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Ocho páginas de agradecimientos me parecen pocas
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Alberto Olmos

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Ocho páginas de agradecimientos me parecen pocas

Dos novedades editoriales agitan la conversación sobre literatura y cambio climático

Foto: La insolidaridad de los escritores es conocida. (iStock/Diy13)
La insolidaridad de los escritores es conocida. (iStock/Diy13)

Uno de los principales problemas de las sociedades modernas lo constituye la basura, y buena parte de nuestra basura son libros. Se publica alegremente, se vende poco, se tiran volúmenes, se trituran, se olvidan por la calle, se abulta el mundo con páginas de más. No se entiende cómo, si van a prohibir los coches de gasolina, y ya no hay pajitas de plástico, no se piensa un poco en el daño (otro) que hacen los libros en papel al medioambiente.

Este es el mejor argumento que he encontrado para ponerme en contra de una práctica insoportable entre los escritores: dar las gracias. Son, de media, tres páginas de agradecimientos las que incluyen casi todas las novelas actuales, y dos o tres mil ejemplares los que se imprimen de esos libros. Esto debe salirnos a mil árboles al año, cuarenta metros cúbicos de papel al mes y una tonelada de ridículo por día. Si los escritores maduraran, y dejaran de añadir a sus novelas tres páginas adolescentes como quien saluda desde el autobús a papá y mamá (¿no sería mejor invitar a comer a toda esa gente que te ha ayudado?); si maduraran, digo, lucharían de manera muy efectiva contra el cambio climático, ahorrando papel y basura de papel. Pero la insolidaridad de los escritores es conocida.

placeholder 'La novia grulla', de CJ Hauser.
'La novia grulla', de CJ Hauser.

El récord mundial de páginas de agradecimientos lo debe de tener ya CJ Hauser, cuya nueva novela, La novia grulla, acaba de llegar a España (Asteroide). La obra es un poco lo que les decía el otro día sobre chicas que nos cuentan su vida creyendo que nos importa. La literatura como selfie, instagramática; la literatura como red social. De ahí, claro, que La novia grulla incluya nada menos que ocho páginas de agradecimientos. Si alguna vez te has tomado un café con CJ Hauser, ella te ha dado las gracias en su novela.

Hauser, no contenta con esas ocho páginas, incluye además una "Nota de la autora": dos páginas más. Contar su vida (que nos importa un huevo) durante 344 páginas no era suficiente; dar las gracias a trescientas personas, tampoco: aún tenía cosas que decirnos que no nos importaran. Curiosamente, su año de nacimiento no ha cabido en la edición española de La novia grulla. Cuatro caracteres que, por lo que sea, la autora no quiere que conozcamos.

El dato tampoco figura en rincón alguno de Google.

El inventor

Junto a La novia grulla me llegó al buzón una novela francesa titulada El inventor, también en Asteroide (por si no lo recuerdan: la mejor editorial de España ahora mismo). Su autor es Miguel Bonnefoy, nacido (¡lo pone!) en 1986.

Si bien La novia grulla empezaba con poderío, entre Lydia Davis y, quizá, Jenny Offill, enseguida se embarraba en una autocomplacencia del yo absolutamente inviable. Lo que hay que entender cuando uno escribe "yo" en la primera página de su novela es que su novela trata, sobre todo, de los demás. Hablando de ti, tienes que hablar de todos. La que mejor ha resuelto este dilema es Rachel Cusk en su trilogía Tránsito, Prestigio, A contraluz.

El inventor, por su parte, nos lleva lejos, al siglo XIX, y a un personaje ajeno al autor. Enseguida notamos que Bonnefoy quiere triunfar: en su biografía todo son premios y posicionamientos inmejorables en el campo literario francés. Es, en fin, la típica biografía del escritor que nunca va a dar ningún problema a nadie.

placeholder 'El inventor', de Miguel Bonnefoy.
'El inventor', de Miguel Bonnefoy.

El inventor despide enseguida saturación literaria (riqueza de vocabulario, fraseología barroca: los contrarios, etc.), profesionalidad, y, en fin, ganas de que le den muchos más premios y lo compren muchas editoriales por todo el mundo. Tiene, el comienzo del libro, un aire de familia muy señalado con El perfume, de Patrick Suskind, y luego la cosa empieza a recordar a La marcha Radetzky, de Joseph Roth. Pero es a mitad de libro cuando lo que realmente quiero contarles de El inventor se me reveló poderosamente.

Como Hernán Díaz, el autor tiene raíces hispanas y escribe en un idioma no materno. Este eco común entre Hernán Díaz y Miguel Bonnefoy me llevó a encontrar una intención idéntica en el último libro de Díaz, Fortuna, y en El inventor. Sería algo así como la fórmula del best seller literario del siglo XXI.

El best seller literario del siglo XXI es hacer una obra muy preciosista, muy bien armada, a su manera, tradicional, pero incluyendo en su centro una preocupación que salga todo el tiempo en los periódicos. En el caso de Fortuna es la igualdad entre hombres y mujeres; en el caso de El inventor, es el medioambiente.

Quiere conectar con el 'core' contemporáneo. O sea, hacer un 'best seller', como firmado por Greta Thunberg, pero sin que se note en exceso

Augustin Mouchot, el personaje de Bonnefoy, está obsesionado con el sol, la luz solar, el calor solar y los inventos que los rayos de la mañana podrían procurar a la Humanidad. Como el libro narra demasiado, no reposa, no te hace ver la vida, me despisté un momento y me pregunté: ¿a santo de qué se va Miguel Bonnefoy al siglo XIX a contar esta historia fotovoltaica? Y entonces lo vi: lo que quiere es conectar, digamos que oblicuamente, con el core contemporáneo. O sea, hacer un best seller, como firmado por Greta Thunberg, pero sin que se note en exceso.

Leyendo El inventor, el lector pensará: si Augustin Mouchot hubiera triunfado con su energía limpia, ahora no estaríamos al borde del apocalipsis.

Lo mismo que ha hecho Hernán Díaz en Fortuna, con el consiguiente éxito mundial, en otra casilla del mainstream.

Como Fortuna, El inventor es impecable. Un producto. Un servicio. Un lenitivo.

Gran literatura de funcionario.

Uno de los principales problemas de las sociedades modernas lo constituye la basura, y buena parte de nuestra basura son libros. Se publica alegremente, se vende poco, se tiran volúmenes, se trituran, se olvidan por la calle, se abulta el mundo con páginas de más. No se entiende cómo, si van a prohibir los coches de gasolina, y ya no hay pajitas de plástico, no se piensa un poco en el daño (otro) que hacen los libros en papel al medioambiente.

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