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Es fácil ser un hombre como Dios manda (si sabes cómo)
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Alberto Olmos

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Es fácil ser un hombre como Dios manda (si sabes cómo)

Grayson Perry se suma al movimiento por una nueva masculinidad en su ensayo 'La caída del hombre', donde define la masculinidad tradicional como violenta y opresora

Foto: Jugadores del equipo de rugby de Nueva Zelanda en una de sus hakas. (Reuters)
Jugadores del equipo de rugby de Nueva Zelanda en una de sus hakas. (Reuters)

Hay una escena en 'The Wire' que ha venido a mi memoria después de leer un ensayo sobre nuevas masculinidades. Seguro que muchos la recuerdan. El protagonista de esta serie ambientada en Baltimore era un policía llamado McNulty que tenía un lío con una fiscal del distrito. Después de romper, ella se empareja con uno de los superiores de McNulty, un teniente que no deja de apelar a la "cadena de mando" y con el que nuestro protagonista nunca se ha llevado bien. Quizá por eso nadie le dice que ahora su ex amante y su superior están juntos. Cuando al fin se entera, McNulty se pone de muy mal humor. Los espectadores entendemos que quiere arrancarle la cabeza de cuajo a su sargento. Este hombre, acostumbrado a mandar, tampoco parece muy razonable ni dialogante. Los dos machos se citan —cómo no— en un bar. Por si fuera poco, llevan pistola.

¿Qué pasa en ese bar? Bueno, pues que llega uno y luego llega el otro y sus miradas se enfrentan y, de pronto, ambos suspiran con complicidad inconfundiblemente masculina y se dan la mano. No dicen ni una sola palabra sobre el asunto, pero lo consideran resuelto.

Esta escena es fantástica y parece que estaba ahí guardada en mi memoria para cuando me llegara el momento de redimir la masculinidad, que es un poco a lo que vengo hoy con este artículo.

La caída del hombre

Grayson Perry es un reputado ceramista inglés que, no se sabe por qué, además escribe bastante bien. Su libro se titula 'La caída del hombre' (Malpaso) y tiene una gran virtud ya en sus primeras páginas: que el autor dice estar escribiéndolo "de buena fe".

placeholder Portada 'La caída del hombre'
Portada 'La caída del hombre'

Este "de buena fe", muy verosímil en tiempos en que lo normal es tirarse el género a la cabeza, me ha enternecido, y, aunque ahora me dispongo a destrozar su libro, considero a Perry un gran tipo.

La tesis de nuestro autor es muy simple, quizá hasta archisabida: los hombres son violentos y privilegiados; las mujeres son sensibles y viven oprimidas. Los hombres deben dejar de ser violentos y adaptarse a los tiempos nuevos, donde la masculinidad de toda la vida, no sólo no encaja, sino que además es dañina.

"En todo el mundo hay hombres que cometen crímenes, declaran la guerra, reprimen a mujeres y desbaratan economías, todo debido a su anticuada versión de la masculinidad": podría ser otro resumen de su postura.

La tesis de nuestro autor es muy simple, quizá hasta archisabida: los hombres son violentos y privilegiados

Sin embargo, si nos detenemos justamente en esta frase, encontraremos un insalvable abismo cuantitativo entre el sujeto y los distintos verbos del predicado. A fin de cuentas, ¿cuántos hombres en todo el mundo declaran una guerra? Como mucho, uno por país —salvo en Inglaterra en 1982, donde fue Margaret Thatcher la que declaró la guerra a Argentina—. Y ¿cuántos hombres realmente desbaratan economías enteras? También uno solo por país u organización —salvo en el FMI desde el año 2011, pues fue su directora, Christine Lagarde, la que pidió bajar las pensiones ante "el riesgo de que la gente viva más de los esperado"; por no hablar de Angela Merkel y sus decisiones sobre Grecia.

placeholder Margaret Thatcher y Felipe González en 1998. (Efe)
Margaret Thatcher y Felipe González en 1998. (Efe)

Hasta aquí cabe preguntarse si no serán los poderosos —y no los hombres per se— los que realizan todas esas acciones lesivas y caóticas. Muy al contrario de lo que piensa el autor, cabe preguntarse también si una Hillary Clinton o una Soraya Sáenz de Santamaría, llegadas a la presidencia de sus respectivos países, harían políticas menos guerreras o más empáticas sólo por el hecho de ser mujeres, como se sugiere a menudo con una simpleza de lo más increíble.

