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La noche en que los juegos de rol pusieron a Dios contra las cuerdas
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Alberto Olmos

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La noche en que los juegos de rol pusieron a Dios contra las cuerdas

Juan Bonilla reescribe 'Nadie conoce a nadie', su mítica novela adaptada al cine por Mateo Gil, que pareció inspirar en el año 2000 disturbios en la Semana Santa sevillana

Foto: Imagen de 'Nadie conoce a nadie'.
Imagen de 'Nadie conoce a nadie'.

Vender libros es bonito, ser traducido, chulo, ver tu novela adaptada al cine, fascinante, hasta ganar el Premio Nobel de Literatura tiene su gracia. Pero todo eso son logros menores si los comparas con escribir una novela y destruir de rebote la Semana Santa en Sevilla. Eso sí da satisfacciones.

En los años noventa, Juan Bonilla vivía su talento con la ventaja de que había gente tan loca como para pagar por él. Eran los tiempos de la burbuja literaria, de inclinación por la mancebía, de modo que ser joven y tener una novela sin escribir daba el suficiente dinero como para poder escribirla. Bonilla había despuntado en el relato con su volumen 'El que apaga la luz' (Pre-Textos), y, como sabía hacer relatos y era guapo y no llegaba a los 30, alguien decidió darle una enorme cantidad de dinero para que demostrara que no sabía hacer novelas. Bonilla cumplió con el encargo sin complicaciones. Lo que no sabemos hacer resulta fácil de hacer mal.

“La novela salió mala”, reconoce Bonilla en la epatante nota final de su novela 'Nadie contra nadie' (Seix Barral). Esta nota empieza con la frase: “La novela la escribí por dinero”. Vamos, no estoy aquí diciendo nada que no diga el propio autor, con el que además —y sin que esto siente precedente— hasta me llevo bien.

placeholder Juan Bonilla. (EFE)
Juan Bonilla. (EFE)

'Nadie conoce a nadie', siendo una novela fallida, apareció en 1996 en la editorial Espasa para reunir buena parte de las obsesiones y tiranteces morales de la época. Que Mateo Gil, el coguionista de 'Tesis', de Amenábar, hiciera con ella una película en 1999, protagonizada además por el omnipresente Eduardo Noriega, no hizo sino acrecentar esta cualidad epocal de la historia. En ella teníamos los juegos de rol (en 1994, unos niñatos habían matado a un barrendero a las seis de la mañana en Madrid supuestamente como parte de su aventura de adopción de roles); teníamos la obstinación casi epidémica por historias donde lo real era invadido, extendido, multiplicado o desdoblado ('Abre los ojos', 'Días extraños', 'Existenz'…); teníamos a una nueva generación de creadores con narrativas cada vez más anglosajonas y atractivas para el público. Teníamos la sevillanía aserrándonos la sensibilidad desde 1992 gracias a Cantores de Híspalis o 'La Macarena' (1993). Y teníamos, ojo, 'Muerte entre las flores' (1990), de los hermanos Cohen, donde aparecía la frase que eligió Bonilla como título de su libro: “Nadie conoce a nadie”.

placeholder 'Nadie contra nadie'. (Seix Barral)
'Nadie contra nadie'. (Seix Barral)

Mateo Gil compró los derechos del libro e hizo la película del mismo nombre. Pocos meses después, en la Semana Santa del año 2000, un puñado de jóvenes se organizó para reventar la madrugá con actos, consecuencias y escenas calcados de la película y de la novela. “Carreras descontroladas de público en todos los puntos de la ciudad donde había hermandades, cofradías destrozadas (…) avalanchas (…) Hablaron de disparos, de motos cruzando los cortejos, de personas con arma blanca que amenazaron al público…”, leemos en el exhaustivo repaso de aquella noche que hace Javier Comas en 'ABC Sevilla', y que titula muy contundentemente: “La noche que cambió para siempre la Semana Santa en Sevilla”. Léanlo.

25 años después

Veinticinco años después, Bonilla se aburría, se debatía, se miraba en el espejo, se puso posmoderno y fue a León. Allí encontró un viejo ejemplar de 'Nadie conoce a nadie' y, lejos de darse a la nostalgia, se dio a la literatura. Revivir el pasado ('Residuos', de Tom McCarthy), reescribir grandes obras (Agustín Fernández Mallo remozó 'El Hacedor', de Borges; Trapiello reescribió nada menos que el 'Quijote'), reciclar (Kenneth Goldsmith ha hecho libros copiando sin más el periódico del día), en fin, reírse de ti, lector, es lo que le apeteció a Bonilla. Pues voy a escribir mi libro de hace un cuarto de siglo de nuevo; es más, lo voy a escribir de memoria.

