Mala Fama
Por
¿Crisis de la masculinidad? Pero qué me estás contando, pibita
Si hay una crisis de la masculinidad, es muy probable que la mayoría de los hombres no se haya enterado
El otro día fui al fútbol, Madrid-Sevilla, y había muchos hombres con sus hijos, muchos hombres en general. En el Wanda, el estadio del Atlético de Madrid, hay más mujeres, incluso padres que llevan a sus hijas pequeñas a ver un partido. Seguramente guarda relación con que el Atlético disponga de escuadra femenina. En todo caso, un padre llevando de la mano a su hijo o hija al estadio es una estampa histórica. Yo creo que muchos madridistas tienen hijos sólo para irse a la tumba con el recuerdo de ese primer día en que los cogieron de la mano y cruzaron con ellos la puerta 46 del Bernabéu.
Por lo demás, todo resultó muy masculino: el árbitro era un gilipollas, el VAR, una puta mierda, los rivales, unos payasos; y el Barça, bueno, no nos habléis del Barça, que perdemos la educación.
Ya en el Metro asistí a una charla entre tres varones. Iban a mis espaldas y sólo después les eché unos treinta años y, digamos, una identidad hegemónica: clase media, blancos, españoles, heteros. Hablaban de pibas. Decían mucho “la piba”, “esa piba” y “tu piba”. Comentaban un día de copas en el que uno estuvo a punto de perder a su piba porque iba mucho al baño -iba él, no la chica. Un fulano estaba por levantársela, aclaraban. Pasaron a otra noche narrativa, y ahora era una piba la que querían levantarse los tres. Al final se la llevó Juan, dijo uno, qué hijo de puta. Y añadió, muy digno: “Yo nunca en la puta vida me meto entre un amigo y la piba con la que está hablando”. Era todo así, entre caballeros.
Fue al dejarlos atrás con sus historias de pibas cuando me di cuenta de que los hombres estaban sufriendo una crisis de masculinidad, en concreto, la que consiste en no darse cuenta de que hay una crisis de masculinidad, según todos los informes. Ahora se oye mucho lo de la crisis de masculinidad, como se oía hace años hablar de la muerte del macho ibérico, y de la llegada del metrosexual. Lo del metrosexual duró cuatro años y cinco revistas, pero el macho ibérico perdura. Lo pueden ver ustedes en los bares de Alcorcón si, como yo, van a uno de vez en cuando.
El que yo frecuento me gusta mucho porque, en medio de la crisis de masculinidad, cumple las funciones de reserva natural del macho ibérico. El otro día estaba el dueño con sus amigotes sacando de Youtube combates de Mike Tyson para ponerlos en la tele del bar. Uno de sus colegas dijo: “Este sí que los ponía a dormir bien”. Me pareció que muchos hombres no sólo no sabían qué cojones era eso de la crisis de masculinidad sino que además seguían manteniendo el listón de la misma muy alto. También debo reconocer que, quizá por oposición o contraste, o porque del varón intelectual también te cansas, a mí estos hombres simples y sanos y predecibles me caen bastante bien.
Muchos hombres no sólo no saben qué cojones es la crisis de masculinidad sino que además mantienen el listón de la misma muy alto
La caricatura de la masculinidad, esa que pinta al hombre como un bruto que ve fútbol, compra teles grandes y coches ruidosos, distingue entre mujeres y tías buenas y no lee libros nunca, es bastante certera en relación a muchos millones de hombres españoles, millones de hombres españoles que -les aseguro- no tienen nada claro que su modo de vida y su carácter colectivo esté en decadencia. Si eso se pasan ustedes por Alcorcón y se lo dicen.
Violación
A todo esto tengo por aquí unos libros, más o menos críticos en sus diagnósticos sobre masculinidad. Una idea que he tenido hace nada, y que les regalo con mi habitual inconsciencia -entre otras cosas, por el placer que les dará no secundármela- es que los hombres que leemos cosas como 'Violación' (Reservoir Books), de Mithu M. Sanyal, o 'El aliado' (Seix Barral), de Iván Repila, no lo hacemos para mejorar o reeducarnos a nosotros mismos, ni por obligación ni por moda. Lo hacemos por interés. Esto quiere decir que estos libros no nos van a aportar nada, no nos van a mejorar, porque -aquí es cuando pueden disentir- nosotros ya somos de los mejores.
Quiero decir que el hecho de leer motu proprio un libro feminista o una novela escrita por una mujer o un ensayo sobre la masculinidad, antes de cumplir siquiera con su primera página, ya está diciendo que tú ni siquiera lo necesitas, que son otros los que lo necesitarían y que, en fin, todo sigue más o menos igual.
Cómo hacerles leer, díganme, a esos tres tipos del metro, o a los púgiles frustrados del bar de Alcorcón un libro titulado 'Violación' donde, a las primeras de cambio, caes en este pasaje: “Las identidades de género como queer, transexual, cis, poli, no-binario, neutrois, hijra, dos espíritus y muchas más...”. En serio, la gente -estos hombres- tienen cosas que hacer, no pueden dedicar su vida entera a la vanguardias del pensamiento ni a desbrozar la tontería de la lucidez en las categorizaciones identitarias de los tiempos que nos ha tocado vivir.
Incluso aliado es una palabra que no reconocerán, la mayor parte de los hombres, pues al leerla pensarán en tanques y nazis, y en cómo mola reventar cabezas con un bazoka. Los aliados. En 'El aliado', Repila toma el camino franco de su libro 'Una comedia canalla' después de perseverar en la lírica de 'El niño que robó el caballo de Atila' con su anterior novela, 'Prólogo a una guerra'. A todos nos pasa un poco así, no sabemos si divertirnos escribiendo o cambiar sufrimiento frente a la pantalla por un poco de inmortalidad. Lo mejor para hacer una obra maestra es despistarse un poco, dijo Borges.
'El aliado' va de “el tío más feminista del mundo” (o sea, de un pringado), y de cómo quiere ayudar a las mujeres dándoles más problemas, para que así no lo puedan soportar más y rompan en revolución. El argumento es muy simpático.
'Violación', por su parte, no tiene argumento simpático, pero es un libro excepcional. Su autora no elude ningún tema ni tabú, habla de cosas que aquí parece que no pueden ni comentarse (denuncias falsas, violaciones a hombres, piedad para el violador), y todo con un rigor y un sentido común que me han encandilado. Creo que la brusquedad del título no hará justicia comercial a su contenido, y que, entre todos los miles de millones de libros feministas o similar que estamos leyendo desde hace año y medio, éste es sin duda el mejor.
El otro día fui al fútbol, Madrid-Sevilla, y había muchos hombres con sus hijos, muchos hombres en general. En el Wanda, el estadio del Atlético de Madrid, hay más mujeres, incluso padres que llevan a sus hijas pequeñas a ver un partido. Seguramente guarda relación con que el Atlético disponga de escuadra femenina. En todo caso, un padre llevando de la mano a su hijo o hija al estadio es una estampa histórica. Yo creo que muchos madridistas tienen hijos sólo para irse a la tumba con el recuerdo de ese primer día en que los cogieron de la mano y cruzaron con ellos la puerta 46 del Bernabéu.