Perry pasa de puntillas por la fatalidad de la extracción social y adjudica privilegios a todos los hombres por igual

Sobre el asunto de los crímenes, el autor añade más adelante: "El 90% de los delitos de violencia los comenten hombres". Con esto Perry da por descontado que ser hombre y ser violento es indistinguible. Su fe en los porcentajes me ha recordado unas palabras de Alfonso Guerra pronunciadas en televisión hace muchos años. Le comentaban a Guerra que, según algunos políticos conservadores, la prueba de los males de la inmigración era que en las cárceles había un porcentaje muy elevado de extranjeros. Guerra dijo algo como esto: "No sé si la mayoría de los presos de España son extranjeros, lo que sí que sé es que la mayoría son pobres".

Nuevamente, Perry pasa de puntillas por la fatalidad de la extracción social y adjudica privilegios a todos los hombres por igual. Hasta ir a la guerra le parece a Perry que nos gusta mucho. "Casi todos los hombres consideran que el tiempo que sirvieron en el ejército fue abrumadoramente beneficioso". Es una pena no poder preguntarles cuán beneficioso fue ir a la guerra a todos esos muchachos de 17, 18 o 20 años que perdieron la vida en ella, normalmente después de contemplar todo el abanico de atrocidades imaginable.

Masculinidad

Me llama la atención que se afirme a diario que los hombres, así a bulto, estamos confusos con la nueva masculinidad, cuando con lo que yo estoy verdaderamente confuso es con la vieja masculinidad. De pronto, esa masculinidad tradicional está siendo definida en dos frases y con enorme contundencia, y uno tiene la sensación de que nunca fue un hombre como Dios manda, de modo que le va a resultar bastante difícil ser el hombre nuevo, como manda Grayson Perry.

También es posible que la supuesta nueva masculinidad haya estado siempre ahí, pero que nunca os diera la gana de hacerle caso.

placeholder Disturbios en Bilbao. (Efe)
Disturbios en Bilbao. (Efe)

Esta misma sensación de hombría sesgada tuve al asistir hace años a una charla de Pamela Palenciano. "Sólo habla del matón del colegio", le dije a mi novia cuando salimos de la librería Traficantes de Sueños, donde tuvo lugar la conferencia; sólo habla de los malotes que se ponían en las últimas filas en el instituto.

Entre la primera fila (digamos, los ejecutivos descarnados a la manera de 'American Psycho') y la última (quizá los 'rednecks' que, de hecho, tan bien describe y defiende Jim Goad en su 'Manifiesto') hay en verdad muchas más filas, más tipos, más versiones del hombre, que además son mayoría. Reducir la masculinidad —con enorme clasismo, debo decir— a los ultras que se pelean a las puertas de un estadio de fútbol no me parece singularmente perspicaz.

Asustado a la vista de su padre

placeholder 'Knight carrying a child'
'Knight carrying a child'

Otra escena que me ha venido a la cabeza a la hora de buscar una imagen cultural que resuma mi visión favorable de la masculinidad ha sido un pasaje de 'La Ilíada'. Pueden leerlo después de buscar en Google el cuadro 'Knight carrying a child', de Eleanor Fortescue-Brickdale, que también pongo de mi parte. Dice así (Canto VI, versos 465-480): "los brazos le tendió el ilustre Héctor/ pero el niño, inclinándose, volviose,/ en medio de chillidos, al regazo/ de su nodriza de fina cintura,/ asustado a la vista de su padre,/ aterrado ante el bronce y el penacho/ de crines de caballo,/ que tremendo veía/ pender de lo más alto de su yelmo./ Echáronse a reír / su padre y también su augusta madre. / Y al punto se quitó de la cabeza/ el glorioso Héctor/ su yelmo y, reluciente,/ en el suelo lo puso;/ y él, entonces, a su hijo querido,/ besó y meció en sus brazos”.

O, dicho de otro modo, después de la batalla, también se es hombre.

Hay una escena en 'The Wire' que ha venido a mi memoria después de leer un ensayo sobre nuevas masculinidades. Seguro que muchos la recuerdan. El protagonista de esta serie ambientada en Baltimore era un policía llamado McNulty que tenía un lío con una fiscal del distrito. Después de romper, ella se empareja con uno de los superiores de McNulty, un teniente que no deja de apelar a la "cadena de mando" y con el que nuestro protagonista nunca se ha llevado bien. Quizá por eso nadie le dice que ahora su ex amante y su superior están juntos. Cuando al fin se entera, McNulty se pone de muy mal humor. Los espectadores entendemos que quiere arrancarle la cabeza de cuajo a su sargento. Este hombre, acostumbrado a mandar, tampoco parece muy razonable ni dialogante. Los dos machos se citan —cómo no— en un bar. Por si fuera poco, llevan pistola.

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