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El terror de los hombres a perder su casa... y todos dirán que tu mujer es una bruja
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Alberto Olmos

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El terror de los hombres a perder su casa... y todos dirán que tu mujer es una bruja

Crece la psicosis por la prevalencia inmobiliaria de la mujer en caso de separación

Foto: El terror de los hombres divorciados es perder su domicilio. (iStock)
El terror de los hombres divorciados es perder su domicilio. (iStock)
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Quien no haya pensado en separarse durante esta pandemia interminable es que no tiene corazón. En algún momento hay que dejar de sufrir. El separatismo catalán es una chorrada comparado con el separatismo conyugal, que por lo menos va en serio y amplía tu círculo de amistades. Abogados, mediadores, nuevas parejas, un simpático juez. El clima de ruptura está tan cargado que he empezado a sintonizar por todas partes una meteorología singular, la meteorología del terror. Los hombres se avisan y previenen, entre amigos y conocidos, de padres a hijos, de hermano a hermano: cuidado con la casa.

Es fascinante. Ahora que la gente se va a separar, se le ve la escayola al heteropatriarcado. El heteropatriarcado no funciona, hace agua y no es de fiar. Este sistema de privilegio masculino era una ilusión, un timo, una 'subprime' de género. Como hombre blanco heterosexual, me vendieron que vivía en el mejor de los mundos masculinos posibles, pero todos los hombres a mi alrededor aquejan hoy miedos y cuitas, y el pavor inmobiliario en concreto se propaga imparable, están todos los varones acojonados ante la idea de acabar viviendo bajo un puente, dentro del coche o, lo que es más gracioso, con sus madres.

Están todos los varones acojonados por acabar bajo un puente... o con sus madres

Así, entre las parejas cuya intimidad me es accesible, se ha instalado el fantasma de la precariedad y las habitaciones alquiladas. Se empieza dando un ejemplo contundente, con nombre y apellidos, y dirección postal, Fulano de Tal que perdió la casa y los hijos, que ahora disfruta en exclusiva la mujer hasta que estos cumplan 18 años. ¡Cuidado!, se dice inescrupulosamente. Hasta tu cuñado sin graduado escolar se sabe ya la ley. Suegras, suegros, hermanas o amigos siembran en la cabeza del esposo que comparte hipoteca la amenaza de seguir pagándola desde un apartamento alquilado con vistas a un desguace. Así es imposible discutir con tu novia en igualdad aniquiladora. Te dicen que solo chascando los dedos ella te deja sin nada. Cada relación tiene sus singularidades, pero a todas llega el 'horror vacui' de tu eventual habitáculo bajo el puente. Si la casa es tuya (o sea, del hombre esposo), da igual, el juez puede determinar igualmente que cojas tu gillette y te largues dejando las llaves sobre la mesa.

Foto: Dejé un piso a mi hijo y mi nuera. Se han divorciado y ella no se quiere marchar. (iStock) Opinión

La bruja

Esto hace que en parejas en la cima de toda su buena fortuna, con niño pequeño, el ánimo feliz y el Netflix rodando por el lado cursi del catálogo, él compre una casa y pida a su esposa —abogados mediante— que le firme un documento donde jure, prometa o se comprometa a dejar la vivienda si acaso se divorcian. Qué escalofrío. Nada te ha hecho la buena de tu chica, y ahí vas tú con un documento donde se la retrata en la más inicua de las metamorfosis, como la bruja que te quiere robar tu piso de 400.000 euros. Luego está la pareja que planeaba comprarse un piso, y nunca se lanzaban, y ahora uno de estos padres, suegros o amigas desliza en el oído del impávido esposo que la casa se la compre sola su mujer, porque si rompen será toda para ella en cualquier caso. Se avisa de esto a nada que un día se les ha visto discutir por unos pañales olvidados. El pobre hombre, que a lo mejor ha hecho un taller de nuevas masculinidades, se da cuenta de pronto de para qué le ha servido el taller de nuevas masculinidades.

Nada te ha hecho tu chica y te la retratan como la bruja que te quiere robar tu piso

Pues la ironía a granel de este pavor circulante es que no distingue entre ideologías, géneros o militancias. Es un miedo quirúrgicamente preventivo, al margen de las propias convicciones, como cuando aquellos que consideran en tertulias, columnas o barras de bar exageradas las noticias sobre okupaciones encuentran un rato para ponerle otra cerradura a su segunda residencia, vacía en Cercedilla. No hacen daño a nadie mintiendo verdades y verificando mentiras.

Foto: Es difícil encontrar tu sitio como divorciado. (iStock)

Así, después de años de 'yo sí te creo' y de 'hay que creer a las mujeres', de 'Juana está en mi casa' y de 'Justicia patriarcal', de 'apenas hay mujeres que presenten denuncias falsas', hasta esos mismos que creían a las mujeres en todo caso, que señalaban a un juez por no condenar o por condenar poco, que afirmaban que la mujer siempre sale perjudicada de todas las crisis y pandemias y guerras y precariedades, le dicen al hombre que quieren, sea amigo, hermano o hijo, y sean ellos hombres o mujeres, que piensen en su propia esposa como una harpía que le dejará en la calle, como un Atila de las casas compartidas. Se nos está yendo bastante la cabeza, amigos. Según parece, el feminismo estaba bien para ligar, pero para romper hay que volver a 'Gilda', 'Rebeca' y la madrastra de 'Blancanieves'. Es el milagro que sobreviene cuando se deja de ver la vida por el lado de las opiniones canjeables en abonos para el parque de atracciones de la superioridad moral y empieza a percibirse por el lado contable y superviviente. Lo real son las colas del hambre, la casa de tu madre y cierto vértigo de mendicidad. Lo otro era un decir.

Quien no haya pensado en separarse durante esta pandemia interminable es que no tiene corazón. En algún momento hay que dejar de sufrir. El separatismo catalán es una chorrada comparado con el separatismo conyugal, que por lo menos va en serio y amplía tu círculo de amistades. Abogados, mediadores, nuevas parejas, un simpático juez. El clima de ruptura está tan cargado que he empezado a sintonizar por todas partes una meteorología singular, la meteorología del terror. Los hombres se avisan y previenen, entre amigos y conocidos, de padres a hijos, de hermano a hermano: cuidado con la casa.

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