanciamiento, intentó convertir a Morgan en un agente doble (no voy a decir si lo consiguió para no arruinar la intriga). Pero, fuera como fuese, el castrismo, cada vez más enloquecidamente dictatorial, empezó a verle como un traidor, como si nunca hubiera podido purgar del todo sus orígenes estadounidenses, su anticomunismo, su romanticismo un poco ingenuo.
El castrismo empezó a verle como un traidor, como si nunca hubiera podido purgar del todo sus orígenes estadounidenses
David Grann es autor de algunos libros memorables, como
Aquí, en un texto de apenas 130 páginas, muestra su maestría narrativa. Pero también hace algo más. Con sutileza, apelando a rasgos humanos —los cálculos de los líderes de la CIA que dudaban de si Morgan sería un buen espía o era alguien demasiado puro, el sufrimiento de su madre, los padecimientos de su viuda— contrasta memorablemente el idealismo ingenuo de un individuo que busca un sentido a su vida frente a la avidez de poder de los revolucionarios profesionales como Fidel Castro. Una lección de periodismo.
El 11 de marzo de 1961, William Morgan estaba frente a un pelotón de fusilamiento en una cárcel de La Habana. Nacido en Ohio, Estados Unidos, descendiente de una prototípica familia de cristianos de clase media, había sido un joven rebelde. Trabajó en un circo, se alistó en el ejército y desertó, viajó sin rumbo y fue un pésimo padre de familia. Pero al fin encontró un sentido a su vida: la Revolución cubana. Fue un apasionado y brutal guerrillero, y un hombre de confianza de Fidel Castro.