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Las mujeres en Lorca: un 8 de marzo de 1933
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Jaime M. de los Santos

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Las mujeres en Lorca: un 8 de marzo de 1933

Carlota Ferrer y Darío Facal llevan al Teatro Pavón Kamikaze 'La leyenda del tiempo', manifiesto a favor de la diferencia, del amor entre iguales

Foto: 'La leyenda del tiempo' (Foto: Vanesa Rábade)
'La leyenda del tiempo' (Foto: Vanesa Rábade)

Pensar en teatro es pensar en mujeres. Mujeres que actúan y escriben, que dirigen. Mujeres que danzan, que sueñan. Mujeres que, como Melpómene y Talía, sirven de inspiración. Mujeres que viven, todas, en Federico García Lorca, que transitan por sus versos y sus tragedias, en cada una de sus canciones. Mujeres como Belisa, Poncia y Bernarda; como Mariana, Julieta y Marcolfa. Como Axa, Fátima y Marién, como Soledad Montoya. Mujeres que son madres o que mueren por serlo. Mujeres que son hijas, que son hermanas. Amantes, actrices, criadas, beatas. Mujeres que sufren. Mujeres que hieren, que acatan.

Un 8 de marzo de 1933, en el madrileño Teatro Beatriz, se estrena la más clásica, en lo que a su dimensión épica se refiere, de cuantas tragedias escribiera Lorca, 'Bodas de sangre', donde una mujer, la novia, que solo ansía ser libre, que simplemente quiere amar, "porque no hay minuto del día que estar contigo no quiera", quebranta todas las reglas, todas las normas de una sociedad patriarcal que le asfixia, que la acabará condenando.

Desde las tablas, frente a un público que por fin celebra al poeta, se defiende el derecho de las mujeres a ser ellas mismas, a poder elegir sus vidas. Y si el teatro, como dirá Federico, "es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país", ¿qué mejor forma de "cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo" que con mujeres que se dejen llevar por sus instintos, por pulsiones que las convierten en dueñas de sus destinos, en verdaderos referentes hiperbólicos?

placeholder Federico García Lorca.
Federico García Lorca.

Faltaba un mes para que se estrenase esa tragedia cristológica que es 'Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín', donde otra mujer liberada, otra Pandora a su pesar, acaba contraviniendo la (casi siempre falsa) moral de su época; menos de un año para que las mujeres puedan, por fin, elegir a sus representantes por sufragio.

Y se sigue celebrando a la mujer desde la belleza de la forma, pero, también, desde la verdad del fondo; un fondo que en Lorca transgrede cualquier regla establecida, toda alocución universal. Y si sus mujeres tienen derechos, también tendrán sentimientos. Por eso sufren, lloran y aman; por eso quieren huir de los 'hombres duros', de las cadenas que las transforman en nada. Cuando Magdalena, harta de bordar ajuares yermos, grita su deseo de ser hombre para "llevar sacos al molino", Bernarda, la madre omnipotente, le recuerda el lugar de la hembra: "hilo y aguja". Y Bernarda es la regla, la guía, el resumen de un mundo que las niega. La misma que, enfundada en su negro hábito, tras desaparecer toda esperanza (que viste de verde), sentencia un 'mar de luto' sobre quienes gobierna.

Las mujeres de Lorca sufren, lloran y aman; por eso quieren huir de los "hombres duros", de las cadenas que las transforman en nada

Pero hay un tipo de teatro lorquiano que el propio autor entiende como irrepresentable. Un teatro del porvenir donde redundan sus miedos, sus desvelos. Un teatro que le pertenece porque es trasunto de su ser, que le define. Un teatro que deviene drama. Y en 'Así que pasen cinco años. La leyenda del tiempo', él es el joven que busca el amor para encontrarse a sí mismo; él, el amigo que encarna la masculinidad bendecida, la que quisiera alcanzar; él, el adolescente que se esconde, que no quiere estar "lleno de arrugas y dolores" y que espera a que así pasen cinco años. Cinco años en los que la novia será libre, dueña de su mundo, de su cuerpo. Otra mujer que se impone, que le gana la batalla al tiempo, un tiempo que busca corromperla.

Ahora son Carlota Ferrer y Darío Facal, en otro tiempo, este nuestro, quienes contravienen al dramaturgo al hacer representable ese teatro bajo la arena, ese manifiesto a favor de la diferencia, del amor entre iguales; los que, con una carga poética asombrosa, traspasan el alma de un espectador que se eleva entre la sorpresa de lo onírico y la crudeza de unos diálogos que invitan al recogimiento, al disfrute quedo. Parlamentos que no siempre se entienden pero que sí se sienten. Imágenes que, extraídas del sueño, son pura verdad. Y el novio ahora es novia. Y el viejo, vieja. Y la mecanógrafa, caballo. Un caballo que es puro deseo, como los de 'El público', esa otra historia eterna donde la homosexualidad es ya plenamente desvelada.

placeholder 'La leyenda del tiempo' (Foto: Vanesa Rábade)
'La leyenda del tiempo' (Foto: Vanesa Rábade)

Lorca da por concluido el manuscrito de 'Así que pasen cinco años' un 18 de agosto de 1931. Cinco años después, el 19 de agosto de 1936, es asesinado en Granada. Hasta allí se ha desplazado desde Madrid "para escribir en la huerta", dejando a su amigo Rafael Martínez Nadal el primer borrador de 'El público', que le pide que destruya "si me pasara algo". El fusilamiento del poeta, una 'repugnante' cuestión política que nada tiene que ver con la homosexualidad de Federico (según Pablo Neruda), le torna en mártir de aquella guerra inmoral, en víctima inmolada que encuentra en la arquitectura de Sert, la del pabellón de España de la Exposición Internacional de París, su particular túmulo de cristal.

Allí están sus publicaciones, su retrato extraído de un periódico, diferentes noticias que denuncian su asesinato. Una suerte de camarín racionalista donde se le rinde sentido homenaje, donde se le erige en símbolo de la cultura amenazada. Justo enfrente, sobre otras tablas, una cuadrícula que Picasso incorpora en el último momento a modo de caja escénica, un friso solo de mujeres que, transidas de dolor, rotas, luchan por sobrevivir. Una sucesión de cuerpos atormentados que huyen, que se confunden con ese caballo blanco que, como en la obra de Lorca, parece chillar 'abominable'. El 'Guernica' como telón de fondo, como teatro de la barbarie, como crónica de una guerra civil que, como vaticinó el poeta, llenaría los campos de muertos.

'La leyenda del tiempo' se puede ver hasta el 8 de marzo en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid.

Pensar en teatro es pensar en mujeres. Mujeres que actúan y escriben, que dirigen. Mujeres que danzan, que sueñan. Mujeres que, como Melpómene y Talía, sirven de inspiración. Mujeres que viven, todas, en Federico García Lorca, que transitan por sus versos y sus tragedias, en cada una de sus canciones. Mujeres como Belisa, Poncia y Bernarda; como Mariana, Julieta y Marcolfa. Como Axa, Fátima y Marién, como Soledad Montoya. Mujeres que son madres o que mueren por serlo. Mujeres que son hijas, que son hermanas. Amantes, actrices, criadas, beatas. Mujeres que sufren. Mujeres que hieren, que acatan.

Federico García Lorca
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