:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2F56d%2F313%2F08b%2F56d31308b5650fe730f76539544a82ce.png)
El erizo y el zorro
Por
Las redes sociales se han acabado pareciendo a la tele de los noventa (y un escritor lo vio venir)
Publicado originalmente en los años noventa, y ahora reeditado en forma de libro, este ensayo explica el poder de la televisión. Pero resulta profético acerca de la adicción que nos suscita internet
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa45%2F789%2F817%2Fa45789817958775d2784444c2fe11932.jpg)
Estamos enganchados a las pantallas. Vivimos en una cultura vulgar que frivoliza las cuestiones importantes. Se promociona a personajes que no merecen la fama que tienen. Perdemos capacidad de concentración. La política se ha convertido en puro espectáculo. La tecnología lo arrasa todo.
Cualquiera podría utilizar estas frases para describir el mundo actual, dominado por internet y las redes sociales. Pero todas ellas se decían hace treinta años para describir la desmesurada influencia que la televisión ejercía sobre la vida pública de mediados de los noventa. Entonces, los españoles acababan de descubrir las cadenas privadas y pasaban más de cuatro horas al día viendo la tele. Los estadounidenses, seis. Muchos creían que esa adicción era una señal de la decadencia de la civilización occidental.
En ese contexto de pánico cultural, David Foster Wallace escribió un ensayo sobre la tele. Era un texto larguísimo, en el que divagaba sobre los rasgos de carácter de Homer Simpson, el impacto de comedias de situación como Matrimonio con hijos y la manera en que el mando a distancia acababa con nuestra capacidad para concentrarnos en una única cosa. Se publicó en una revista de estudios literarios que no debió leer nadie. Pero luego apareció en uno de sus memorables y muy exitosos libros de ensayos, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, y ahora la editorial Debate lo ha publicado en forma de librito con el título original,
Una tesis complicada
La tesis de Wallace no era sencilla. Decía que el hecho de que los estadounidenses se pasaran seis horas al día mirando la tele era la consecuencia de una crisis de soledad (¿les suena?). La gente que salía en la tele, y que era la única compañía que muchos estadounidenses tenían durante el día, era mucho más guapa que la media, de modo que esos televidentes se sentían feos y habían empezado a gastar mucho dinero en gimnasios, dietas, cirugía estética y prótesis (¿les suena?). La importancia de la tele era tal que se había vuelto autorreferencial: ya no hablaba de la realidad, sino de otras cosas que pasaban en la tele (lo que durante décadas ha hecho Sálvame y ahora sucede en Twitter).
Foster Wallace decía que el hecho de que los estadounidenses pasaran 6 horas al día mirando la tele era consecuencia de una crisis de soledad
Pero lo peor era que la televisión se había convertido en un medio esencialmente irónico. Nada era serio. Ningún programa reflejaba convicciones profundas, solo una actitud cínica, comercial (esto les tiene que sonar). Wallace reconocía que le encantaba la tele, que la veía mucho y que no la consideraba la causante de nuestros males. Sin embargo, pensaba que nos estaba llevando a un callejón sin salida. ¿Qué escritor podía concebir una obra que superara en atractivo y frivolidad a cualquier programa de la tele? ¿Cómo iba alguien a decir algo sincero si todo podía pasar por un chiste o un troleo? ¿Cómo ibas a rebelarte contra la cultura existente cuando esta —empezando por los anuncios de refrescos o los videoclips musicales— parecía pura rebeldía?
Nunca he conseguido acabar los libros de ficción de David Foster Wallace. Me parecen divagatorios y artificialmente complejos. Podría utilizar los mismos adjetivos para describir sus ensayos, pero en cambio estos me parecen de lo mejor que se ha escrito sobre la cultura y la sociedad contemporáneas (están recopilados en tres volúmenes). Wallace entendió como nadie el mundo que han creado los medios, el entretenimiento obsesivo y la ficción pop. Interpretó muy bien cómo se habían fusionado la cultura elevada y la cultura masiva. Shakespeare y una telecomedia de tercera. El turismo familiar de cruceros y los rituales del porno.
Foster Wallace entendió como nadie el mundo que han creado los medios, el entretenimiento obsesivo y la ficción pop
E pluribus unam aborda varias de esas cuestiones en poco más de cien páginas pero, como decía, tiene un interés especial. No solo describe de manera precisa lo poderosa, influyente y desconcertante que era la televisión a principios de los años noventa. Sino que, sin proponérselo —entonces internet era apenas una curiosidad para techies—, describe nuestro mundo actual dominado por las redes sociales, los contenidos aparentemente irreverentes pero puramente comerciales, la capacidad de la tecnología para generar adicción en personas solitarias que huyen legítimamente de su vida cotidiana y el carácter ficticio de las relaciones que establecemos con las celebridades. También advertía de lo difícil que lo tendrá el arte en general, y la cultura en particular, para competir con todo eso.
Lo mejor es que consigue explicarlo sin ser un Jeremías. Wallace siempre sintió una cierta incomodidad con la cultura contemporánea. Pero decidió que lo más sensato era gozarla e intentar entenderla sin rehuir su complejidad. Este librito es una buena muestra de ello.
Estamos enganchados a las pantallas. Vivimos en una cultura vulgar que frivoliza las cuestiones importantes. Se promociona a personajes que no merecen la fama que tienen. Perdemos capacidad de concentración. La política se ha convertido en puro espectáculo. La tecnología lo arrasa todo.