Mala Fama
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El desencanto de Sabino Méndez: el letrista de Loquillo firma uno de los libros del año
El compositor de muchas de las mejores canciones del mítico grupo español vuelve a la novela con 'Literatura universal', donde salpica de citas literarias su crónica de la Movida madrileña
Si al ego, normalmente colosal, de un músico se le suma el ego, normalmente colosal, de un escritor, el resultado es el ego de Sabino Méndez (Barcelona, 1961). No sé qué carretera he recorrido estos días para ver uno de esos carteles que dice “exceso de gálibo”, pero exceso de gálibo también es una buena definición para el ego de Sabino Méndez.
En la solapa de 'Literatura universal' (Anagrama), su última novela, nos recuerdan que Sabino Méndez es “el autor de un ramillete de canciones del rock español que han accedido a la categoría de clásicas.” Ayer mismo les preguntaba de sopetón a unos amigos bastante cultos si sabían quién era Sabino Méndez; y no. Les dije que compuso 'La mataré' o 'Quiero un camión', incluso 'Cadillac solitario'. Ah, ese Sabino Méndez, me dijeron.
Es normal que alguien que ha vivido en sus propias carnes el desprecio de la sociedad por la autoría literaria le coja el gusto y acabe escribiendo libros. Libros bastante buenos, encima.
Decía Juan José Millás que uno triunfa en aquello para lo que está un poco menos dotado, pues para lo que tiene verdadero talento algo le paraliza, una gran responsabilidad o un gran terror, y acaba callando. Esta idea siempre me ha parecido tan estimulante como inútil, pero en el caso de Sabino Méndez parece funcionar muy bien, pues hay un gran distancia entre escribir 'Yo para ser feliz quiero un camión' y escribir 'Literatura universal', donde para ser feliz se recurre a Schiller.
500 citas
La novela de Méndez es una autobiografía disfrazada, una bildungsroman rocker, hasta un relato en clave de la vida alegre y adicta de aquellos músicos que empezaron a robar ritmos americanos a finales de los 70 y acabaron aburguesados a principios del siglo XXI. Durante largos tramos de la obra, podemos hablar de un novelón, de una proeza. Sabino Méndez ha escrito, para qué engañarnos, uno de los libros del año.
Podemos hablar de un novelón, de una proeza. Sabino Méndez ha escrito, para qué engañarnos, uno de los libros del año
Dos lecturas corren de la mano en esta peripecia posmoderna: la del relato de la vida de una estrella del rock que acaba de cotizado DJ y la de las cerca de quinientas citas literarias que atraviesan el texto y que son aclaradas en solitarias notas a pie de página. Aunque en la novela salen algunas drogas, la droga dura de verdad son esas citas, casi todas valiosísimas, exquisitas y didácticas.
'Literatura universal' da, por tanto, muchas ganas de leer, lo cual tiene bastante mérito si recordamos que el lector asiste a la vida de sexo sucesivo, ácido y fiestas con piscina de su protagonista. ¿Quién quiere ir de fiesta cuando puede quedarse en casa leyendo “un cuerpo con poca sangre/ pero con dos corazones”, de Góngora, o debatiendo si “Siempre la claridad viene del cielo”, de Claudio Rodríguez, es plagio o inspiración simultánea de “brightness falls from the air” de Thomas Nashe (siglo XVI)?
“Es posible una casa hecha de libros”, nos dice el narrador en un momento de especial precariedad en Madrid, en plena Movida. Y es posible un libro armado exclusivamente con citas, como soñara Walter Benjamin.
Movida y mujeres
'Literatura universal' deja una crónica “clásica” de la Movida madrileña, varios cientos de páginas donde la enseñanza propia de los talleres literarios de hoy (“no lo digas, muéstralo”) se desvela como una gilipollez. Sabino Méndez narra y narra, cuenta todo el tiempo, como Balzac en 'Las ilusiones perdidas' (libro con el que 'Literatura universal' comparte acaso estructura y protagonista), y el resultado son páginas vivas, rabiosas, verdaderas.
Sabino Méndez narra y narra y el resultado son páginas vivas, rabiosas, verdaderas
Hay muchas mujeres en el texto, pero pocas (apenas diez) entre sus quinientas referencias literarias. Ésta es quizá la única debilidad mayor del libro, que trata a la mujer con una simplonería adolescente, apelándola como “hembra” muchas veces, con excursos pueriles (página 188) o frases de hacérselo mirar: “La madre de mis hijos me alimenta y yo escribo.” El narrador parece no encontrar ninguna diferencia entre mujer y groupie.
Además, como en todos los biopic, la obra gusta más cuanto más fracaso detalla, y va desinflándose según engorda la cuenta corriente del protagonista. Nadie lee para conocer la felicidad de otro, sino para compartir la cuitas universales del vivir, que dijera Machado (o no).
Sabino Méndez no es un músico que se ha metido a escribir novelas, como un viejo que hace bricolaje en el jardín de su chalet después de alcanzar la jubilación, sino alguien a quien se le ha ido imponiendo la literatura, tras reunir “un ramillete de canciones”, acaso más perecederas que este libro, encomiable playlist de la literatura universal.
Si al ego, normalmente colosal, de un músico se le suma el ego, normalmente colosal, de un escritor, el resultado es el ego de Sabino Méndez (Barcelona, 1961). No sé qué carretera he recorrido estos días para ver uno de esos carteles que dice “exceso de gálibo”, pero exceso de gálibo también es una buena definición para el ego de Sabino Méndez.