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Fernando Simón, el impostor
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Alberto Olmos

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Fernando Simón, el impostor

El controvertido epidemiólogo encarna la figura principal de nuestro tiempo

Foto: Ilustración: El Herrero
Ilustración: El Herrero
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No sé qué hacía el director de Alertas y Emergencias Sanitarias de nuestro país antes de que llegara una emergencia sanitaria. Debía de ser un trabajo tranquilo. Hay gente subida en garitas, ahí en los bosques, cuya única misión es avisar si se queman. Como casi nunca se queman, su labor debe parecerles a ellos mismos, algunos días, un poco inútil. Hay mucha literatura en un hombre puesto ahí por si llega un peligro apenas probable, el fuego, la pandemia o el apocalipsis, pues su vigilancia se alimenta del absurdo sucesivo: que casi nunca pasa nada, que mejor que no pase nada, que lo peor es darse cuenta de que pagábamos a un hombre que no estaba haciendo nada y ahora tiene que hacer algo.

Fernando Simón trabajaba por si acaso, que es un trabajo para el que también hay que valer, y más abundante de lo que creemos. También disponemos en España de un ejército que lleva sin librar una guerra de verdad toda la vida, soldados que no han matado a nadie y generales sin batallas. Si nos invaden, tendrían que aprender sobre la marcha su propio oficio, empezando por la noción de enemigo, que ahora es pura fantasía.

Por ello, hay que empezar con Simón piadosamente, sabiendo que ha tenido la mala suerte de trabajar al cabo para lo que le pagaban. Nadie dijo que el responsable de enfermedades infecciosas tuviera que hacer frente alguna vez a una enfermedad infecciosa. También hay que considerar si un hombre que sirve para la prevención sirve igualmente para la conflagración. El vigilante de los bosques sabe sobre todo cuándo el bosque no arde; cuando el bosque está ardiendo, ¿qué sabe?

Lo último de Simón ha sido decirles a médicos y enfermeras que ahora no tienen derecho a contagiarse, no digamos a morir por coronavirus

Lo último de Fernando Simón ha sido decirles a médicos y enfermeras que ahora mismo no tienen derecho a contagiarse, no digamos a morir por coronavirus. Este nuevo patinazo completa una actuación de meses verdaderamente impresionante. Empezó como mejor sabía, diciendo que no iba a pasar nada (“habrá como mucho dos o tres casos”), pues su trabajo a fin de cuentas era que no pasara nada; y va camino de acabar de la misma forma: afirmando que las médicas y enfermeros ya no se contagian. Hay que ver el vídeo de esta intervención, una auténtica declaración de amor a lo que no puede suceder.

Es lógico que los colegios de médicos hayan pedido su dimisión. Dice Simón que cuentan con todos los equipos necesarios, y desde hace “muchísimo tiempo” (sic); dice también que los médicos y enfermeras ya entienden cómo funciona el virus, y que si no se contagiaron antes, eso que llevan aprendido. También dice que deben ser cautos fuera del hospital, porque alguien que ve morir gente todos los días por coronavirus es lógico que luego al irse a casa se olvide completamente de que existe el coronavirus, y hasta organice un botellón. En resumen, al personal sanitario no puede pasarle ya nada, salvo porque le pongan mucho empeño. Supongo que por eso ya no les aplaudimos.

Desprecio delirante

En este delirante desprecio por quienes viven la pandemia desde la primera trinchera se resume la actuación al completo de Fernando Simón en estos meses. Primero, la exculpación sin flaquezas del Gobierno y las autoridades; segundo, la falta absoluta de empatía por enfermos, muertos, familiares de los muertos y combatientes del virus, y finalmente, la altanería de quien, ante una desgracia mayúscula, sabe que su culpa será siempre muy limitada, precisamente porque la pandemia afecta al planeta entero y hay tanto destrozo que ningún hombre solo tiene en ello demasiada responsabilidad.