Bonilla consigue hacer una novela nueva con la novela vieja y una enmienda a sí mismo de lo más divertida

Bonilla se sentó —imaginemos— y se puso a contar la misma historia que hace 25 años, pero —y esto es crucial— sin saber si alguien se la iba a publicar. A fin de cuentas, era una macarrada lo que estaba haciendo. Así, escribiendo sin dinero previo —como sí sucedió con 'Nadie conoce a nadie'—, es decir, con lo que Vila-Matas denominó “el riesgo de fracasar” que debe animar cualquier novela de auténtica importancia, Bonilla consiguió hacer una novela nueva con la novela vieja y una enmienda a sí mismo de lo más divertida. Seguramente el Bonilla de los noventa se quejó de las malas críticas, no las comprendía, y el Bonilla de 2021 ha acabado por ratificarlas mediante la corrección radical del libro.

Yo mismo, que leí la obra en su momento, también soy un lector reciclado, extendido, reescrito por la novela que tengo que volver a leer y que, por algunos rincones, frases y trucos me trae a la lectura otra lectura, la mía de entonces, del lector novato de 1996.

Unamuno

'Nadie contra nadie' es una metanovela. Esto quiere decir que el narrador da muestras constantes de saber que su trabajo consiste en seducirnos, y de que seducirnos no le apetece mucho. Menudean los “codazos al lector” que tanto irritan a Javier Marías, por cierto. El narrador es un 'tesinando' empozado en libros que encuentra en los juegos de rol la clave de bóveda de —en rigor— casi todo. La literatura de Unamuno, con su creencia de que un personaje está más vivo que un autor, era un juego de rol; la religión, concluye, es el auténtico juego de rol de la civilización. Mientras, en su labor como crucigramista para el periódico local, es obligado por teléfono a incluir la palabra “arlequines” en su próximo crucigrama. Esa simple concesión bajo amenazas precipita la ruina de la Semana Santa, naranjos quemados, disturbios, niños metidos para su protección en contenedores de basura y zapatos perdidos por las calles.

La religión es el auténtico juego de rol de la civilización

Es una novela ligera, que se lee a notable velocidad por su estilo digresivo, festivo, lleno de ocurrencias y bromas. Hay mucho sexo. Como el protagonista de 'La magnitud de la tragedia', de Quim Monzó, Simón Cárdenas vive en erección permanente mientras trata de saber si todo es culpa suya, de los 'arlequines'.

Bonilla dedica un largo pasaje (páginas 246 a 250) a contextualizar los juegos de rol, remontándose a grupos teatrales del siglo XVI y pasando por los juegos de mesa, los 'wargames' y el primer juego de rol propiamente dicho, 'Dragones y mazmorras'. Parece que sabe hoy de lo que habla. Porque la novela, la película y los hechos sucedidos en los 90 antes y después de estas obras tuvieron como consecuencia estigmatizar a los jugadores de rol, al punto de que los padres prohibían a sus hijos jugar. (También les digo que en la facultad los que jugaban a esto eran los más listos de todos; es solo un dato subjetivo, perdonen). Así, muchos jugadores de rol de los noventa (como la escritora Jimina Sabadú) siguen odiando a Juan Bonilla por contribuir a esta imagen un tanto psicópata de los aficionados a este juego, y consideran que Bonilla, realmente, no sabía de lo que estaba hablando y les arruinó la diversión.

Ahora, con 'Nadie contra nadie', la comunidad de jugadores de rol (que, según me han contado, y a diferencia de la comunidad de bailarines de break dance, existe) tiene una oportunidad de reconciliarse con el autor, o de odiarlo definitivamente; la Semana Santa tiene la oportunidad de salir un poco en El Confidencial, exactamente en este artículo, y ustedes tienen la oportunidad de recuperar este episodio dantesco, terrible, pero al cabo muy expresivo de nuestra cultura, que fue cómo un libro puso a Dios contra las cuerdas durante una noche.

Vender libros es bonito, ser traducido, chulo, ver tu novela adaptada al cine, fascinante, hasta ganar el Premio Nobel de Literatura tiene su gracia. Pero todo eso son logros menores si los comparas con escribir una novela y destruir de rebote la Semana Santa en Sevilla. Eso sí da satisfacciones.

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