Todo esto solo ha sido posible gracias a la reinterpretación que el director de Alertas y Emergencias ha hecho de su puesto. Desde las primeras semanas, salvo algunos coletazos colegiales, de aleccionamiento básico, Fernando Simón ha ejercido, no de coordinador de una lucha contra la enfermedad, sino de comentarista de sus evoluciones. Fernando Simón está ahí para decirnos cómo va la cosa, un poco como el locutor deportivo que comenta los goles y las faltas feas, contextualiza un poco el partido y explica por qué el portero ha fallado al colocar una barrera. Poco más. Nos ha costado muchos muertos darnos cuenta de que Simón no estaba ahí para que hubiera menos, sino para que tuvieran una explicación.

Fernando Simón ha ejercido, no de coordinador de una lucha contra la enfermedad, sino de comentarista de sus evoluciones

Por tanto, Simón puede equivocarse como comentarista, no como epidemiólogo. De epidemias sabe lo mismo que sabe de fútbol un locutor que nunca ha jugado, pero que lleva toda la vida viendo partidos. Eso es exactamente lo que sabe Simón de epidemias. Por ello, puede decir en la primera mitad del partido una cosa y en la segunda otra, que ha sido penalti y que no, que las mascarillas son innecesarias y que son imprescindibles, que nadie se va a contagiar y que todos vamos a morir. Es irrelevante ya cualquier cosa que diga Simón. Un partido no cambia de curso por los comentarios.

Lo interesante para un observador de nuestro tiempo es cómo su figura ha podido convertirse en legendaria para muchas personas. Al igual que Greta Thunberg, Simón es un impostor convincente. Está ahí para ver si te lo crees. Y, si te lo crees, es que hace bien su trabajo.

Simón ha pedido perdón únicamente por hacer ese chiste sobre enfermeras en un canal de YouTube

El impostor, como han detectado Javier Cercas o Bart Layton, es la figura central de nuestro siglo, mayormente porque permite articular el debate público. Así, Simón ha servido —por citar solo la más espectacular de estas articulaciones— para encarnar al hombre nuevo, ese que ha salido por fin de la caverna y que habla bajito, no rompe cosas y bebe solo agua con gas. Fernando Simón era —dijeron— el camino de la redención masculina. Para sostener esta tesis, Simón se apresuró a salir subido en una moto y con chupa de cuero en la portada de una revista; luego se fue a hacer deportes de riesgo a Portugal; luego se fue a hacer más deportes de riesgo a la televisión; finalmente, hizo un chiste salaz sobre enfermeras. El hombre nuevo acabó fusionando a Marlon Brando con Arévalo, lo que es mucho fusionar.

La ironía más dramática es que Fernando Simón solo haya pedido disculpas por una cosa en todos estos meses. No ha pedido perdón por sus errores y equivocaciones; ni por ir a la tele a darse aires mientras tiene un Excel en casa con 50.000 muertos; ni por su desprecio al personal sanitario o sus charlotadas en las comparecencias. Simón ha pedido perdón únicamente por hacer ese chiste sobre enfermeras en un canal de YouTube.

Es decir, ha pedido perdón por abandonar solo un instante la impostura.

No sé qué hacía el director de Alertas y Emergencias Sanitarias de nuestro país antes de que llegara una emergencia sanitaria. Debía de ser un trabajo tranquilo. Hay gente subida en garitas, ahí en los bosques, cuya única misión es avisar si se queman. Como casi nunca se queman, su labor debe parecerles a ellos mismos, algunos días, un poco inútil. Hay mucha literatura en un hombre puesto ahí por si llega un peligro apenas probable, el fuego, la pandemia o el apocalipsis, pues su vigilancia se alimenta del absurdo sucesivo: que casi nunca pasa nada, que mejor que no pase nada, que lo peor es darse cuenta de que pagábamos a un hombre que no estaba haciendo nada y ahora tiene que hacer algo.

Fernando Simón
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